México se divide
Tras un minucioso escrutinio, el Instituto Federal Electoral de México debía declarar anoche vencedor de las presidenciales celebradas el pasado domingo a Felipe Calderón, candidato del Partido de Acción Nacional (PAN), del saliente presidente Fox. Es una victoria por la mínima, algo que ocurre últimamente en muchos países, reflejo de sociedades divididas. Su rival por la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), impugnará los resultados y anuncia movilizaciones. Es un gesto peligroso en un país donde la violencia está a la orden del día, y del que se pueden aprovechar otros para armar ruido y sacar tajada política.
El recuento definitivo ha arrojado una distancia mucho menor que el provisional. El gesto de López Obrador abre un periodo de gran incertidumbre. Las impugnaciones han de pasar al Tribunal Federal Electoral, que sólo comenzará a verlas a partir del próximo jueves, aunque hay tiempo de sobra, pues el nuevo presidente no toma posesión hasta diciembre. Pero sería insensato que López Obrador intentara anular unos comicios que los observadores han calificado como limpios.
Para gobernar y llevar a cabo las reformas pendientes, Calderón necesitaría que las cámaras pasasen las correspondientes leyes. El PAN, pese a haber pasado a ser el primer partido, no cuenta con la mayoría suficiente, por lo que tendría que pactar bien con el PRD, bien con el histórico PRI (Partido Revolucionario Institucional), cuya derrota en las presidenciales y en las elecciones legislativas hace presagiar que entrará en una aguda crisis. Además, el PRI no dará fácilmente su apoyo a un hombre muy próximo a los movimientos integristas católicos como es Calderón.
El reto de las impugnaciones y la movilización ciudadana dificultan cualquier acuerdo entre López Obrador y Calderón. Pero deben intentarlo. México está ante una crisis política que tiene que resolverse cuanto antes, preservando, como hasta ahora, unas instituciones que han dado muestras de fortaleza ante este forcejeo. Ninguno de los dos cuestiona la independencia del banco central, un tipo de cambio flexible y unas cuentas públicas saneadas. Es una base suficiente para intentar entenderse cuando haya pasado la tormenta. El país lo necesita para consolidar y profundizar su democracia.