Un viaje sin retorno
La supervivencia de las tortugas marinas africanas y americanas se decide en Andalucía
No es sencillo sensibilizar a una persona hablándole de animales a los que nunca ha visto de cerca, o describiéndole lugares en los que nunca ha estado. Sin embargo, los documentales de naturaleza cumplen esta función y han conseguido, por ejemplo, instalar en el imaginario colectivo escenas tan poderosas como esas que muestran a las grandes tortugas marinas desovando en una desierta playa tropical.
La tortuga boba (Caretta caretta) es uno de estos curiosos reptiles con caparazón que acostumbra a anidar en las costas del Caribe, el litoral africano atlántico y en contados enclaves del Mediterráneo oriental. En algunos casos, como ocurre en las playas de Florida, las zonas donde las tortugas instalan sus nidos están estrictamente protegidas y, aun así, los expertos norteamericanos han certificado cómo, en los últimos cinco años, el número de hembras anidantes ha sufrido un brusco descenso de hasta un 50%.
El origen del problema no se encuentra en aguas americanas sino que se localiza al otro lado del Atlántico. Usando marcadores genéticos investigadores de la Estación Biológica de Doñana (EBD) han demostrado que miles de ejemplares juveniles de tortuga boba, nacidos en Florida, migran hacia las costas españolas y aquí permanecen hasta alcanzar la madurez sexual, momento en el que emprenden el camino de vuelta a sus lugares de origen para volver a reproducirse.
Las que llegan desde el Atlántico logran cruzar el estrecho de Gibraltar, aprovechando las corrientes marinas dominantes, de manera que se instalan, en grandes cantidades y junto a sus congéneres de origen mediterráneo, en un sector delimitado por las costas de Andalucía, Levante, Baleares, Italia, Argelia y Marruecos. También en este caso hay evidencias científicas de dicha concentración puesto que los mismos investigadores de la EBD, en colaboración con especialistas de la Universidad Autónoma de Barcelona, han comprobado que entre el 75% y el 80% de las tortugas bobas muertas o varadas en las costas andaluzas proceden del continente americano.
Los cuidados que se le prestan a la especie en sus remotos lugares de cría, o la tranquilidad de la que disponen en playas aún vírgenes, son factores que no garantizan su supervivencia, puesto que la mortalidad, no natural, de los ejemplares juveniles que llegan al Mediterráneo es elevadísima. Los cálculos más fiables, elaborados por el Instituto Español de Oceanografía, cifran en torno a 20.000 los juveniles de tortuga boba que cada año mueren en el Mediterráneo. Esto explicaría el colapso de las zonas de anidación ubicadas en Florida, a donde cada vez retornan menos hembras maduras.
Las causas de esta sangría son múltiples, pero, entre todas, destaca la pesca accidental provocada por el uso de artes no selectivas, como el palangre o las redes de deriva. "Desgraciadamente", lamenta Adolfo Marco, uno de los investigadores que lidera los estudios de la EBD en este parcela, "nos enfrentamos a una fuente de mortalidad que no tiene visos de resolverse a corto plazo, ya que, como consecuencia de la crisis en el sector pesquero, se busca un mayor rendimiento de dichas artes, multiplicando el número de anzuelos o aumentando la longitud de las redes".
Mientras desde algunas instituciones se trabaja en el desarrollo de estrategias que permitan reducir el impacto de las pesquerías, otros especialistas, como los de la Estación Biológica de Doñana, tratan de mejorar el éxito reproductor de estas especies, para lo que barajan, incluso, la posibilidad de restaurar la anidación de tortugas marinas en algunas playas de Andalucía.
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