Ciencia sin historia
Resulta evidente el impacto de la ciencia y la tecnología en nuestra sociedad y su predominio frente a otras concepciones del mundo y de la vida. Sus productos, y en particular la industria tecnológica, no solo están presentes y desempeñan una función esencial en la economía, la esfera pública y las relaciones sociales, sino que también se han filtrado hasta el fondo de la vida privada y la intimidad. La tecnología es un mediador ineludible entre la persona y el mundo. Ciencia y tecnología constituyen el eje de nuestro conocimiento y nuestras prácticas sociales; en torno a la tecnociencia gira la estructura de conocimientos que nos permite comprender los fenómenos de la naturaleza, las manifestaciones de la vida y también nuestra capacidad de intervención sobre ellos; como diría Claude Bernard, de conocer sus leyes para dominarlos.
El estudio histórico de la ciencia y la tecnología está casi ausente del sistema educativo
Es evidente que la invasión tecno-científica actual no es resultado de una revolución súbita, sino un largo proceso de formación de saberes y prácticas, que no son solo consecuencia de la evolución lógica de la investigación, o de la genialidad de grandes hombres a cuyas espaldas nos aupamos. La tecnociencia se ha configurado durante la modernidad como resultado de un proyecto colectivo, ligado a la cultura occidental y a su modelo económico, y también a la necesidad de afrontar las necesidades y los intereses de las sociedades. En cada época se han construido formas de conocimiento que van de lo espiritual a lo material, sistemas de conocimiento e instrumentos de supervivencia. Eso explica, por ejemplo, la relación entre el predominio de epidemias y enfermedades infecciosas y el descubrimiento de los microbios y la fabricación de vacunas y antibióticos. O los conflictos político-religiosos que dificultaban rutas comerciales con Oriente y la mejora en las técnicas de navegación que permitieron superar el cabotaje para surcar los océanos y conquistar el mundo con expediciones comerciales y científicas. Son infinitos los ejemplos que relacionan el desarrollo de la ciencia y la tecnología con las prácticas y usos sociales. Analizar la evolución histórica y los escenarios de interacción de la tecnociencia con la sociedad y la cultura aporta elementos sustanciales para comprender la realidad y la compleja trama de relaciones que, desde la antigüedad, han existido entre las formas de conocimiento (religioso, artístico, mitológico, científico) y la sociedad que los genera, legitima y les otorga validez.
La primera reforma de la universidad española tras el franquismo fue durante el primer Gobierno socialista. Siendo ministro de Educación Javier Solana, catedrático de Física, la historia de la ciencia se convirtió en un espacio de conocimiento prioritario. Aquello propició una fugaz expansión académica que a la postre resultó poco más que fuegos de artificio. Permitió, sin embargo, a jóvenes investigadores y docentes formarse en España y en el extranjero como historiadores de la medicina y de la ciencia. En la actualidad, existe en nuestro país un selecto grupo de profesionales con una obra intelectual estimable y una notable proyección internacional.
Constituye, sin embargo, un colectivo académico pequeño y marginal. La universidad española, y también la enseñanza secundaria, siguen enseñando una ciencia y una tecnología sin historia, sin pasado y sin raíces sociales. Así explicadas, la ciencia y la tecnología se presentan como un saber indiscutible y dogmático. ¿Acaso la sociedad española no es consciente, como sucede en otros países europeos, de la importancia de la dimensión social y cultural de la ciencia para difundir entre ciudadanos libres un espíritu crítico que vaya más allá del aprendizaje utilitario de ideas e instrumentos? Instruir, formar, difundir el conocimiento científico-tecnológico es algo más que transmitir ideas incuestionables, enseñar el uso de instrumentos complejos o vulgarizar curiosas banalidades y esperanzas de futuro próximas a la ciencia-ficción. Hoy más que nunca, educar ciudadanos libres significa ofrecer instrumentos de análisis y reflexión y solo el estudio de los nexos de unión entre ciencia, cultura y sociedad a través del método histórico puede contribuir a un uso más consciente del poderoso aparato de la tecnociencia. El estudio antropológico, histórico, filosófico o sociológico de la ciencia y la tecnología está prácticamente ausente de nuestro mundo académico, aunque sea un productivo espacio de reflexión interdisciplinar. Excelentes profesionales los hay. Igual que hace varias décadas la intolerable situación de las mujeres impulsó centros de estudio de las relaciones de género, en estos momentos habría que romper una lanza por los estudios sobre la ciencia y la tecnología.
El historiador francés Lucien Febvre publicó en 1953 sus Combats pour l'histoire en una etapa difícil, en la que el saber histórico estaba llamado a contribuir a la comprensión de lo humano y a la reconstrucción de Europa. Hoy la relevancia de la tecno-ciencia es tan abrumadora que habrá que librar también una batalla por la historia, para ahondar en las raíces y situar a la ciencia y la tecnología en el lugar que les corresponde.
Josep Lluís Barona es catedrático de Historia de la Ciencia de la Universitat de València.
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