A TOPE

Una de aeropuertos

Cuando hace años leía columnas de opinión que hablaban de principio a fin de viajes en avión, retrasos en los aeropuertos o pérdidas de maletas, me decía: "Este articulista es un pijo redomado. Le ha pasado algo en uno de sus viajecitos y quiere desahogarse en su pequeña tribuna pública. Es una vergüenza. En realidad, la mayoría de la gente no viaja en avión. A los lectores se la sopla si este señor habla de que su vuelo estuvo retrasado varias horas. Se está mirando las pelusas del ombligo". Al acometer la escritura de esta columna, he empezado a teclear una anécdota de aeropuerto e inmediata...

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Cuando hace años leía columnas de opinión que hablaban de principio a fin de viajes en avión, retrasos en los aeropuertos o pérdidas de maletas, me decía: "Este articulista es un pijo redomado. Le ha pasado algo en uno de sus viajecitos y quiere desahogarse en su pequeña tribuna pública. Es una vergüenza. En realidad, la mayoría de la gente no viaja en avión. A los lectores se la sopla si este señor habla de que su vuelo estuvo retrasado varias horas. Se está mirando las pelusas del ombligo". Al acometer la escritura de esta columna, he empezado a teclear una anécdota de aeropuerto e inmediatamente me he acordado de estas reflexiones adolescentes. Tengo pavor a haberme convertido en lo que más odiaba, pero por lo menos prometo que la historieta tiene enjundia y que no tiene nada que ver con cambios de terminal, jet lag o cualquier alarido quejica de columnista con síndrome de clase turista.

La acción transcurre en el aeropuerto de Loiu. Estoy con mi amigo y colaborador Diego San José y ambos estamos pasando nuestro equipaje de mano por el detector de metales. Diego lleva una mochila bastante típica, de las de toda la vida. Es azul y con un dibujo en el bolsillo pequeño. El vigilante que observa la pantalla de rayos X dirige una intrigada mirada a Diego. Habla con su compañero en voz baja y finalmente se acerca a nosotros. "El dibujo que llevas en la mochila es una bandera, ¿verdad?", dice el guarda. Diego asiente y el otro prosigue: "¿No será la de Pakistán?". Mi amigo se queda atónito por dos razones. La primera es que la bandera que lleva en la mochila es la de México. La segunda razón de su asombro es qué hace un guardia de seguridad investigando banderas de Pakistán.

A lo mejor en el control tienen órdenes de inspeccionar con mayor celo a aquellos que porten banderas de Pakistán, pero supongo que antes de hacer eso deberían saber cómo es esa bandera. La de México es una franja vertical verde, otra blanca y otra roja con un águila en medio. No conocía el aspecto de la bandera de Pakistán pero supuse que tendría algún parecido con la enseña mexicana, lo que propiciaría el equívoco. Busqué en Internet. Wikipedia: "Bandera de Pakistán". Nada que ver. Verde, con una luna creciente y una estrella, con una pequeña franja vertical blanca a la derecha. Vamos, que es más fácil confundir una enseña mexicana con la ikurriña.

No voy a abundar en lo pesadillescos que son los controles de seguridad en los aeropuertos, porque más dura es la tortilla que ponen en Lerma en la parada del bus que va a Madrid y nadie escribe artículos sobre eso. Sin embargo, sigo alucinando con un agente de seguridad emparanoiado con banderas musulmanes y al mismo tiempo ignorante de la apariencia de las mismas. No me extrañaría verle retener a la plantilla entera de los juveniles del Athletic porque el escudo de su camiseta le parece similar al de Hamas.

Por cierto, nuestro avión salió con bastante retraso. Al final no he podido evitar ponerme pequeño-burgués quejica. En realidad es lo que soy. No nos engañemos.

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