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Entrevista:LECTURA

La muerte de Sasha

¿Quién mató a Litvinenko? La incógnita persiste ocho meses después del asesinato del disidente y ex agente ruso

Moscú, 8 de junio de 2006.

La Duma estatal aprueba una ley que permite al FSB [Servicio Federal de Seguridad, la rama interior del antiguo KGB] enviar comandos para asesinar a "grupos terroristas" en el exterior. (...)

La llamada llegó el sábado 11 de noviembre de 2006. Radio Eco de Moscú preguntaba: "¿Podría confirmar que Alexander Litvinenko ha sido envenenado?".

Yo estaba en París, de camino a Londres, y no había oído las noticias, así que fui a comprobar en Internet lo que había pasado. La primera información sobre el asunto procedía de la página web de Ajmed Zakáyev, Chechenpress.info, que el 1 de noviembre anunció que Sasha había sido envenenado, supuestamente por el FSB.

Me puse en contacto con Sasha a través de su teléfono móvil. Estaba en un pequeño hospital comunitario del norte de Londres, no lejos de su domicilio. Su voz sonaba bastante enérgica.

Muerte de un disidente. Ed. Taurus

La muerte de Alexander Litvinenko parece surgida de una novela de los tiempos de la guerra fría. Intriga, suspense y un desenlace sorprendente y abierto. Este libro rastrea, además, el contexto político de la Rusia de Putin en el que se enmarca la trama.

Sasha estaba demacrado y grisáceo. No había comido en dos semanas y se mantenía gracias a la alimentación intravenosa. Pero tenía ganas de luchar
Carta de Sasha: "Puede que logres silienciar a un solo hombre. Pero, señor Putin, durante el resto de tu vida retumbará en tus oídos un alarido de protesta de todo el mundo"

-Estuve vomitando tres días antes de que me llevaran al hospital. Los médicos creían que había comido sushi en malas condiciones, pero no es eso, yo lo sé.

-¿Qué hay del italiano? -le pregunté. Según el portal de Zakáyev, Sasha se había puesto enfermo después de comer sushi con Mario Scaramella, del que yo nunca había oído hablar.

-Bueno, estuvimos juntos en el restaurante. Podría haber echado algo en mi sopa. (...)

Llamé a Marina. Me dijo que los médicos habían descubierto en su organismo una bacteria que ella "ni siquiera podía comenzar a pronunciar. Le han recetado antibióticos".

-Muy bien. Mañana estaré en Londres.

Todo parecía tan inofensivo. No fui a verle hasta el miércoles 15 de noviembre. Todavía se sentía fatal y yo comencé a preocuparme un poco: dos semanas de convalecencia es un periodo demasiado largo para una intoxicación alimentaria. Lo que vi al llegar al hospital Barnet no me hizo sentirme mejor. Tenían a Sasha en una unidad para infecciosos. Tuve que ponerme guantes y un delantal antes de entrar en ella, y no tocar al enfermo para protegerle de cualquier posible infección accidental por parte del visitante.

-Está neutropénico -me indicó el médico, con lo que quería decir que su nivel de neutrófilos (un tipo de glóbulos blancos) era anormalmente bajo. Así ocurre cuando la médula ósea deja de producir los glóbulos blancos que se necesitan para combatir una infección. Ninguna intoxicación alimentaria causaría ese síntoma.

-¿Por qué? -le pregunté.

-No lo sabemos. (...)

-Sospechamos que hay algo sucio -le dije-. ¿Han informado a la policía?

-En este momento, la causa puede ser benigna o maligna. No podemos entrar en contacto con ellos hasta que no estemos seguros. Estamos esperando el informe de toxicología.

Sasha estaba demacrado y grisáceo. No había comido en dos semanas y se mantenía gracias a alimentación intravenosa. Pero se estaba moviendo por la habitación y tenía ganas de luchar.

-Tal como empezó, pensé que me iba a morir -señaló-, pero inmediatamente me bebí más de cuatro litros de agua y me obligué a vomitar, para limpiar el estómago. Esos estúpidos no me escucharon. Cuando les dije que me había envenenado el KGB querían llamar a un psiquiatra. Tienes que sacarlo en la prensa británica.

-Ya he llamado a un par de periodistas. Pero nadie va a tratar del asunto sin confirmación policial u hospitalaria. Cuando llegue el informe de toxicología, sabremos con seguridad qué te ocurre. (...)

-Háblame del italiano.

-El italiano no tiene nada que ver en esto. Lo mencioné a propósito, era un truco. El importante es Andréi Lugovoi, pero te ruego que lo guardes en secreto. Estoy tratando de que vuelva a Londres.

Fiel a sí mismo, Sasha estaba haciendo otro gambito. Estaba seguro de que Lugovoi, antiguo jefe de seguridad de Borís [Berezovski] en la ORT, le había envenenado. Después de que se informara de su enfermedad en Rusia, Lugovoi le había llamado desde Moscú para desearle una pronta recuperación.

-Le dije a Lugovoi que sospecho del italiano para que se sienta seguro y vuelva para acabar conmigo -y sonrió irónicamente.

Más o menos un año antes, en una grandiosa fiesta que Borís había celebrado con ocasión de su sexagésimo aniversario en un castillo alquilado en las afueras de Londres, Sasha, Marina, Andréi Lugovoi y yo compartimos mesa. En esa época apenas se me quedó en la memoria; era una sombra del pasado ruso, uno de los doscientos invitados. Pero como Sasha me contó en el hospital, esa fiesta fue el principio de una relación bastante sorprendente entre ellos dos. En Moscú nunca habían sido íntimos.

Tras pasarse 14 meses en la cárcel por el intento de fuga de Glushkov, Lugovoi se dedicó a los negocios y tuvo un gran éxito, se benefició de la nueva prosperidad que generó en Rusia el descomunal incremento del precio del petróleo. Su principal empresa era una agencia de seguridad que proporcionaba guardaespaldas a cientos de nuevos ricos moscovitas. Ante Sasha alardeaba de sus inversiones multimillonarias en los sectores alimentario y de servicios. Le sugirió que trabajara con él; Sasha podía ser su hombre en Londres. (...)

Sasha le dio contactos impresionantes de las empresas del sector con las que había trabajado. Durante ese año se vieron dos o tres veces. Del asunto aún no había salido ningún negocio concreto, pero las perspectivas parecían excelentes. Su última reunión con Lugovoi había sido el 1 de noviembre, en el Pine Bar del hotel Millenium de Piccadilly, dos horas antes de que viera a Mario Scaramella. Según Sasha, Lugovoi estaba con otro ruso al que no había visto nunca. "Tenía ojos de asesino", me dijo. Conocía bien a esa especie.

A la mañana siguiente fui al hospital con Borís, quien, al igual que yo, en un principio había quitado importancia a la enfermedad de Sasha, pensaba que era una infección estomacal. Claramente, Sasha estaba peor. Se le había comenzado a caer el pelo; se arrancó un mechón para demostrarlo. (...)

Me puse en contacto con el profesor John Henry, un reputado toxicólogo del hospital St. Mary, que en 2004 se había hecho bastante famoso -por lo menos en el universo ruso- al diagnosticar el envenenamiento de Víktor Yúshenko [presidente de Ucrania] sólo con ver su rostro en televisión. En su opinión, se trataba de una sustancia llamada dioxina y, de hecho, algún tiempo después, los análisis lo confirmaron.

Le describí al profesor los síntomas por teléfono.

-La caída del cabello es uno de los sellos del talio -me dijo-. Pero la disfunción medular me parece extraña. ¿Padece debilidad muscular?

El talio, un metal pesado, estaba prohibido en el Reino Unido, pero se podía conseguir con facilidad como raticida en tiendas de comestibles de todo Oriente Próximo. Actúa destruyendo lentamente la capa exterior de las células nerviosas, y si se sobrevive a él, se pueden tener problemas neurológicos de larga duración. (...)

A finales del viernes 17 recibimos el informe toxicológico. Era oficial, Sasha había sido envenenado con talio, según me dijo Marina por teléfono desde el hospital. En cierto modo, parecía aliviada. Por lo menos sabían de qué se trataba. Estaban empezando a suministrarle un antídoto. (...)

El sábado por la mañana recogí al profesor Henry de camino al UCH.

-El talio es insípido, incoloro e inodoro -me explicó mientras conducía-. Basta alrededor de un gramo para matarte. Durante más o menos los primeros diez días parece un típico caso de intoxicación alimentaria. El pelo no se te comienza a caer hasta pasadas dos semanas, lo cual proporciona al agresor tiempo suficiente para escapar. Es el arma ideal del envenenador -me dijo.

En el hospital le soltó a un médico una conferencia sobre el talio.

-El cuerpo trata de librarse de él expulsándolo hacia el vientre, pero no tarda en reabsorberse. Lo que hace el antídoto es sujetarlo en los intestinos.

A Sasha le estaban suministrando unas pastillas azul oscuro de "azul de Prusia", un tinte que se utiliza como antídoto. Eran pastillas grandes, que, al tragarlas, dado el estado de su boca, le causaban un enorme dolor. (...)

Cuando salimos, Henry parecía perplejo.

-Es muy extraño, le están tratando por una intoxicación con talio, pero con esa sustancia tendría que haber perdido la fuerza muscular, y no la ha perdido. (...)

El domingo, los periódicos lanzaron la noticia: "Espía ruso envenenado en Londres. La policía antiterrorista investiga".

-Sasha no es un espía -protestó Marina-. Nunca espió. ¿Por qué le llaman espía?

-Ésa es la menor de nuestras preocupaciones -le dije.

El lunes por la mañana, el profesor Henry nos visitó de nuevo. Salió con expresión sombría de una reunión con el especialista.

-No es talio -dijo-. Tiene la médula espinal totalmente destrozada, pero los músculos fuertes; si fuera talio, sería al contrario. Ahora le están tratando como si hubiera tenido una sobredosis de quimioterapia, aunque no ha sido así. A estas alturas, la causa ya no importa demasiado. Lo que más les preocupa son efectos como una súbita disfunción orgánica. Está cada vez más débil.

-Pero en Barnet encontraron talio.

-Ése es el misterio. Está claro que le dieron algo de talio, además de otra cosa... -de repente se paró-. O, espere un minuto, quizá fuera talio radiactivo. (...)

-Pero a Sasha le han sometido a pruebas de radiactividad y no han encontrado nada, ¿verdad?

-Así es. En dos ocasiones. Pero los hospitales sólo están preparados para tratar radiación por rayos gamma. Si fuera de rayos alfa, no la detectarían. (...)

Al día siguiente, su foto, un compendio de sufrimiento y desafío, apareció en millones de pantallas de televisión de todo el mundo. Entretanto, su supuesto J'accuse, firmado en presencia de Marina y de otro testigo, quedaba lacrado dentro de un sobre en la caja fuerte de mi hotel.

Le llevé los periódicos. Su foto estaba en todas las primeras planas.

-Muy bien -dijo-. Ahora no se escapará.

Ésas fueron las últimas palabras que me dirigió. (...)

Durante las siguientes 24 horas, Sasha estuvo muy sedado y perdía intermitentemente la conciencia. Gran parte del miércoles 22 de noviembre lo dediqué a ocuparme de la prensa, a una interminable sucesión de entrevistas, dentro de una batalla propagandística con el Kremlin que ahora estaba en su punto culminante. Por fin llegué al hospital por la tarde. Miré a Sasha a través de los cristales de un cubículo adjunto. Había envejecido más en sólo un día; ahora parecía un hombre de 70 años: calvo, demacrado, con la piel pegada a los huesos. Llevaba 22 días sin comer. (...)

La noche del miércoles, antes de que su esposa se marchara, Sasha se despertó de repente y la miró.

-Me voy a casa, cariño -le dijo ella-. Volveré por la mañana.

-Marina, te quiero mucho -fueron las últimas palabras que pronunció.

Esa noche tuvo un paro cardiaco y le pusieron un respirador. Nunca recuperó la conciencia y murió a las 9.21 de la noche siguiente, el jueves 23 de noviembre. (...)

Londres, 24 de noviembre de 2006.

La declaración de Sasha se da a conocer a los reporteros que están fuera del University College Hospital: (...)

Creo que quizá éste sea el momento de decir una o dos cosas sobre la persona responsable de mi enfermedad actual. (...)

Puede que logres silenciar a un solo hombre. Pero, señor Putin, durante el resto de tu vida retumbará en tius oídos un alarido de protesta procedente de todo el mundo.

Que Dios te perdone por lo que has hecho, no sólo a mí, sino a mi querida Rusia y a su pueblo".

Quizá escucharan al profesor Henry y llevaran al hospital un detector de radiactividad alfa. O quizá llevaran muestras de sangre de Sasha al Establecimiento de Armamento Atómico en Aldermaston, Berkshire, el laboratorio de física nuclear del Reino Unido. El caso es que las autoridades descubrieron lo que había matado a Sasha momentos después de su muerte: era el oscuro isótopo radiactivo polonio-210, emisor de rayos alfa. (...)

Las autoridades tardaron dos semanas en permitir el funeral de Sasha: su cuerpo suponía un gran peligro medioambiental. Inmediatamente después de morir, fue trasladado a un lugar secreto y su espacio en el hospital fue descontaminado. Los patólogos que se ocuparon de su autopsia llevaban trajes antirradiactivos. Al final nos dijeron que nos entregarían el cadáver en un ataúd especial sellado, proporcionado por la HPA. Si la familia deseaba incinerarle, tendría que esperar veintiocho años, hasta que la radiactividad se redujera hasta niveles seguros, es decir, hasta llegar a casi ochenta semividas de polonio-210. (...)

El 8 de diciembre, mientras llovía a cántaros y la policía trataba de mantener a la prensa a distancia, Sasha recibió sepultura en el cementerio londinense de Highgate (...).

Alexander Litvinenko, en su lecho de muerte en un hospital de Londres.
Alexander Litvinenko, en su lecho de muerte en un hospital de Londres.FOTO CEDIDA POR LA EDITORIAL TAURUS
Lugovoi (izquierda) y su socio Kovtun, en Moscú, en noviembre de 2006.
Lugovoi (izquierda) y su socio Kovtun, en Moscú, en noviembre de 2006.REUTERS

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