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Columna
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Homenaje a Raul Hilberg

Hace unos días, el 2 de junio, ha cumplido años -y parece mentira que tan sólo 80- un hombre que ya había hecho historia a los 35, cuando publicó -Yale, 1961- su ópera magna, La destrucción de los judíos de Europa. Después de decenas de miles de libros sobre la cuestión, es aún el libro de referencia con el que se puede polemizar en algún aspecto pero poco más. En los años de la posguerra, vistas ya las escenas del horror de la liberación de los campos de concentración y de exterminio, se dejó de hablar del Holocausto, pero no sólo en las patrias de los verdugos, en Alemania o en Austria, donde la mayoría aseguraba no haber sabido nunca nada. Tampoco en las comunidades judías de Estados Unidos ni en Israel estaba bien visto hablar de ello, ya fuera en unos por mecanismos de supervivencia y necesidad de olvido, ya fuera por la vergüenza que generaba por ejemplo entre los segmentos más ideologizados del sionismo la idea de la pasividad de las víctimas judías ante su exterminio. Aquella obra de Raul Hilberg cayó como una bomba en ese silencio que, en realidad, comenzaría a quebrarse entonces también con el juicio a Adolf Eichmann, los escritos resultantes de Hannah Ahrendt y los grandes juicios a los comandantes de los campos de exterminio a finales de esa década.

Con los años, Hilberg fue reforzando cada vez más su teoría de que la voluntad asesina no parte de un marco definido, sino que adquiere algo así como una fuerza de succión a la que se van incorporando elementos de la sociedad en absoluto predeterminados. Se trata de una postura llamada "funcionalista" radicalmente enfrentada a la de los intencionalistas, cuyo elemento más extremo podría ser hoy Goldhagen. Existe una intención genocida inicial que llega a tener su fuerza, su lógica y su inevitabilidad por medio de un proceso social en el que juega un papel fundamental por supuesto el lenguaje de los verdugos con el salto cualitativo capital cuando la sociedad en general (los espectadores) y las víctimas lo asumen como propio. Otro de los grandes libros de Hilberg es, precisamente, Perpetrators, victims, bystanders, de 1992 (Verdugos, víctimas y espectadores). El proceso de succión que dinamiza la expansión de la voluntad criminal requiere que los verdugos tengan unos orígenes legitimados, una firme voluntad de éxito y enfrentamiento y así una capacidad de intimidación para vencer no ya la lógica resistencia de las víctimas ya definidas, sino también a quienes entre los "espectadores" podrían tener una primera reacción de empatía o solidaridad con la víctima. Hay que inducir al "espectador" a marginar a la víctima y considerarla como un obstáculo para el bien general. De considerarse neutrales en un conflicto en el que no participaban por interés propio alguno, los espectadores comienzan a percibir posibles perjuicios generales en el caso de que la víctima se resista a su sino en aras de la armonía general de la sociedad de espectadores. A un tiempo ven que se les ofrecen ventajas evidentes si el distanciamiento de las víctimas cristaliza en identificación con los verdugos.

Hilberg dedica mucho tiempo y espacio, por ejemplo, al papel de los "consejos judíos", en los que hubo miembros que ayudaron hasta la muerte o la locura a las víctimas, especialmente ya en los guetos. Pero muchos intentaron salvarse ellos o a sus familias intentando convencer a sus correligionarios de que los crímenes ya cometidos por los nazis tenían cierta explicación y que podría llegarse a una convivencia razonable si los judíos comenzaban a asumir como naturales y aceptables las condiciones de vida.

Con buena o con mala intención fueron muchos los que en aquellas circunstancias indujeron a las víctimas a "racionalizar" la voluntad, los instintos y las ambiciones de los verdugos. Así, ayudaron a los nazis a evitar en Salónica, en Cracovia y otras ciudades unas revueltas de los judíos que, como demostró el levantamiento del gueto de Varsovia en 1943, podían ser militarmente inviables, pero, en años previos, habrían sido de incalculable valor ejemplificador. Quizás hubieran llevado a mucho indiferente en toda Europa a levantarse contra los verdugos y luchar por la dignidad de las víctimas, que es siempre la propia.

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