'Botellón': ¿vandalismo o guerrilla urbana?
Los gravísimos incidentes callejeros que se produjeron durante la noche del pasado día 18 de marzo en el barcelonés barrio del Raval y en buena parte del centro de la ciudad con motivo de la celebración del llamado macrobotellón, pusieron de manifiesto que, sin duda mucho más allá de la reivindicación de algunos sectores juveniles de unos espacios públicos donde puedan reunirse en sus tiempos de ocio, en el seno de nuestra sociedad hay unas pocas docenas de sujetos que son perfectamente capaces de incurrir en prácticas pura y simplemente delictivas, de vandalismo e incluso de auténtica guerrilla urbana. No se trata todavía de algo semejante a lo ocurrido meses atrás en muchos suburbios franceses, pero está claro que es un fenómeno que conviene tener muy en cuenta si no queremos despertarnos cualquier día con una extraordinaria explosión de violencia social.
Ante la aparición de un fenómeno como éste es necesario que todos, desde las administraciones públicas y los medios de comunicación hasta el conjunto de nuestra sociedad, sepamos deslindar con claridad el grano de la paja, sin meter en el mismo saco a los jóvenes que simplemente defienden y practican el botellón y a quienes con esta excusa aprovechan el río revuelto para dar rienda suelta a sus pulsiones violentas y nihilistas, de puro afán de destrucción.
Aunque la práctica del botellón no esté permitida e implique la conculcación de una normativa legal, es evidente que no sería justo atribuir a todos sus defensores y practicantes los comportamientos vandálicos de una minoría -según las autoridades, cerca de 200 jóvenes de Barcelona y su área metropolitana- que aprovecha cualquier oportunidad que se le ofrece -no sólo el botellón, sino también cualquier celebración deportiva o fiesta popular, como por desgracia hemos podido comprobar- para destruir todo cuanto se le pone por delante.
Lo sucedido en Barcelona con motivo del frustrado macrobotellón va mucho más allá del incivismo e incluso del vandalismo. Unas pocas docenas de jóvenes, al parecer perfectamente organizados y coordinados, se dedicaron a la práctica de una extraña suerte de guerrilla urbana, con el lanzamiento de gran número de artefactos incendiarios y la destrucción, mediante el uso de utensilios especialmente desplazados al efecto, de todo tipo de objetos, desde el mobiliario urbano hasta papeleras y contenedores de basura, pasando por el allanamiento y pillaje de establecimientos y locales públicos y privados. A pesar de la importante presencia de las fuerzas de seguridad, y probablemente porque los policías autonómicos y municipales recibieron órdenes de evitar al máximo el enfrentamiento directo con estas partidas de vándalos, lo cierto es que el barrio del Raval y buena parte del centro de la ciudad fueron escenario de una inusitada explosión de violencia.
Ante hechos como estos, tanto nuestras instituciones públicas como el conjunto de la sociedad debemos reaccionar con la energía necesaria. Es de todo punto inadmisible que seamos tolerantes con los violentos. Y quienes más y mejor deben denunciarlos son los que, como la inmensa mayoría de los jóvenes reunidos con el único afán de practicar el botellón, ahora se ven injustamente mezclados con unos sujetos despreciables, sobre quienes es preciso que caiga todo el peso de la ley si no estamos dispuestos a convertir Barcelona en una ciudad donde impere la ley de la selva.
Lo ocurrido con motivo de la frustrada celebración del macrobotellón en Barcelona también debe llevarnos a una reflexión colectiva sobre qué modelo de sociedad futura ofrecemos a muchos de nuestros jóvenes, que únicamente parecen hallar auténtica satisfacción en la ingesta alcohólica ilimitada y pública. Tal vez de ahí pudiera surgir también alguna explicación sobre las razones más profundas de la violencia nihilista de la minoría vandálica que tanta desazón provocó en esta ciudad. Más allá de la necesaria represión de todas las conductas violentas e incívicas, es preciso ir a las raíces de un fenómeno que puede ir a más.
Jordi García-Soler es periodista.
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