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Tribuna
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Autocrítica

Tras lo que se podría clarificar de debacle electoral, desde una óptica de aritmética pura de recuento de votos, por lo que a los partidos de izquierda se refiere, cabe, sin embargo, contemplar atenuantes y lecturas que ayudan a entender lo sucedido, sin por ello ocultar unos resultados que deben preocupar sobremanera a los receptores del desaire electoral.

En primer lugar, no debe soslayarse lo condescendiente que es la derecha con la corrupción a su vera, de ahí los encausados que han participado en listas electorales en estos comicios y las holgadas mayorías obtenidas por estos personajes. Uno de tantos, al día siguiente de las elecciones, apelaba a los resultados de las urnas para reclamar su absolución. Sencillo y ya viejo argumento: Si los electores me votan, lo que hago es correcto. Planteamiento impensable en la izquierda, a la que se le persigue por pecados de corrupción del pasado sin querer ver los del presente en la derecha. Esta postura en la izquierda no es admisible, y es que el votante de esta tendencia ideológica se lo piensa, es crítico y acaba castigando esas acciones con votos extremistas o sencillamente no votando.

En estas listas electorales se ha mantenido a demasiados candidatos a la búsqueda de una estabilidad laboral

Sin embargo, dentro de la visión política de la derecha encajan perfectamente esos deslices, al fin y al cabo pelillos a la mar, por un PAI aquí o un "solarcito" comprado a tiempo allí. Pero en el caso de la izquierda, se encuentra con la derecha denunciando cualquier interpretación de lo que pueda aproximarse a la corrupción, en tanto que la derecha apenas encuentra su censura. Y si no, ¿por qué es motivo de escándalo el uso de un avión por un vicepresidente del gobierno socialista, y no lo es la utilización de aviones privados por un ministro del Partido Popular?

En segundo lugar, el discurso de la izquierda sobre la sostenibilidad, el peligro medioambiental, la especulación inmobiliaria, la desigualdad educativa y otras tantas "menudencias" presentes en nuestra sociedad actual no condicionan el voto de la derecha. Bien al contrario lo alimentan. A quién se le ocurre poner en solfa Porxinos y la SAD Valencia CF Aunque sea evidente la patochada, eso la derecha no se lo plantea y a la izquierda le supone perder votos. Hoy no se vota a la ética ni a la honestidad, ni siquiera cuando se dice aquello en lo que efectivamente se cree; algo que, por cierto, no abunda. Moratorias a la congestión y al desastre urbanístico en la costa, o cuestionar estadios fastuosos, puertos de ensueño, iluminaciones de otros mundos, palacios de ópera, circuitos monegascos, parques americanos, manhattan's costeros, rivieras afrancesadas o caribeñas, según se prefiera, en definitiva, casi crear ciudades virtuales, sin supermercados de la droga o sin submundos bajo el río, está condenado al fracaso y a la derrota electoral. El votante de hoy está convencido de que su ciudad o comunidad puede llegar a ser un híbrido perfecto de lo más granado de Europa y del mundo.

En tercer lugar, no se ha conseguido atajar la sangría de la abstención, y ahí esta el auténtico granero de votos de la mayoría política. En ese frente se encuentran muchos de aquellos que piensan que todos los políticos son iguales, y ante esa impresión la izquierda ha fracasado una vez más estrepitosamente, no sabiendo hacer llegar su mensaje. Y es precisamente en manos de ese numeroso grupo social donde se encuentran los resultados electorales de las elecciones generales de 2008. Al fin y al cabo la diferencia absoluta en votos, por ejemplo en Valencia ciudad, que se esgrime como ejemplo nacional entre izquierda y derecha, son 75.000. ¿Acaso es imposible convencer a un estadio de fútbol?

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En cuarto lugar, la izquierda no ha querido aceptar la falta de motivación que impregnaba su oferta electoral, incapaz de ilusionar tras lustros en la oposición. Y todo ello obedece a que la izquierda arrastra rémoras que exigen todo un ejercicio de fe para depositar la papeleta en la urna, pues las listas cerradas continúan con la perversión de mezclar la paja con el heno. Y en las listas de estas elecciones se ha mantenido, como en las pasadas y en las anteriores y anteriores, a demasiados candidatos a la búsqueda de una estabilidad laboral. El acta de concejal o de diputado garantiza un estatus laboral y económico, con independencia de otros efectos que adicionan confortabilidad en los seleccionados, ya sea una comisión, una vicepresidencia, etcétera. De ahí la importancia de asegurarse puestos de salida que garanticen la plaza. Y ¡ya está bien! Qué han hecho los concejales y diputados de la izquierda en los últimos doce o dieciséis años. Que nos lo cuenten. Llegados a este punto, procede recurrir al trabajo y al compromiso, dejar de mantener filopolíticos e integrar en las listas electorales a aquellos capaces de cambiar la tendencia y dispuestos a trabajar por ideales, y si es posible que tengan la vida resuelta de manera que puedan reintegrarse a su trabajo algún día.

Como se decía al inicio de estas líneas, este es un artículo imposible desde la derecha, porque en ese lado político no cabe la autocrítica y menos cuando se gana por mayoría. Es esto lo que diferencia a la izquierda, pero es consustancial y necesaria la mirada introspectiva. De lo cual deben emanar fórmulas que laminen lo mismo que denuncia Nicolás Sánchez Durá en EL PAÍS del 29 de mayo, respecto a la gran sonrisa que esbozaba un alto cargo del socialismo de Castellón la noche de autos electoral. ¿De qué se reía tanto? ¿Había asegurado el pesebre por cuatro años? Una vez más surge el corralito Biona que denunciara en las pasadas elecciones el director de este periódico. Así es muy difícil votar a la izquierda. Hay que taparse la nariz y meter la papeleta. Es hora de regenerar la izquierda, tanto en maneras como en acciones o 2008 será el apocalipsis.

Vicent M. Monfort es profesor asociado en la Universitat Jaume I.

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