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EL LIBRO DE LA SEMANA

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Y SIN AGUAR. El punto cero al que ha llegado Fernando Aramburu en su literatura podría relacionarse con la escritura en grado cero de Roland Barthes: una escritura puramente denotativa o, dicho de otro modo, un no-estilo. Y se podrían relacionar porque los dos suponen una eliminación de lo superfluo. Ahora bien, mientras Roland Barthes reconocía la imposibilidad de este grado cero, Fernando Aramburu ha alcanzado ese punto en que el material poético y los recursos formales, los temas y las técnicas, se integran con la felicidad de lo natural. A nadie se le escapa que su trayectoria, desde Fuegos con limón (1997) hasta Bami sin sombra (2005), apuntaba a donde ha llegado.

Cabe preguntarse qué peso ha podido tener en esta depuración literaria el hecho de que Aramburu, donostiarra trasterrado a Alemania (es profesor en Lippstadt desde 1985), haya cambiado el espacio mítico de Antíbula -que había empleado en varias obras- por el escenario real del País Vasco. Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que este cambio no ha supuesto una concesión a la realidad en aras de la verosimilitud o a la historia en perjuicio de la literatura. Por el contrario, también aquí ha conseguido que dos elementos en permanente tensión se complementen con naturalidad, añadiendo a la calidad literaria el valor testimonial de los documentos historiográficos.

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