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Columna
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Generación

Esta semana, la Fundación José Manuel Lara ha reunido en un palacio de Sevilla a dos docenas de jóvenes escritores con una banda de periodistas en el intento de enterarse de si existe una nueva literatura, y, de ser así, qué zapatillas calza, si fuma o no fuma, si dispone o no de una cuenta corriente saneada y esas cosas que interesan a las suegras. Una de las mesas había sido reunida al calor de una pregunta que más parece propia de la facultad de Geografía e Historia que la de Filología o Periodismo: ¿existe una generación emergente de narradores andaluces? Como los organizadores tuvieron la ocurrencia de invitarme al debate, confieso que pasé algunas semanas perplejo rondando la cuestión, mirándola del revés y del derecho, tratando de observarla al trasluz en el parabrisas del coche o de masticarla buenamente cada vez que se me introducía entre el tenedor y el filete. No era la primera vez que me sucedía; quiero decir, no era la primera ocasión en que alguien me señalaba con esa etiqueta para pasar a continuación a cuestionarme qué tótem adoraba o cuáles habían sido mis abuelos, ni la primera, tampoco, en que yo miraba a mi alrededor con la sensación de haber sido confundido con otra persona. Sí, puedo decir que soy andaluz porque así lo certifica mi documento de identidad, aparte de contar con un acento perezoso a la hora de acatar las eses que me delata en cuanto empleo un idioma extranjero; puedo decir que soy un poco escritor, igual que aquel personaje de Mihura que se presentaba como un poco militar, aunque en este mundo en que vivimos haber perpetrado cinco novelas y artículos de prensa para alimentar cien papeleras tampoco suponen una garantía: las garantías se han convertido en un ámbito exclusivo de las cadenas de electrodomésticos. Lo que considero absolutamente inapropiado, o en cualquier caso problemático, es el término generación, con todo su olor a polvo de ateneo, a manual de bachillerato, a fotografía de color ceniza delante de la caoba de un escritorio. Comprendo las facilidades que dicha nomenclatura ofrece al editor de un suplemento, pero me parece que sólo con mucho esfuerzo mis coetáneos podrían ser introducidos en sus costuras sin hacerlas estallar.

Hecha esa salvedad, cabe admitir que existe una nueva hornada de autores meridionales que se mantienen aproximadamente en la misma franja de edad, en torno a los treinta y tantos, y que perseveran en la absurda manía de consagrarse a esta profesión avara que es la literatura. Más allá, encontrar coincidencias y similitudes se convierte en tarea espinosa y el aprendiz de crítico franquea terreno minado. La actual narrativa andaluza, si es que podemos emplear ese legalismo, no difiere en esencia de la narrativa que en otros puntos de este país, y de otros, realizan todos los diletantes que aún no merecen páginas completas en los periódicos. Los miro y remiro, los comparo, cotejo sus expresiones, abarco sus intereses y lo único que obtengo es un enorme cajón de sastre donde hay lugar sin contradicción para el ojal y la cremallera y donde nadie se decanta por un tejido exclusivo: el nylon convive alegremente con la pana y el raso. La única tendencia común que he observado, y no sé si eso constituirá un indicio, es que esta camada de escritores es quizá más cosmopolita que otras, que se encuentra más informada y que renuncia conscientemente a los rasgos que suelen asociarse al carácter andaluz: no existe deseo de hacer patria a través del recurso vicario a la letra impresa, no aparece por ninguna parte la pretensión de ser diferente por habitar un trozo de mapa alejado de cierta orilla, no figuran banderas ni colores ante los que cantar himnos a voz en cuello. A mi modesto entender en estas ausencias radica la ventaja más palpable que la supuesta nueva narrativa autóctona podría esgrimir en su defensa: se trata de una corriente absolutamente libre, que no se ata a ídolos de ninguna clase, que no ama ni odia por imposiciones de programa ni permite que los complejos geográficos atasquen el cabo de la pluma o la tecla del ordenador. ¿Cuál es la esencia de la última narrativa andaluza? Ser cualquiera de las otras. Su patrimonio es la infinitud de las bibliotecas.

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