El suelo que perdemos
La desertificación afecta ya al 28% del territorio andaluz
La reunión en Madrid, hasta el próximo día 14, de la 8º Conferencia de la ONU contra la Desertificación, ha situado de nuevo, en la agenda de la actualidad, la seria amenaza que, a escala planetaria, supone este fenómeno. Un tercio de las tierras emergidas sufren severas pérdidas de suelo que amenazan la supervivencia de más de 1.200 millones de personas.
Cuando en Andalucía se habla de desertificación es fácil caer en el error de asociarla a los páramos, desnudos de vegetación, que dominan parte de la provincia de Almería. Sin embargo, la aridez no siempre es consecuencia de la acción humana. En el caso de los desiertos almerienses esta característica es de origen natural y heredada, de manera que a lo largo de la historia se han modelado ecosistemas peculiares en los que se localizan animales y vegetales perfectamente adaptados a estas condiciones extremas. No se puede hablar de lucha contra la desertificación sino de todo lo contrario: conservación de la aridez.
Por tanto, el esfuerzo por neutralizar este problema no se encamina a frenar el avance natural de los desiertos, sino a evitar que los suelos de zonas áridas o semiáridas se degraden como consecuencia de la actividad humana y las variaciones climáticas. Es decir, proteger aquellos suelos más vulnerables a la erosión en los que, sin embargo, con frecuencia se llevan a cabo aprovechamientos claramente insostenibles. Esta sería la verdadera lucha contra la pérdida de suelo fértil, que en Andalucía se concreta en el Plan Andaluz de Control de la Desertificación, en el que se contemplan, durante diez años, inversiones que superan los 7.500 millones de euros.
Según las últimas estimaciones de la Consejería de Medio Ambiente, en las zonas apenas se pierden tres toneladas de suelo por hectárea y año, mientras que en otros territorios donde se localizan diferentes cultivos las pérdidas pueden superar las 200 toneladas. De hecho, las áreas dominadas por los desiertos, debido a condiciones naturales o a lo que se ha dado en llamar "desertificación heredada", ocupan algo más del 17 % de la superficie regional y se concentran en Almería, mientras que la desertificación activa y vinculada a la acción humana afecta ya al 28% de la región, y a este capítulo se suman parcelas muy extensas de las provincias orientales (el 60% de la superficie de Granada, o el 33% de la de Málaga).
El problema, como señala la propia consejería, presenta características preocupantes, puesto que hay indicativos que señalan un posible agravamiento de la situación, ya que "la sensibilidad a la degradación de las tierras por fenómenos relacionados con la desertificación llega a alcanzar al 85% de Andalucía, extendiéndose por todas las provincias". "Nos podemos encontrar", añade el documento, "con una situación difícil dependiendo, no ya sólo directamente de la actividad humana, sino de la futura evolución del clima en el ámbito mediterráneo".
Los indicadores de cambio climático, que también cita el informe, alimentan esta preocupación. Las temperaturas medias anuales en Andalucía se han incrementado en 1,2º C desde 1915, y las precipitaciones en Granada-Almería, en el decenio 1991-2000, han descendido un 18% respecto al periodo internacional de referencia 1961-1990 (a escala regional el decremento ha sido de un 9,5 %).
Al margen de estas variaciones en factores clave, como la temperatura o las precipitaciones, los fenómenos meteorológicos extremos aparecerán con mayor frecuencia y, en este sentido, inquieta, sobre todo, la sequía. "Los periodos de crisis más fuerte de la sequía en Andalucía, que se muestran aún como algo coyuntural, se pueden llegar a convertir en situaciones estructurales y permanentes, si la evolución que marcan los escenarios futuros se cumple", asegura.
La naturaleza ya está acusando el impacto y la evolución del estrés hídrico en las cubiertas vegetales confirma que los ecosistemas sufren, cada vez más, la escasez de agua, que se revela con índices más que notables en Huelva, Cádiz, Sevilla, Córdoba y Jaén.
De acuerdo con los modelos más fiables de predicción, que están sirviendo para diseñar las políticas de adaptación al cambio climático del Gobierno andaluz, las precipitaciones en la región aumentarán un 3% en el primer tercio de este siglo y después descenderán hasta un 7%. Son significativos los descensos en zonas como la cuenca alta del río Guadalquivir o la Cuenca Atlántica Andaluza, con decrementos superiores al 20%. En temperaturas se espera un aumento progresivo, más evidente en las temperaturas máximas que en las mínimas. En el 2050, señalan estas predicciones, se estima un aumento medio de 1,7 ºC en las mínimas y 2,2 ºC en las máximas; y 50 años después dichos incrementos podrían ser de 4 ºC y 5,4 ºC.
Si estos pronósticos se cumplen, "el escalón diferencial de Sierra Morena con respecto al valle del Guadalquivir desaparecerá. Se homogeneizará el comportamiento de las montañas béticas, llegando a desaparecer los climas de montaña como Sierra Nevada y Cazorla, así como el de las sierras del Estrecho. Se expandirá el área de climas subdesérticos de la zona oriental y, finalmente, subirán las temperaturas de las zonas costeras atlántica y mediterránea".
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