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Columna
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Vade retro, Satanás

Madrid ya no es la ciudad amable de otros tiempos. La delincuencia callejera de diverso calibre está haciendo a la gente muy desconfiada con el prójimo. Vuelve otra vez a la vía pública el insidioso teorema de que toda persona es un hijo de puta mientras no demuestre lo contrario. Realismo rastrero, cruel e injusto que se infiltra vertiginosamente en nuestras vidas. Preguntas cualquier cosa por la calle; te contestan ladrando con cara de perro mosqueado. Pides algo en un bar donde no te conocen; el camarero/a te obsequia con un gélido rictus de desdén. Vas a confesarte con el cajero automático, y quisieras llevar contigo un mastín leonés o un elefante experto en artes marciales. Sales de noche, y vas con un karateka. Y así, todo.

La ausencia generalizada de amabilidad implica un cambio radical en la fisonomía de Madrid. La capital de España se está convirtiendo en territorio de anacoretas huraños que sólo derrochan afabilidad en cubículos íntimos. Todo lo demás es temerario. Pero esto es la pescadilla que se muerde la cola, porque incluso en esos saraos endocrinos todo el mundo sospecha que está rodeado de aves de rapiña. En el fondo, siempre fue así, y siempre lo será. Realismo escéptico. Esto es la selva, ciudadanos.

Viene bien una temporada de retiro espiritual y soliloquios a la hora de maitines. Por otra parte, Madrid es cada vez menos dicharachero, cosa que tiene también su parte positiva. Fue un escritor chino quien definió magistralmente la cháchara insustancial de las tabernas: "El placer de una conversación es algo raro, porque los que son sabios rara vez hablan, y los que hablan rara vez son sabios" (Lin Yu Tang).

Madrid va bien, polución aparte. El eje Prado-Recoletos se está poniendo muy guapo, uno de los ámbitos más atrayentes de Europa para los amantes del arte. Pero es inadmisible la desaparición de la amabilidad en nuestra existencia. Nos estamos haciendo eremitas para bien de nuestra alma, pero casi todos los anacoretas están como cabras, como la historia ha comprobado. Esta ciudad es desconfiada y recelosa. ¡Vade retro, Satanás!

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