Reportaje:

'Okupas' por una estafa

Una madre y sus dos hijas son las únicas inquilinas que quedan en el piso que el año pasado fue alquilado a 30 familias a la vez

"Seguro que está en alguna playa de Miami tomando el sol", afirma Esmilda Peñaranda esbozando media sonrisa. Habla de Juan Toribio, el estafador que le alquiló el año pasado el piso de San Blas donde vive. A ella y a otras 30 familias. Junto con sus dos hijas, esta colombiana de 43 años es la única que aún vive en el apartamento situado en la calle de Estocolmo, en el distrito de San Blas.

La historia es sencilla. Un dominicano recién llegado a España se dedica a buscar otros inmigrantes que atraviesen una situación que él conoce muy bien: un país extranjero, escasos recursos, poca fami...

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"Seguro que está en alguna playa de Miami tomando el sol", afirma Esmilda Peñaranda esbozando media sonrisa. Habla de Juan Toribio, el estafador que le alquiló el año pasado el piso de San Blas donde vive. A ella y a otras 30 familias. Junto con sus dos hijas, esta colombiana de 43 años es la única que aún vive en el apartamento situado en la calle de Estocolmo, en el distrito de San Blas.

La historia es sencilla. Un dominicano recién llegado a España se dedica a buscar otros inmigrantes que atraviesen una situación que él conoce muy bien: un país extranjero, escasos recursos, poca familia y muchas ganas de prosperar y sacar adelante a los suyos. La única diferencia es que para lograrlo, a él no le importa pisotear a los de su condición.

Él también es inmigrante, pero con clase, "con mucho swing", como le definió un abogado. Así que monta una falsa agencia inmobiliaria y alquila el mismo piso, su piso, a unas 30 familias de inmigrantes. Les cobra adelantos de entre 1.500 y 4.000 euros y los cita para la entrega de llaves el mismo día y a la misma hora. Todos aparecen un sábado por la mañana con los muebles a cuestas y con los maleteros llenos de restos de sus vidas anteriores. Sin vuelta atrás.

Esto pasó a principios de agosto del año pasado y el timador sigue fugado. En este año, Esmilda y sus hijas han convivido con otras tres familias que se resistieron a abandonar la casa. Tenían los bolsillos vacíos y poca gente a la que recurrir.

Vivieron un tiempo en armonía. Dieron de alta la luz, el agua y el gas. Cocinaban por turnos y para todos. Y se hacían cargo de los niños de forma conjunta. Pero los roces y la tensión de convivencia hicieron lo que no consiguió el propietario. El pasado marzo, Carmen y su marido, la última pareja que quedaba en la casa con ella, se marcharon. Consiguieron amortiguar el golpe de la estafa y encontraron un piso. "Yo no he podido todavía. Ninguna administración nos ha ayudado, ni se han dirigido a nosotros", dice Esmilda en el salón de su casa, mientras sus niñas, de dos y tres años, corretean.

Su marido, Hussain, un paquistaní que trabaja en una nave industrial de Moratalaz, duerme en el locutorio de un amigo y se acerca a ver a su familia cuando tiene tiempo.

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Según los afectados, el Ayuntamiento les ofreció albergues para dormir. Pero lo rechazaron porque hubiera sido renunciar definitivamente a su dinero y porque no podían llevarse sus pertenencias. El caso sigue en el juzgado. El propietario del piso no se ha dirigido en ningún momento a los inquilinos y prefiere no hablar del tema. Toribio sigue fugado.

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