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Reportaje:Fútbol internacional

El agujero negro de Abramovich

El Chelsea ha perdido 500 millones en los cuatro años que lleva el ruso como dueño

Las calles de la ciudad deportiva del Chelsea no están pavimentadas en oro. Negar esa obviedad se ha convertido en la gran desgracia del club: Peter Kenyon, su director ejecutivo, debe argumentar contra lo increíble y prometer lo inalcanzable. Los datos económicos del Chelsea en las cuatro temporadas que lleva en manos de Roman Abramovich, -huérfano y rico desde el humilde origen de vendedor ruso de patos de plástico-, le han colocado en esa posición.

Primero, el origen del mito. Como Abramovich lleva invertidos 578 millones de euros, la leyenda de la máxima opulencia rodea al club -"y ya acabaron los tiempos en los que nos miraban como si tuviéramos calles de oro", asegura Kenyon, que tiene más que difícil cumplir su promesa de lograr el equilibrio presupuestario en 2010-. El Chelsea suma 508 millones en pérdidas en los cuatro años que lleva Abramovich al frente. Es un agujero negro: tanta inversión ha rentado dos Ligas y tres Copas en cuatro cursos y medio; el despido de dos técnicos -Ranieri y Mourinho-, polémicas mil y la ojeriza de los competidores.

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En el Madrid lo tienen claro. "No podríamos funcionar con esas pérdidas", explican fuentes del club. "Es evidente. No tenemos un socio capitalista que restablezca el dinero perdido al final de cada ejercicio, alguien que restablezca el equilibrio patrimonial. Una institución como la nuestra es inviable en situación de pérdida continuada. Sería imposible. No podemos tapar agujeros. Tenemos que producir excedentes", continúan; "su fórmula no afecta a nuestra competitividad, aunque estamos en inferioridad. Iba a decir que lo suyo es competencia desleal, pero no me atrevo".

Tanto dinero ha provocado hasta muertes ficticias. "¡Mi hijo fichará por el Chelsea por encima de mi cadáver!", rugió Hans, el padre de Robben en 2004; "tiene un dueño sin una filosofía de club. Compran jugadores por toda Europa y piensan que eso les hará un gran equipo". Y se fueron a ver las instalaciones del Manchester United. Y allí les prometieron jugar 40 partidos al año. Y algo, quién sabe qué, hizo que el chico acabara en el Chelsea, como Shevchenko, fichado por 45 millones con más de 30 años. Hoy, Robben está en el Madrid, que pagó 35 millones por él. Fue una excepción entre un mar de decisiones ruinosas: el club arrastra un desequilibrio de 112 millones en la balanza que mide lo que le costaron los fichajes y lo que ganó por los traspasos.

El Chelsea no debe dinero a los bancos. Se lo debe a Abramovich, al que Oleg Deripaska, El Rey del Aluminio, acaba de superar como el ruso más rico: 27.000 millones por 15.000. "Ha demostrado de forma continua que su compromiso es a la larga", resopla Kenyon cada vez que se le insinúa que el club desaparecerá si el millonario se va.

Las líneas de trabajo en el club de Londres son claras. Hay que reducir la masa salarial -unos 134 millones al año-; gastar menos en fichajes; amortizar el gasto de la nueva ciudad deportiva -30 millones para transformar las instalaciones del siglo XVIII del King's College London-, y mantener como mayor acreedor del club a su dueño. Mientras llegan los títulos, bien están los excesos. Abramovich tiene cinco hijos, yates y un divorcio con las dimensiones de un cataclismo. Separarse de Irina, una azafata rusa, le costó casi 200 millones.

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