_
_
_
_
_
EXTRAVÍOS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Expiación

En esos dos productos británicos de éxito, razonablemente manufacturados para tal propósito, titulados en inglés Atonement, el primero y original, la novela de Ian McEwan (1948) publicada en 2001 y traducida al castellano al año siguiente como Expiación (Anagrama), y el segundo, la versión cinematográfica de la anterior, realizada por Joe Wright en 2007 y proyectándose ahora en nuestras pantallas, se desarrolla el tema de la culpa, pero no tanto en relación con un hecho concreto, sino como el signo de Caín de la vocación artística. Me explico: en la novela y en el filme, la anécdota desencadenante es la calumnia criminal que urde a sabiendas una adolescente de 13 años, de ardiente imaginación y en trance de fraguar su vocación como escritora, contra un joven de ventipocos, del que se cree enamorada, pero al que imprevistamente descubre besando a su hermana mayor. Alucinada y enrabietada por el hecho, la frustrada amante adolescente aprovecha un conjunto de casualidades propicias para denunciar al objeto de su ensueño erótico como violador, logrando que sea injustamente condenado e infligiéndose a ella misma una herida, de la que todo el resto de su vida tratará de curarse mediante la literatura.

Tal es, en sucinto resumen, la intriga de Expiación, que explota un modelo previo muy eminente, Otra vuelta de la tuerca, de Henry James (1843-1916), donde también se nos habla de esa natural perversidad de la infancia en cuanto ésta es de suyo amoral y, según y cómo, por tanto, potencialmente peligrosa. ¿Y cómo no recordar al respecto Cumbres borrascosas de la asimismo escritora británica Emily Brontë (1818-1848)? Sean cuales sean los antecedentes, la deriva final del relato de McEwan es la reflexión que hace, en la ancianidad y próxima a morir, la ya escritora famosa, pero en su primera adolescencia lo suficientemente malvada como para destrozar sin remedio la vida de dos infelices amantes.

"El problema a lo largo de estos cincuenta y nueve años", afirma entonces la escritora evocando los casi 60 años que la separan de su crimen, "ha sido el siguiente: ¿cómo puede una novelista alcanzar la expiación cuando, con su poder absoluto de decidir desenlaces, ella es también Dios?". Esta interrogación, que McEwan embute, por boca de su sosias femenino, en el epílogo de su novela, desrealiza toda la intriga anterior para emplazarla en lo que hoy se denomina metarrelato, o, lo que es lo mismo, literatura sobre literatura, donde la culpa y la expiación son sólo entes de ficción intrascendentes.

En un breve y muy enjundioso ensayo titulado La pasión domesticada. Las reinas de Persia y el nacimiento de la pintura moderna (Abada), Félix de Azúa explica cómo, siguiendo la senda cartesiana de reducir la geometría al álgebra, las pasiones a la física y el pensamiento al método, no sólo nos instalamos en nuestro secularizado mundo moderno, sino que el arte no aceptó ya más que una realidad, por decirlo así, "artistizada"; es decir: devino meta-arte, en el que el artista se mira al espejo y, para valorar sus productos, no encuentra literalmente otra salida que la del éxito, éste mismo su culpa y su expiación. -

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_