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Reportaje:Puro teatro

Tío Pepe en Etiopía

Marcos Ordóñez

Qué busco? Fragmentos. Destellos. Fragmentos de verdad, de emoción, sacudidas de risa o de misterio, me da lo mismo. Cuando a veces, muy de tanto en tanto, atrapo algo entero, rotundo... bueno, eso ya es como jugar al póquer y ganar, como en el chiste. Llevo tiempo decidiendo, por higiene mental y para no hacer perder el sagrado tiempo de los lectores/espectadores, escribir tan sólo de aquello que me provoque una reacción poderosa, una sacudida: un gran placer o un repelús intolerable. He reservado el capítulo de los repeluses a las piezas de, digamos, caza mayor: autores y directores de fuste, grupos que nos han deslumbrado y que, de repente, bajan la guardia y se venden barato. Lo sé, ahí asoma, peligrosamente, el viejo profe que todo crítico lleva dentro: "Me ha decepcionado usted, señor X. El examen no estaba a la altura de su talento. Más me duele a mí el cate. Vuelva en septiembre".

Ha estado en África, como cada año, y se ha traído a cinco danzarinas. Es casi seguro que la velada mejoraría sin ellas pero ¿quién se atreve a quitarle el cascabel a esas cinco gatas emigrantes?

Voy descartando también los palos a las llamadas "salas alternativas", demasiadas veces un cajón de sastre donde se torea con espadas de lata. Hay una especie de chantaje emocional en las alternativas que sólo pide celebración. No deja de ser lógico: si brota la sorpresa, hay que proclamarla, pero es muy duro amplificar el quiero y no puedo, la medianía bienintencionada, la espadita precaria. O el tropezón, así que nada diré de Singapur, de Pau Miró, en la Beckett: guarda, lo ha demostrado, mejores cartas en la manga.

Luego están los grandes éxitos de público que te dejan impávido, pese al presunto fuste. Silencio, pues, sobre A la Toscana, de Sergi Belbel, que ha arrasado en el TNC y empieza gira y en primavera se verá en Madrid. Apunté: "Formalismo vacío, pretensiones de profundidad, buenas interpretaciones". Poca tela para zurcir una crítica. Y tampoco es cuestión de amargarle el éxito, tras el garrotazo a Mòbil.

Una ley no escrita de la crítica afirma que no es bueno para el espíritu (ni el tuyo ni, desde luego, el del autor) atizar dos vareos seguidos. Cremallera en torno a La Torre de la Défense, de Copi, en el Lliure, con, de nuevo, excelentes actores. Marcial Di Fonzo Bo, su director, está convencido de que este intento de vodevil pelmazo y truculento "irrita profundamente a la derecha". No seré yo quien le quite la ilusión, aunque le recomendaría una lectura atenta de Joe Orton.

Tampoco me apetecía escribir sobre el primer gran patinazo de Daulte (y otro notable éxito de público, por cierto): Intimitat, en la Villarroel. Y eso que el argentino suele jugar en la Super Bowl, pero esta vez ha perdido el alma en el viaje. Tedio y pasmo grande: un Daulte sin alma, nunca lo hubiera dicho. Demasiado trabajo esta temporada, va a ser eso. O sobredosis de Joel Joan: les deseamos a ambos una pronta recuperación.

No está siendo un invierno muy boyante, la verdad sea dicha, aunque si repaso mis crónicas de los dos últimos meses constato cinco o seis alegrías, el vaso medio lleno. En lo alto del hit parade, Veronese, La Zaranda y La Cubana. Casi sobresaliente, rozando el larguero, La Plaça del Diamant, Après moi le dèluge, Coral Romput. No vi el Bernhardt de Lupa: prescripción facultativa. Ya lo veré cuando sea un adulto equilibrado y paciente: me pasaron el vídeo. Reciente, el estupendo pas a deux de la Espert y Bosch en Hay que purgar a Totó: un gran fragmento. Recientísimo, La sonrisa etíope, el retorno de Rubianes al Club Capitol, donde se tirará tres meses o tres años, con o sin cuerpo de baile, aunque presumo lo segundo. Tres, cuatro grandes fragmentos en un espectáculo de dos horas. Una función alargada. Por el cuerpo de baile, mismamente. Rubianes ha estado en África, como cada año, y se ha traído a cinco danzarinas. Él dice, chungón, que para poder parar cada tanto y salir a fumar y tomarse un trago entre cajas. También dice que es un homenaje a la alegría del lugar y no lo pondremos en duda, aunque la cosa recuerda muy mucho a las giras rapsódico-sicalípticas de Don Mendo y sus huríes. Con un puntito de Exposición Colonial, cierto, redimido por la autochunga y la feliz desfachatez. Es casi seguro que la velada mejoraría sin ellas pero ¿quién se atreve a quitarle el cascabel a esas cinco gatas emigrantes? La función podía llamarse Un golferas en África o, mejor, por aliterante, Tío Pepe en Etiopía. Una Etiopía inventada, como las Impressions d'Afrique de Roussel, o los periplos irreales de Bob Hope y Bing Crosby. O los Viajes morrocotudos de Zúñiga. Me reí, y a lo grande, cinco o seis veces. Risa sostenida, delirante, arborescente: la especialidad de Chez Rubianes. Un Rubianes muy blanco, con una escatología casi angélica. Ha vuelto muy contento de Etiopía. Con más vitalidad, si cabe. He ahí, vaya novedad, a un actor que comunica con su público a la que abre la boca. Un prodigio de simpatía, de gracia enloquecida. Para el resto de España me temo que sigue siendo, lástima, una criatura del averno. Deberían ver este espectáculo. Con sus orquitis ya clásicas, y sus buitres que hablan en inglés, "como Bush", y sus variantes: vuelve el ojo de vidrio de la abuela, ahora perseguido en el vaso por la dentadura postiza.

Rubianes es capaz de llevarnos de la nariz por cualquier laberinto: su abortado romance con Weini, tremenda etíope, entreverado con las cuitas parejiles de María, la regidora (otro clásico), y los réditos de la Caixa, y las acusaciones de haber matado a Cristo ("¡como se enteren en la Cope!"). Rubianes nos parte el pecho con recursos que hundirían en la miseria al más pintado: las reiteradas falsas traducciones de lo que cuentan las bailarinas, o el momento en que pone a todo el auditorio a imitar a animales selváticos. Hasta si nos pusiera a corear "cucú, cantaba la rana" funcionaría. Y el desvarío final en el hotel, basado en el baratísimo equívoco entre "Checkin out" y "Chicken now", que culmina en una diarrea homérica por sobredosis de pollo frito y mixed juice. Ni Cheech & Chong matados a porros se hubieran atrevido a enhebrar una gracejería tan chusca, pero el golfante, con más morro que un ornitorrinco, va y nos la hinca, con perdón. -

La sonrisa etíope. Club Capitol. Barcelona

Pepe Rubianes, con las cinco bailarinas de <i>La sonrisa etíope.</i>
Pepe Rubianes, con las cinco bailarinas de La sonrisa etíope.

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