Casco o casquete
Una vez se me ocurrió escribir sobre la decadencia en la oratoria de los políticos desde la transición hasta ahora, y una señora, que por cierto tiene un cargo, me asaltó en un cóctel y me regañó airadamente por difundir esa imperdonable injusticia. Acto seguido, defendió como una loba a los suyos, los que la habían nombrado, y como una loba también adornó al equipo contrario con una sola palabra: ¡sinvergüenzas!
La loba vino a decirme que la nostalgia es reaccionaria por naturaleza. Así que en mi afán de darle algo de razón, incluso al que te afea la conducta, decidí que la próxima vez criticaría a la clase política no desde la nostalgia (que no se enfade mi loba) sino desde la más burda comparación. Y me ha venido Dios a ver, porque lo peor que nos ha podido pasar a los devoradores de información política ha sido engancharnos a la campaña electoral francesa. Más allá de los tacones de Royal y de las alzas del diminuto y sanguíneo Sarkozy hemos presenciado un debate intenso sobre dos posibilidades de futuro.
Comparar no es sentir nostalgia en este caso, es sentir envidia. Y no vale ese recurso facilón de acusar al que señala cierta decadencia en la forma de hacer política de estar apelando al principio antidemocrático de "Todos los políticos son iguales". ¡Qué pereza!, las discusiones políticas en España están llenas de trampitas ideológicas. Lo que es, es.
El ciudadano lleva soportando desde el 11-M, por marcar un inicio, un desagradable ambiente de tensión, insulto barato y debate de bajo vuelo, así que ahora es comprensible que ande escaldado y vea el espectáculo de los mítines como una puesta en escena sólo válida para los ya convencidos. El resultado es que puede funcionar más el voto en contra que a favor.
Al buzón me han llegado estos días muchas cartas, vivísimas y reveladoras: siendo estas elecciones las más cercanas al ciudadano hay como una especie de bulle-bulle, de rebelión contra el abuso del político local (que en España cuenta con un poder inquietante), y de necesidad de defender, no ya el planeta tierra sino algo más modesto, el pueblo en el que vives. Me dice A., que escribe desde Vigo, que en el Ayuntamiento hay un comentario que corre de los secretarios a las señoras de la limpieza: "El que no vale p'a otra cosa, se mete a la política". Dice A. que cuando una los tiene tan cerca a diario el hecho de encontrarlos en grandes carteles por las esquinas se convierte en pesadilla.
O en comedia, le digo, porque según abro la puerta de mi domicilio me asalta una foto descomunal de Esperanza Aguirre con un casco de obra en la cabeza. Los asesores de imagen estarían mejor colocados en El Guiñol, porque puedo asegurar que un casco de obra en la cabeza de mi señorita se convierte por arte de magia en un casquete de equitación. Lo cual tampoco me parece un pecado.
Elvira Lindo buceará en los comentarios de los lectores para su columna. Envíelos a lectores@elpais.es