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Columna
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Los emergentes como refugio

Emilio Ontiveros

No hay dos crisis financieras iguales. La búsqueda de denominadores comunes en la pródiga historia de episodios de inestabilidad de esa naturaleza ha de sortear relevantes salvedades. Sin necesidad de refugiarse en cautelosas explicaciones como el hallazgo de "cisnes negros" (episodios raros, según la popular explicación de Nassim Nicholas Taleb, de difícil predicción pero gran impacto, que caen fuera del ámbito de las expectativas habituales), lo cierto es que la convulsión crediticia originada en Estados Unidos tiene poco que ver con la docena larga de convulsiones financieras globales que han tenido lugar desde la ruptura del sistema de Bretton Woods en 1971. Uno de los rasgos diferenciadores de esta crisis que es más difícil pasar por alto es la preservación de los mercados emergentes. Es más, la mayoría de ese grupo difuso de economías "no avanzadas" se ha convertido en las últimas semanas, desde la reacción de emergencia de reducción de tipos de interés en medio punto por la Reserva Federal, el 18 de agosto, en refugio al que se dirigen una parte considerable de los capitales que en crisis anteriores acababan atrincherándose en valores emitidos por las economías ricas. El comportamiento del tipo de cambio de sus monedas da cuenta de esa rápida transición desde fuente de riesgo a exponente de la calidad, como de forma no menos explícita lo hacen los índices bursátiles agregados de los emergentes, 20 puntos porcentuales por encima del resto.

Uno de los rasgos diferenciadores de esta crisis es la preservación de los mercados emergentes

Sobre algunos de esos países, los BRIC (Brasil, Rusia, India, China), de forma destacada, descansan gran parte de las esperanzas de que la desaceleración económica de Estados Unidos no arrastre al conjunto de la economía mundial. La mayoritaria contribución de esas economías al crecimiento global está acompañada de un marcado saneamiento de las finanzas públicas, una inflación relativamente baja, un superávit de la balanza de pagos, una deuda externa declinante y unas reservas exteriores sin precedentes; intimidatorias, si no fuera por esa explícita pretensión por eludir precisamente los contagiosos efectos de crisis financieras como de las que fueron directos tributarios en el último cuarto de siglo.

Asumir la posibilidad de continuidad de esa "benigna desconexión" de las economías emergentes de los avatares reales y financieros que hoy sufren las avanzadas, en particular la estadounidense, exige hacer lo propio con el carácter manejable de la desaceleración de la demanda en esta economía y, en todo caso, con la capacidad de absorción de lo que ya es la más severa crisis financiera del siglo XIX, y la primera de una nueva generación cuyo epicentro no está en la periferia. Los convencidos de la repetición de la historia buscarán razones para coincidir con los pesimistas crónicos y alimentar los temores de que el excepcional refugio de hoy es la burbuja que mañana puede explotar. -

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