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Reportaje:LA CULTURA, CINCO AÑOS DESPUÉS DEL 11-S

La batalla de las canciones

Diego A. Manrique

Love and theft, primer trabajo de Bob Dylan en el siglo XXI, tenía previsto su lanzamiento el 11 de septiembre de 2001. Obviamente, la campaña promocional de Sony se fue al carajo; nadie habló mucho del disco en aquellos días pero, a la larga, resultó tener poderes curativos en su positivismo y variedad. Cinco años después, Dylan ha lanzado otro chispeante CD, Modern times, donde se detectan comentarios sobre el 11-S o el Katrina pero, ay, nada particularmente revelador.

Entre el fragor de los discos benéficos y los especiales televisivos, no surgieron voces disidentes. No había margen ni para bromas: los Strokes debieron retirar el tema New York City cops de su debut; no era el momento de ironizar sobre los policías neoyorquinos. Sólo artistas periféricos, como Sonic Youth, plantearon alguna cuestión ingrata: "¿Qué ha hecho Estados Unidos para despertar tanto odio?". La tónica dominante iba a ser la aquiescencia o la contestación tibia. Ni siquiera en el rap, que alardea de megáfono urbano, se alzaron voces contundentes, a pesar de contar con un apreciable porcentaje de seguidores y simpatizantes del islam.

Fue en el country donde se escenificó la polarización de los estadounidenses
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El silencio de los corderos

Fue en el country donde se escenificó la polarización de los estadounidenses. Alan Jackson triunfó con Where were you (when the world stopped turning), con su mensaje ambiguo: "Sólo soy un cantante de canciones sencillas / no soy verdaderamente un hombre político / veo la CNN pero no estoy seguro de poder decirte / la diferencia entre Irak e Irán / pero conozco a Jesucristo y hablo con Dios...

". El apetito de venganza sirvió para lanzar a Toby Keith, con Courtesy of the red, white and blue (The angry american). Allí, el aliento era decididamente belicoso: "Se hará justicia / y la batalla será rabiosa / este perro grande pelea / cuando se sacude su jaula / y lamentarás haber incordiado / a los Estados Unidos de A / vamos a atizarte con la bota en el culo / es el estilo americano".

Al otro extremo, Steve Earle publicaba John Walker's blues, donde daba voz al famoso talibán estadounidense: "Si mi padre pudiera verme ahora, mis pies encadenados / no comprende que a veces / un hombre tiene que luchar por lo que cree / y yo creo que Dios es grande, alabado sea". Pero Earle lleva años en los márgenes del country: la artillería gruesa fue utilizada contra las popularísimas Dixie Chicks, por lamentar públicamente venir de Tejas, "patria" del presidente Bush. Aunque ellas lograron superar el intento de hundirlas, el mensaje de advertencia impactó en el Olimpo musical: típicamente, Madonna fue de las primeras en autocensurarse, retirando el vídeo de American life... pero permitiendo su exhibición bajo cuerda; hasta los Stones quitaron la espoleta a su Sweet neo con con prolijas disculpas. La contienda electoral entre Kerry y Bush II sirvió para establecer posiciones. Aunque la factura resultó especialmente alta para Bruce Springsteen, hasta entonces un héroe tanto de demócratas como de republicanos. Testarudo, Springsteen respondió politizándose aún más, a través de las añejas canciones del "rojo nº 1" del país de las barras y estrellas, Pete Seeger. Es significativo que vuelvan a sonar piezas que han servido para mil conflictos, como We shall overcome; la oposición a Bush no ha generado una canción universal del calibre de, digamos, Nelson Mandela (Jerry Dammers), que puso fondo sonoro a la rendición del apartheid surafricano. Y no han faltado candidatas: basta consultar los volúmenes de Rock against Bush. Existe incluso todo un disco anti-Bush firmado por una gran estrella: Living with war, de Neil Young. Lástima que el canadiense no sea un observador fiable: en los ochenta, llevado por su voluntad de contrariar, jaleaba a Ronald Reagan. Aunque el inconveniente principal de Living with war sea que esos fieros exabruptos cabalgan ahora sobre un rock rutinario.

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