Póquer demócrata para el Congreso
Los cuatro políticos artífices de la victoria toman las riendas del Capitolio
"Haría falta un milagro para que conquistáramos el Congreso". Lo dijo hace un año Harry Reid, entonces líder de la minoría demócrata en el Senado. Ahora, el Congreso está conquistado, y lo dirigirán el veterano Reid en el Senado y Nancy Pelosi en la Cámara, primera mujer en ese puesto. Pero los dos motores de la victoria fueron los energéticos Chuck Schumer y Rahm Emmanuel, presidentes de los Comités Electorales Demócratas del Senado y la Cámara. Sin ellos, los demócratas hubieran avanzado, pero difícilmente hubieran conseguido el control de las dos cámaras.
Reid, Pelosi, Schumer y Emmanuel han logrado recuperar el poder perdido en 1994, pero la tarea más difícil empieza ahora: administrar una frágil mayoría -sobre todo en el Senado- y dar una orientación al cambio que responda al mandato, pero que no sea contraproducente para las presidenciales del año 2008 ni choque con la estrategia de Hillary Clinton o Barack Obama, con los ojos puestos en la Casa Blanca. Y superar la eterna vulnerabilidad demócrata: la división de opiniones de un partido arco iris.
Los demócratas van a investigar los contratos a dedo en Irak o la gestión tras el Katrina
Los demócratas contaron con la inestimable ayuda de las equivocaciones del contrario, como señaló Schumer a la agencia Associated Press: "Yo diría que el resultado se debe en un 65% a los errores republicanos y en un 35% a los aciertos demócratas". Los votantes optaron por el equilibrio de poderes. Por eso, la música en Washington es la de la cohabitación, pero pronto entrará en crisis la armonía. El presidente Bush quiere hacer cosas, y los demócratas no le van a dejar que marque la agenda. El año 2008 está a la vuelta de la esquina, y lo que hicieron los republicanos con éxito en los dos últimos años de Clinton -bloquear- lo harán ahora los demócratas. El choque será continuo, porque el presidente tiene que intentar que su legado sea algo más que Irak, y puede ejercer su poder de veto, pero no encontrará el terreno común que ha pedido si abusa del cerrojazo. Y si son los demócratas los que se pasan en el obstruccionismo, deberán asumir las consecuencias, aunque pueden ser positivas: "Los norteamericanos no han dado a los demócratas un mandato para gobernar, sino para frenar a Bush", según Peter Beinart, un analista demócrata que dirige la revista The New Republic.
Todo esto es complicado, y ahí entra el póquer de ases del Congreso. Los demócratas tienen que discutir y decidir asuntos sobre los que hasta ahora no se han pronunciado. Y las posiciones de Reid y Pelosi sobre temas básicos, sobre todo de tipo social, están muy distanciadas, para no hablar del océano que hay entre el león del Senado, Ted Kennedy, y el nuevo senador demócrata por Pensilvania, el antiabortista Bob Casey. Tampoco hay una línea sobre Irak, las tropas o las leyes antiterroristas, y muchos de los nuevos congresistas y senadores demócratas son más conservadores que la media. "Pelosi tendrá que lidiar con el asunto, porque si no, podría quedarse sin mayoría en algunos temas", según Norman Ornstein, del American Enterprise Institute. En el diario del Capitolio Roll Call, un congresista demócrata que no quiere revelar su nombre confiesa: "Estamos preocupados, porque lo que no queremos es que haya peleas y divisiones después del éxito que hemos tenido".
Cuando se supere -con los inevitables desgarros- la actual fase de reparto de cargos, tanto internos como los de las presidencias de los Comités, llegará la hora de la verdad. El conflicto más serio llegará con las investigaciones. El probable presidente del Comité de Inteligencia del Senado, Jay Rockefeller, ya ha anunciado que quiere debatir el uso de los datos del espionaje antes de la guerra de Irak. Se discutirá la ley de control de las comunicaciones electrónicas y otras medidas antiterroristas promovidas por Bush.
El senador Carl Levin, crítico constante de la guerra, encabezará el subcomité de Investigaciones, y lo primero que hará será lanzarse sobre los contratos a dedo en Irak (Halliburton) o la gestión después de la catástrofe del Katrina. Y así una larga lista. ¿Dolores de cabeza para la Casa Blanca? Todos. ¿Se llegará al proceso de destitución presidencial que algunos acarician? No. Pelosi lo ha dicho ya, y el presidente del partido, Howard Dean (el líder demócrata que menos pinta estos días) lo ha confirmado: "Es algo que no va a ocurrir". No por falta de ganas, sino por prudencia y cálculo político: la indignación que causó en las filas demócratas el procesamiento de Clinton por el caso Lewinsky les ayudó a ganar las legislativas de 1998.
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