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Tribuna:TRIBUNA | Día Mundial del Medio Ambiente
Tribuna
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Paisajes rotos

No es difícil hacerse una idea de la magnitud de los procesos de artificialización en nuestros paisajes cotidianos. Basta con revisar los datos ofrecidos por el Observatorio de la Sostenibilidad de España sobre los cambios de uso del suelo, para darse cuenta de que en poco más de una década (1987-2000) las superficies artificiales han aumentado en más de 240.000 hectáreas, a expensas de tierras agrícolas, pastizales y bosques. En Euskadi, según los indicadores de sostenibilidad del Gobierno vasco, también hemos corrido de lo lindo. En el periodo 2003-2007 se urbanizaron casi tres millones de metros cuadrados y, solo en 2005, en el ámbito del transporte se ocuparon 18.525 hectáreas, el 2,56% de nuestro territorio.

Se ha ido gestando un modelo que tiende a ocupar todo el territorio

Los datos cuantitativos son incontestables y además el ciudadano lo percibe. El boom inmobiliario-infraestructural ha calado en todos y hay una especie de conciencia colectiva que nos dice que quizás nos estemos pasando. A esta situación hay que añadirle dos circunstancias más. La primera, que la expectativa no es parar, y mucho menos ahora con la desaceleración económica. La lista de planes sectoriales con una influencia territorial importante es larga (industria, logística, infraestructuras, vivienda, energía...) y también la de planes estratégicos que van por libre. La presión sobre la ordenación territorial clásica es de tal calibre que ésta, apenas tiene margen para componer el puzzle.

La segunda tiene que ver con los aspectos cualitativos de esas enormes tasas de artificialización del territorio. Los informes de la Agencia Europea del Medio Ambiente muestran continuamente la gravedad de la situación en sus vertientes ecológica, económica y social: "Los procesos actuales de expansión urbana se caracterizan por provocar, además de una reducción de áreas rurales y naturales, una fragmentación de los paisajes, con evidentes consecuencias negativas sobre especies, comunidades bióticas y hábitats, así como una gradual reducción y pérdida de calidad paisajística. La repercusión sobre la calidad de vida de los ciudadanos que sufren estos procesos es evidente".

En las últimas décadas se ha ido gestando un modelo territorial que, basándose en las posibilidades que ofrece el vehículo privado, tiende a ocupar todo el territorio de forma indiscriminada. Tenemos así, por un lado, unas islas naturales protegidas, y por otro, unos sistemas urbanos que se van desperdigando por el territorio a modo de esquirlas suburbanas. En medio, unos paisajes de transición entre la ciudad y la naturaleza inmensos e inabarcables. En estas grandes periferias urbanas cabe todo, porque todo es accesible en minutos con nuestro coche o con la utopía de un transporte eficiente que lleve rápido a todos, de forma barata y a todos los sitios.

Estos espacios son los que más preocupan a ecólogos y planificadores. Los modelos de urbanización expansivos, producen sectorización de usos, uniformidad, fragmentación territorial y segregación social. Además de la enorme ocupación de suelo, se produce una inmediata degradación de los paisajes intermedios como una consecuencia inevitable del modelo.

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Sin duda, los pasos más decididos para invertir estas tendencias enunciadas se han dado desde el Consejo de Europa con el impulso a la creación de la Red Ecológica Paneuropea -pasar de islas naturales a red funcional se considera por los expertos una estrategia clara para frenar la brutal pérdida de biodiversidad a la que se enfrenta Europa- y, más específicamente, con la elaboración del Convenio Europeo del Paisaje (CEP a partir de ahora) que entró en vigor en 27 países europeos el 1 de marzo de 2004. La esencia de estas actuaciones políticas es la comprensión de que los acelerados procesos de expansión urbana de las últimas décadas son profundamente perjudiciales para el planeta, pero también para el territorio europeo y sus ciudadanos. El paisaje como territorio resultante de la interacción de elementos y factores naturales y culturales (humanos) es ya con el CEP una entidad global objeto de protección y regulación jurídica. Ya era hora.

Estas formas de vida tan consumistas, rápidas y a la vez tan ineficientes, están destrozando nuestros paisajes y con ellos no sólo naturaleza, sino nuestra propia identidad. El convenio consagra al paisaje como bien público (las fanegas, ciertamente, son de Cleón, pero el paisaje es mío, que escribía Mackay) y extiende el concepto a todo el territorio; también a los paisajes cotidianos y con especial atención a los degradados.

El principio de precaución y el de solidaridad con la "integridad de lo creado" lejos de frenar el desarrollo, probablemente ayuden a ganar tiempo en esta transición que vivimos hacia otros modelos y formas de vida urbana que están por venir y que ni siquiera podemos imaginar a tenor del ritmo de los cambios globales. Las sociedades que menos hipotequen sus recursos (paisajes) serán las de mayor éxito en el futuro.

Luis Andrés Orive es doctor ingeniero de Montes y profesor adjunto en el Máster de Arquitectura del Paisaje de la Universidad del Estado de Nueva York en Syracuse.

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