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El primer ministro de Irak promete mano dura contra el terror

Al Maliki mantiene la oferta de diálogo a los grupos insurgentes que depongan las armas

El primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, exigió ayer, en la primera reunión de su Gobierno, el desmantelamiento de todas las milicias -"las armas sólo deben estar en manos del Estado"-, anunció el empleo de la "máxima fuerza contra el terrorismo" y prometió la reconciliación nacional. No lejos del lugar de la reunión, una bomba estalló en el interior de un restaurante frecuentado por policías: 13 personas resultaron muertas y otras 18 heridas.

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Al Maliki, el primer chií elegido en Irak para el cargo por un Parlamento democrático desde Muhammad Fadhel al Jamali en 1953, recibió ayer todo tipo de felicitaciones. Las más efusivas fueron las de los mandatarios George W. Bush y Tony Blair, quienes impulsaron la guerra contra Sadam Husein amparados en el peligro que suponían las supuestas armas de destrucción masiva del ex dictador y que ahora se encuentran hundidos en las encuestas de opinión de sus respectivos países. "Es un nuevo día para millones de iraquíes que quieren vivir en libertad, un gran revés para los terroristas", dijo el presidente estadounidense. El primer ministro británico fue más escueto: "Se trata de un gigantesco paso en la dirección correcta".

Pero ese camino no es fácil para nadie. La bomba de ayer contra el restaurante, uno de los más populares situado en el céntrico barrio comercial de Karrada, es un recordatorio más de las inmensas dificultades con las que se enfrenta el nuevo Gobierno de Irak. Aunque no fue el de ayer un día especialmente violento entre diversos atentados e incidentes ocurridos en el país, perdieron la vida 19 personas, la mayoría civiles.

Al Maliki prometió dureza contra los terroristas, pero reconoció que va a ser necesario algo más que mano dura; por ello habló de la necesidad de impulsar una "iniciativa nacional" que conduzca a la reconciliación. En la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, Al Maliki dijo que mantiene la oferta de diálogo a los grupos insurgentes que decidan dejar las armas.

Ésa es la esperanza de la Casa Blanca, que una vez concluida la transición diseñada por la ONU, la nueva situación política, con un Gobierno estable que debería durar cuatro años, permita incorporar al juego democrático a los árabes suníes y a través de ellos a la resistencia más nacionalista, dejando fuera de juego a los grupos extranjeros que practican un terrorismo que nada tiene que ver con los objetivos iraquíes.

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Pero a esa violencia indiscriminada se ha sumado desde febrero otra: la guerra soterrada entre chiíes y suníes que ha costado la vida a casi 2.000 personas. Al Maliki ha prometido desmantelar las milicias (es el tercer primer ministro que lo promete) y acabar con los escuadrones de la muerte. Según los árabes suníes, esos escuadrones están dirigidos por Bayan Jabar, uno de los jefes de la Brigada Báder (brazo armado del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak, principal partido chií) y que era hasta hace dos días ministro de Interior. Al Maliki le ha cambiado a Finanzas y ha asumido provisionalmente el cargo.

Guerra soterrada

Esta guerra soterrada entre las dos comunidades, además de multiplicar las unidades de autodefensa en los barrios de Bagdad, está provocando el éxodo de decenas de miles de personas que viven en las zonas mixtas, con población chií y suní, creando nuevas áreas étnicamente puras.

Al Maliki ha prometido acabar con esto, igual que mejorar el entrenamiento de sus tropas para que se pueda pactar un calendario de salida de las tropas extranjeras. Pese a esta voluntad, expresada el sábado ante el Parlamento, el nuevo Gabinete no tiene ministros de Interior y Defensa, ocupados provisionalmente por Al Maliki, y Salam Zikam al Zubaie, respectivamente, en espera de que los partidos políticos que forman la coalición de Gobierno sean capaces de ponerse de acuerdo en otros nombres.

El primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, se dirige a los periodistas, ayer en Bagdad.
El primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, se dirige a los periodistas, ayer en Bagdad.REUTERS

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