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Columna
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Esta noche gran velada

Encaramado en la cresta de la ola, el gran Alberto encaró con audacia el siguiente reto de su triunfal carrera hacia el número uno y se postuló para el número dos en ágil pirueta, pero esta vez la veleidosa Fortuna no se alió con la audacia y el atleta se estrelló contra un inesperado escollo: el número uno no aceptó su generosa y precipitada oferta; tal vez desconfió el líder gallego de tanta generosidad y tanta precipitación y creyó ver bajo la humilde proposición un exceso de arrogancia y un atisbo de impaciencia para llegar a la cumbre del primer partido de la oposición.

Ya se sabe que el que ocupa el segundo escalón es el que tiene la posición más ventajosa para acceder al primero en caso de tropiezo, resbalón o desmayo del jefe y no hay líder al que le guste tener a su delfín demasiado cerca y mordisqueándole con impaciencia los talones. Los líderes prudentes, que quieren seguir siéndolo, suelen esperar hasta el último momento para designar a su heredero y juegan mientras tanto con la incertidumbre para garantizar la sumisión y el halago de los pretendientes.

Gallardón, el divino impaciente, y Aguirre, veterana multiusos, son dos firmes y peligrosos candidatos
No hay líder al que le guste tener a su delfín demasiado cerca y mordisqueándole con impaciencia los talones

Los líderes prudentes e inseguros prefieren rodearse de una cohorte de políticos ineptos o desahuciados de la primogenitura, tipos incapaces de hacerle sombra porque sólo a la suya pueden seguir medrando. Eso explicaría la presencia de Acebes, el interiorista del 11-M, y de Zaplana, el de las quiebras míticas y las amistades peligrosas, como pretorianos en los primeros puestos del escalafón popular; nadie daría un céntimo por ellos como cabeza de lista, pero en cualquier momento pueden servir como cabeza de turco.

Gallardón, el divino impaciente, y Aguirre, veterana multiusos que ha calentado todos los bancos antes de hacerse con la presidencia comunitaria, son dos firmes y peligrosos candidatos para el día, que no se augura muy lejano, en el que el PP anuncie su forzosa renovación, por desgaste o descalabro, renovación que será de imagen y de caras que no de ideas como la que afrontan hoy los descalabrados socialistas madrileños (la idea de fichar al alcalde de Parla, vencedor casi por unanimidad en las últimas elecciones, resulta tan peregrina como vacua, casi tan peregrina y vacua como aquella tentativa de presentar a la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega como candidata por Madrid).

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Dijo un político sabio que los rivales están en el bando contrario y los enemigos en el propio y, como nos han hecho ver tantas veces, Esperanza y Alberto son algo más que íntimos rivales. Gallardón que tiene, o tenía, fama de prudente, ya tomó una vez la iniciativa a nivel del PP madrileño y salió tocado frente a los partidarios de Aguirre. Ya es la segunda vez que le mojan la oreja y la refutación de Rajoy ha tenido en esta ocasión ribetes de un sarcasmo que ha debido hacer mella en el deslumbrante y reforzado ego del alcalde más votado de la capital en la última etapa democrática. Infausto destino, digno de una tragedia de enredos, el de este hombre acostumbrado a ganar batallas exteriores y a perderlas entre los suyos, vilipendiado por su "progresismo" entre los sectores más retrógrados de su propio partido que debieron votarle otra vez de mala gana y a falta de mejor opción. Sucesos así acaban creando en sus víctimas lo que podríamos llamar, síndrome o complejo del Cid ("Qué buen vasallo sería si hubiese buen señor"), aunque no es probable que Alberto vuelva, por ahora, a desenvainar su Tizona, ni siquiera esa falsa Tizona que acaban de incorporar a su patrimonio sus correligionarios castellanos, comprada a precio de Excalibur.

Y mientras los mancados socialistas madrileños enchufan la linterna de Diógenes para buscar un hombre, mejor una mujer, o dos, que encabecen sus filas, Esperanza y Alberto, solos en la palestra, siguen la brega ante la tribuna de Mariano, feliz de verles tan entretenidos con lo suyo, enfrascados en su peculiar pugilato, haciendo méritos para el día de mañana y ofreciendo un espectáculo ameno y colorista a la afición madrileña de todos los colores, una afición aburrida tras los últimos comicios que a falta de otros estímulos, espera el próximo asalto de este combate pactado entre los dos campeones locales, aspirantes al título de Génova.

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