_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Angela Merkel, una popularidad oscilante

Los medios alemanes, al enjuiciar los primeros cien días de gobierno de la gran coalición, han subrayado la popularidad que la canciller Merkel ha alcanzado en estos pocos meses, sobrepasando con mucho la que en el mismo período tuvieron los cancilleres Kohl y Schröder. ¿Cómo se explica el bajón en la campaña electoral y el rapidísimo ascenso en los primeros meses de gobierno? Para aquellos que piensan que las campañas tienen una influencia muy relativa, las últimas elecciones alemanas han dado prueba cabal de lo contrario. Un Gobierno desacreditado, hasta el punto de haber convocado elecciones un año antes con triquiñuelas al margen de la Constitución que prohíbe la disolución adelantada del Parlamento, consigue remontar diez y ocho puntos. Es un ejemplo de cómo acudiendo a las mismas mentiras demagógicas de anteriores ocasiones, se puede recuperar una credibilidad perdida, Pasando, como sobre ascuas, sobre la propia actuación y centrando la campaña en criticar las propuestas de la oposición, termina por convencer a la gente de que más vale lo malo conocido. La campaña de Merkel, en cambio, sirve para mostrar cómo partiendo de una posición dominante, en pocas semanas se pueden perder unas elecciones.

Más información
Alemania acomete la mayor reforma de su modelo federal en más de medio siglo

Aparte de los ataques personales (es mujer, luego puede poco, divorciada, científica y procedente del Este) y de las traiciones que vivió en sus propias filas, el descalabro de la señora Merkel se debió, en último término, a su afán de llamar a las cosas por su nombre. "Que nadie se haga ilusiones de que el paro va a disminuir en poco tiempo", o "que sin una reconversión profunda de la política social o sin aumentar los impuestos, se logrará eliminar el déficit público". Al que se atreve a exponer verdades tan descarnadas, se le acusa de "frialdad social", de desviación derechista, o de no defender más que los intereses de los ricos, discurso socialdemócrata que caló en la gente. Si el futuro no era nada atractivo con el mismo Gobierno, la alternativa conservadora se pintaba aún más terrible. El que Ángela Merkel llevase a cabo una campaña tan desacertada puede interpretarse, bien desde su convencimiento de que, después de dos legislaturas de la coalición rojiverde, al pueblo alemán ya no se le podría ganar con promesas incumplibles -yendo con la verdad por delante, habría que intentar recuperar una cierta credibilidad para la clase política- o bien, porque segura de su victoria no quería hipotecar su futuro Gobierno con propuestas inalcanzables.

La canciller Merkel ha descubierto que el estilo y los gestos son imprescindibles para adquirir popularidad, sin la cual no funciona un Gobierno, ni probablemente tampoco un país. Ha aprendido a sonreír, a comunicarse con la gente y sobre todo a adaptar su vocabulario a las imposiciones sociales imperantes. La ultraliberal se ha convertido de repente en una socialdemócrata de pro, por lo que la prensa alaba su pragmatismo y sobre todo que no se encierra en ideologías que la obligan a marchar en una sola dirección.

En los primeros meses se ha centrado en la política exterior, que es la que más luce en los medios. Ha restablecido las relaciones amistosas con el presidente Bush, pero advirtiéndole con la boca chica, aunque lo suficientemente alto para que lo oiga la opinión alemana, que Guantánamo es intolerable; y a Putin que el conflicto de Chechenia hay que resolverlo respetando los derechos humanos. Ha sabido intervenir en la política europea con moderación y tacto, dispuesta a escuchar y a servir de intermediaria. Todavía no se ha estrenado en la política interior y los conflictos están al acecho, pero ya ha conseguido un alto grado de popularidad, transmitiendo la impresión de que las cosas empiezan a marchar. El que haya logrado salir del pesimismo de los años anteriores llevando al país a un optimismo creciente en lo económico y lo social, es de por sí un factor decisivo para que las cosas vayan mejorando.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_