Brindis al sol
Barcelona empezó a pintar carriles bici en las aceras hace unos 10 años, un gesto del Ayuntamiento que parecía una invitación a sumarse a un modo de transporte habitual en otras ciudades europeas de tamaño medio. Poco a poco se fueron añadiendo carriles bici. Ahora la red es de 128 kilómetros. Lo que ha ocurrido de forma paralela pero sobre todo en los últimos tres años es que se ha incrementado notablemente el número de usuarios -se ha pasado de apenas 12.000 o 15.000 a unos 40.000 trayectos en días laborables- y la bici se ha convertido en un medio de transporte. Ha dejado de ser algo asociado al ocio y al fin de semana.
Y ahora es cuando se está poniendo en evidencia que la política del Ayuntamiento de Barcelona en la promoción real de la bicicleta como medio de transporte es más que tibia, cuando no directamente un brindis al sol. Para acabar con los conflictos en las aceras con los peatones, las bicis deben bajar a las calzadas y para eso éstas tienen que ser seguras. Los carriles bici seguros son los que están segregados de verdad, no sólo por una raya de pintura que traspasa todo el que quiere, incluidos algunos vehículos municipales que tienen cierta tendencia a estacionar en ellos, especialmente los de la limpieza. Tampoco sirve de mucho que la Gran Via tenga carril bici en la acera por sus dos extremos pero que a lo largo de un mandato entero no se haya resuelto el tronco central. Y mucho menos que se siga sin resolver la difícil convivencia en la Diagonal de peatones y bicicletas. O que no se generalicen las plataformas en la calzada para los aparcamientos de las bicis porque pueda suponer una pérdida de ingresos de la zona azul o verde de aparcamiento. Tal vez en todo esto influya que la política de la bicicleta en el consistorio es bicéfala: Jordi Portabella (ERC) y Vía Pública, controlada por los socialistas.