_
_
_
_
_
LA NUESTRA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pleno vacío

El jueves de la semana pasada Canal 2 Andalucía retransmitió en su integridad el debate en el Parlamento español sobre la reforma del Estatuto de Andalucía; y este miércoles, desde el Parlamento de Andalucía, hizo lo mismo con el debate sobre el presupuesto del gobierno andaluz. El Parlamento español tiene su propio equipo de realización de todo lo que se retransmite desde allí y que sigue invariablemente las mismas pautas, que me parece que son las mismas que sigue Canal Sur cuando manda su señal desde Sevilla. Hay un plano, el del orador que está en la tribuna, que representa prácticamente el noventa y cinco por ciento de las imágenes que se sirven. El resto son un plano general del hemiciclo, el tablero electrónico cuando se vota y, en contadas ocasiones, cuando hay alusiones de un tono más subido de lo normal, planos más cercanos de los diputados aludidos. Canal 2 añade una ventana situada en la parte inferior de la imagen desde la que traduce a la lengua de signos lo que se dice en la tribuna.

En estas retransmisiones hay un detalle singular: la señal que suministra el equipo de realización de los respectivos Parlamentos no incluye el sonido de ambiente en su volumen real. Eso no tuvo mayor importancia en el debate sobre el Estatuto, porque fue tranquilo. Pero sí la tiene cuando los señores diputados arman unas broncas tan monumentales que en el propio hemiciclo es imposible entender nada de lo que se dice. Así ocurre que oigamos al Presidente del Congreso o a la presidenta de nuestro Parlamento llamar la atención, por ejemplo, al gran Pujalte, pero no oímos la barbaridad que este acaba de soltar a grito pelado; vemos a Zaplana golpear el pupitre con su estilo chulapón, pero los porrazos no suenan. Igual que en el Parlamento andaluz: este miércoles, mientras hablaba el consejero Griñán y yo podía oírlo sin problemas, la presidenta tuvo que interrumpirlo para decirles a los de la bancada popular que dejaran de dar las voces y los golpes que yo no podía oir. ¿Hay un libro de estilo según el cual los debates parlamentarios deben servirse al público con un nivel de decibelios moderado, como un alimento bajo en grasas y en sal, para que la salud democrática de la audiencia no sufra sobresaltos ni corra riesgos? El resultado es, lógicamente, una representación de la política tan poco apetecible como una dieta de hospital, pero con una importante diferencia: mientras la dieta de hospital siempre es benéfica, está por demostrar que pueda sentar bien a alguien tragarse estos debates de plano único y sin sonido ambiente.

Es un problema viejo: nada menos que el de la política que podemos ver, o que nos dejan ver. Lo grave es que el Estatuto y los presupuestos son asuntos importantes y que el público, para entender esos debates, debe poder oír las barbaridades que sus representantes sueltan desde los escaños. Tiene que haber una forma de hacer información de la política que no sea propaganda, que no parta de la consideración del público como un menor de edad al que hay que proteger de ciertas cosas que alguien considera inconvenientes. Lo de ahora es lo más parecido a un pleno vacío, sin público. Política muda.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_