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Columna
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Expolio

En la cumbre del Puig de la Llorença, a 440 metros de altitud y ensartado de antenas, encontramos el símbolo elocuente de cómo no se ha de actuar urbanísticamente en un espacio natural. Los manuales dicen que es un vértice geodésico de segundo orden, aunque se alza majestuoso sobre el litoral mediterráneo, en la línea de costa entre el cabo de la Nao y la punta de Moraira. Por su posición estratégica es capaz de hablar de tú al Montgó que, con casi ochocientos metros de altura, es un referente telúrico de marcada personalidad en la Comunidad Valenciana. Y en el desigual diálogo de monte a cumbre el Puig de la Llorença se muestra herido, destrozado por una inmisericorde actuación urbanística, que durante años y en distintas etapas, ha forjado sus faldas de construcciones estéticamente insufribles y ecológicamente injustificables. No es el único atropello que se ha perpetrado contra el entorno del litoral mediterráneo de la Marina Alta, donde la costa rocosa alterna su impronta con las playas de arena y canto rodado, encomiadas por nuestros huéspedes que vienen a visitarnos desde Europa.

La temporada turística que ahora cierra su época estival ha tenido unos resultados decepcionantes en alojamiento y restauración aunque, una vez más, se intentan maquillar para no reconocer la realidad y para retrasar las decisiones que nos han de permitir recuperar la salud del sector turístico y la ilusión perdida.

Nos encontramos ante un modelo turístico que evidencia su agotamiento y que amenaza con acabar con las posibilidades de futuro, si no se actúa con celeridad y con rigor. Es alucinante que, después de varios años de debate acerca de la conveniencia o no de construir un puerto deportivo o ampliar los amarres en el puerto de Xàbia, todavía se le ocurra a alguien insistir en llevar adelante este atropello que atenta contra el equilibrio biológico de la bahía, ya saturada de contaminación y vertidos incontrolados. La ampliación de los muelles destrozaría la estética y las proporciones de un puerto pesquero que se pensó y para dar abrigo a las embarcaciones que pasan por situaciones de peligro. Un recinto portuario, que se construyó a piedra abierta de la cantera rocosa de la costera de San Antonio, no puede extenderse ni hacia el Tangó ni hacia la playa de grava.

Más demencial fue el intento desvariado de invadir las proximidades de la Cala Blanca, en el otro extremo de la bahía, para fabricar un puerto deportivo que hubiera terminado con la zona sur y con la Cala Sardinera como referente de lo que fue un reducto periclitado de la concesión real de una almadraba para la pesca del atún. Ahora sin respeto a la identidad pesquera del puerto ni mayores agresiones paisajísticas, ya no quedan ni atunes ni reminiscencias de la almadraba.

La costa valenciana ya está saturada de edificaciones y barcos. Habrá que pensar en mirar hacia el interior sin llegar a los extremos que se observan en el Puig de la Llorença o en los montes de Gata y Pedreguer, siempre en la Marina Alta, donde los ayuntamientos en connivencia con la administración autonómica se han propuesto acabar con la gallina de los huevos de oro.

La actividad turística de la zona padece las consecuencias de una estacionalidad que reduce la temporada a cincuenta días para rentabilizar a duras penas los costos de 50 semanas. No hay gestión avanzada capaz de mantener instalaciones, personal y gastos de explotación durante 12 meses cuando, en el mejor de los casos, la temporada alta no alcanza los dos meses. Demasiados gastos fijos para trabajar mes y medio. En vez de estudiar cómo se destroza el medio ambiente, sería mucho más eficaz buscar fórmulas para superar la excesiva estacionalidad que provoca concentraciones, sobre todo en el mes de agosto, que ponen seriamente en peligro las oportunidades y las bondades de un entorno privilegiado.

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El Puig de la Llorença es muestra lamentable de lo que se acaba destrozando sin sentido. Ya se ahogó, en su día, la Torre d'Ambolo. El Puerto de Duanes se ha privatizado y saturado para un uso improductivo y ajeno a su proyecto inicial. En la playa del Arenal se va a cerrar en breve el segundo anillo de construcciones en altura. Muere para siempre la perspectiva de una ensenada insólita, fruto de la segunda desembocadura del río Gorgos. Tiempo atrás y con irresponsabilidad se taponó la Fontana para amarrar más barcos que algún día saldrán al mar sin patrón ni gobierno. ¿Dónde están los aparcamientos necesarios y las carreteras adecuadas para que el tránsito y la comunicación entre núcleos de población sea fluida y civilizada? ¿Quién se responsabiliza de las previsiones imprevistas?

¿Qué ocurrirá cuando los turistas decidan que definitivamente no les interesa un destino extraviado para una demanda de calidad y descubramos que nos quedamos con los visitantes de bocadillo y furgona? Si bajamos la oferta en calidad y servicios conseguiremos lo que nos hemos ganado a pulso.

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