_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

A propósito de unos excrementos

Me pregunto si alguien se ha sorprendido de que en Marbella hubiese corrupción. Lo único llamativo ha sido el botín incautado, que incluía helicópteros y caballos, como si algún diputado estuviese montando un escuadrón privado de antidisturbios. Da la sensación de que el cerebro de la trama, Juan Antonio Roca, no sabía en qué invertir la pasta después de hacerse la manicura y bloquear su parking de coches de lujo. La policía, tras destapar un fraude de más de 2.400 millones, aún dice que sólo ha levantado el 40% de la manta. Los delictivos negocios inmobiliarios en Marbella han sido la principal fuente de ingresos para toda una camarilla de políticos con pelo engominado y mujeres sobrepasadas de mechas, bronceado y rimel. Si la simple mirada desafiante y turbia de Isabel García Marcos o Marisol Yagüe (además de sus visibles propiedades) no fueran suficiente indicativo de su caciquismo, debería haberlo sido la sombra de Jesús Gil y, sobre todo, el despropósito urbanístico perpetrado en la costa.

La semana pasada salieron a la calle 10.000 vecinos de Marbella a protestar, pero no con gritos de sorpresa y desconcierto, sino con ese chillido largamente reprimido durante estos años en los que intuyeron el mangoneo de sus políticos. Lo verdaderamente alarmante es la impunidad con la que estos gobernantes corruptos han actuado durante años, amasando una obscena fortuna con el dinero público.

Si esto pasa en Marbella, ¿por qué no en Madrid? Ese es el miedo que nos asalta a muchos. Los negocios inmobiliarios, la concesión de permisos de edificación y contratas son cada vez más prósperos y frecuentes en nuestra ciudad. La inmensa expansión de la capital es un manjar urbanístico sobre el que desconocemos qué manos se posan y la limpieza de éstas. En los próximos años se construirán 118.500 viviendas entre Los Cerros, El Cañaveral, Los Ahijones, El Ensanche de Vallecas y Valdecarros. ¿Quién garantiza la transparencia de esas operaciones multimillonarias? El problema es especialmente delicado, pues se trata de la vivienda, uno de los puntos débiles de la sociedad y, especialmente, de la juventud. Hace cuatro días se sortearon en Madrid 40 pisos entre más de 100.000 jóvenes. La oferta de apartamentos en la capital no sólo es escasa, cara y alejada del centro, sino que cada vez más gente duda de la honradez de estos sorteos.

La teoría de que existe gente vestida de negro que, por las noches, acude a los entornos de la carretera de los pantanos con bolsas repletas de excrementos de lince ibérico para depositarlos estratégicamente no es del todo verosímil. Sin embargo, una conspiración de este calibre es la que parece sugerir Esperanza Aguirre cuando dice: "Dudo de que lo haya traído un lince, los excrementos se pueden traer de un sitio de lince en cautividad y ponerlos ahí". El asunto es que si se demuestra que el felino protegido merodea la zona, se paraliza su proyecto de autovía.

En ocasiones, la obstinada voluntad de los políticos por sacar adelante planes de dudosa relevancia o conveniencia para los ciudadanos nos hace cuestionarnos a los verdaderos beneficiarios de su gestión. Alberto Ruiz-Gallardón ha minado Madrid de obras y ahora, además, las zonas de aparcamiento azules y verdes se extienden como un mar amenazador hasta confines insospechados; hay gente que asegura haber visto parquímetros más allá de los excrementos de lince.

El descontento y la desconfianza respecto a nuestros gobernantes, crece. La aprobación del Estatuto de Cataluña ha desencantado a muchos madrileños que votaron a Zapatero, mientras que las buenas noticias políticas, como la tregua permanente de ETA, gran parte de la ciudadanía apenas las asocia a una eficiente gestión de los mandatarios, sino a un afortunado suceso venido de lejos. No es sólo la corrupción política lo que nos indigna, sino la repetida desconexión entre lo que los parlamentarios creen oportuno para sus intereses electorales y lo que la sociedad considera mejor para sí misma. Y, sobre todo, la incapacidad para destituir a un gobierno municipal cuando la mayoría de los votantes está deseando su pronta dimisión. Pero no hay más remedio que esperar a las siguientes elecciones o a que la policía les incaute un trasatlántico.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_