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Reportaje:

"Por miedo, me tiré al mar"

Un superviviente de la tragedia de Barbados explica a EL PAÍS cómo se fraguó el viaje

Un viejo y descuidado yate de unos 11 metros de eslora partió las Navidades pasadas del puerto de Praia (Cabo Verde), con el nombre borrado de popa y 53 senegaleses a bordo, que pagaron entre 1.200 y 1.500 euros cada uno con la promesa de que llegarían a Canarias en tres días de navegación. Seis inmigrantes huyeron al sospechar de la encerrona. Uno de ellos saltó al agua cuando el barco ya estaba saliendo del puerto. Los 47 restantes siguieron camino a Canarias, pero nunca llegaron. Una avería los empujó al Atlántico, donde los azotaron al menos cuatro fuertes tormentas. Murieron uno a uno de hambre y sed. Los cuerpos de los 11 últimos aparecieron momificados en el yate cuatro meses después a 76 millas al este de Barbados, en el Caribe, casi a 2.000 millas (unos 3.200 kilómetros) de su ruta prevista.

Seis inmigrantes huyeron del barco al sospechar de la encerrona
"Había tres blancos controlando el embarque. Entre ellos hablaban español"
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Éste es el testimonio de León, uno de los supervivientes, ofrecido telefónicamente a EL PAÍS desde Cabo Verde:

"Un compatriota senegalés llamado Amadou Koyate me comentó que había un barco español preparado para zarpar, que era un velero para turistas muy bien preparado y reparado. Me pareció una oportunidad. Embarcamos la noche del 24 de diciembre de 2005 desde el club marítimo de Praia. En el muelle había tres blancos controlando el embarque de la gente. Uno era el propietario. Me lo dijo Amadou. Entre ellos hablaban español y ninguno sabía ni portugués ni francés. Todo lo hacíamos a través de Amadou. Los españoles eran uno bajito y gordo, otro joven y otro pequeño. Era de noche, estaba muy nervioso y no me fijé en más. Tampoco los veía bien, aunque se notaba que eran blancos y hablaban en español. Les pagamos. Enseguida nos embarcaron y nos apretaron mucho en el interior del velero. Siempre a través de Amadou, uno de los blancos nos dijo cómo era el barco y comentó en alto que había tres días de navegación hasta las Canarias y gasóleo suficiente para nueve días. Los blancos hablaban entre ellos y no sabíamos qué decían. Enseguida me pareció que había muy poca agua y comida".

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En ese momento, León comienza a detectar irregularidades que le hicieron sospechar de esta operación y recuerda:

"Ya era muy de noche cuando nos hicimos a la mar. Antes, Amadou y los blancos habían bajado y el velero quedó patroneado por un jovencito senegalés llamado Malick Dieng, un escultor artesano que vendía figuras a los turistas. Enseguida nos dimos cuenta de que este chico no sabía cómo patronear el barco. Antes de perder de vista tierra, a unas pocas millas de la costa, el motor comenzó a tener problemas y se paró. Volvimos con muchas dificultades al puerto. Del miedo que tenía encima me tiré al mar antes de llegar al muelle, en cuanto pensé que llegaría a nado. Me salvó la vida Malang Sano [uno de los que fallecerían en la travesía] porque se dio cuenta de que no nadaba bien y me iba a ahogar. Alargó el brazo y me volvió a subir el yate. El barco estaba demasiado lleno de personas. Llegamos de madrugada al club marítimo. Me bajé y me fui a casa. Conmigo bajaron más personas, entre dos y cuatro. Los otros senegaleses nos llamaron cobardes por tener miedo. El barco partió de nuevo unas horas después. Nunca he vuelto a ver a los tres blancos, han desaparecido. No fue fácil que Amadou me devolviera el dinero, pero cuando le dije que lo denunciaría a la policía, le dio miedo y me dio los 143.000 escudos (unos 1.300 euros). Nadie me ha amenazado hasta ahora, trabajo en la construcción y, por el momento, no tengo planes de marchar".

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