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ARQUITECTURA

Modernos en el desierto

Anatxu Zabalbeascoa

La fiebre por construir en el desierto no es ni nueva ni privativa de los millonarios jeques del Golfo Pérsico. Muchos de los maestros modernos fueron reclamados para dibujar ciudades de futuro en lugares con cimientos milenarios. El pacto era el de un renacimiento mutuo: las estrellas de la vanguardia iban a tener, alejadas de Occidente, sus mayores y mejores oportunidades. En contrapartida, las ciudades de Oriente Próximo adelantarían décadas de progreso en la carrera de la historia. Visto como se quiera, intercambio cultural o carrera de obstáculos, lo cierto es que detrás de espléndidos edificios figuran, de la mano, países con ansias de demostrar su reciente independencia y proyectistas con la ilusión de cambiar el mundo. Aunque tampoco faltaban dictadores compartiendo con arquitectos una férrea voluntad de dejar huella.

Así, Le Corbusier, que ya en 1942 había ensayado el proyecto para una hacienda agrícola en Cherchell, al norte de África, realizó, casi una década después, las casas Shodhan y Sarabhai en Ahmadabad (India). El contacto con los ladrillos hechos a mano y cocidos al sol dejó huella en la arquitectura que el francosuizo continuó levantando en Francia. Tanta como la cubierta plana del Tribunal Supremo que, convertida en lugar de asamblea, marcó el plan urbanístico para otra ciudad india, Chandigarh. Allí firmó Le Corbusier la totalidad de los edificios institucionales: del Parlamento a los ministerios. Otro moderno ancho de miras, Louis Kahn rondaba los sesenta cuando comenzó a proyectar el Instituto Indio de Administración, en Ahmadabad. Y rebosaba los setenta cuando concluyó la Asamblea Nacional de Dhaka, la capital de la entonces joven Bangladesh. La aventura en Oriente fue, en realidad, la última en la vida de este arquitecto que murió al regresar de uno de sus viajes. Le Corbusier y Kahn no estaban solos al otro lado del mundo. Frank Lloyd Wright y Antonin Raymond habían dado los primeros pasos, instalándose en Japón. Farah Diba llamó a Alvar Aalto para que construyera el Museo de Arte Moderno cuando el Sha quería modernizar Teherán. Aunque no tuvo suerte el finlandés. La revolución del ayatolá Jomeini truncó sus planes al igual que la desaparición del rey Faisal le había impedido antes construir otro museo en Bagdad. Con los occidentales, algunos arquitectos locales, como el indio Balkrrishna Doshi, llegaron tan lejos en la modernización de la arquitectura tradicional de su país que su relación con los maestros fue de igual a igual (a pesar de la diferencia de edad, Doshi tiene 81 años hoy). En ese intercambio de visiones está la clave de los viajes arquitectónicos. Las mejores obras de la época fueron permeables: se empaparon del lugar tanto como los autores modificaron, o ampliaron, su visión del mundo y la arquitectura. Por eso, los edificios hablan a un tiempo de los lugares y de sus autores. Se podría decir que lejos de casa fueron más libres. -

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