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La popularidad de Villepin cae en picado

El primer ministro francés acumula problemas a los nueve meses de su nombramiento

El primer ministro francés, Dominique de Villepin, atraviesa el invierno del descontento. Nueve meses después de su llegada al frente del Gobierno, los sondeos señalan unánimemente que su popularidad se halla en caída libre.

En el barómetro mensual del Journal du Dimanche cae nueve puntos y, por primera vez, los descontentos (54%) superan a los satisfechos (43%); en el del semanario L'Express las opiniones negativas (46%) priman sobre las positivas (43%); en la del instituto CSA la caída es de 11 puntos y el porcentaje de quienes no confían en él sube hasta el 56%...

El Gobierno que preside acumula fracasos. El paro, que descendía progresivamente desde que llegó al poder, repunta; el prometido crecimiento económico no llega y el poder adquisitivo se estanca. La liberalización del mercado laboral a través de iniciativas como el CPE, el contrato precario para jóvenes, no sólo choca con la resistencia de los sindicatos y de los estudiantes -que el próximo día 7 han convocado movilizaciones en todo el país- sino que ha servido de aglutinador a la izquierda para estigmatizar a su Gobierno como el que desmonta el modelo social francés.

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El miércoles, en la conferencia de prensa posterior al consejo de ministros, se le pudo ver claramente a la defensiva; no sólo porque practicó el ejercicio de sacar pelotas fuera, sino también -y esto es algo no muy habitual- porque su lenguaje corporal era huidizo. Y es que desde que comenzó el año se le acumulan los tropiezos: el ridículo del portaaviones Clemenceau, de vuelta de un viaje interminable que debía llevarle a ser desguazado en India y que ahora regresa cargado con toneladas de amianto sin saber todavía cuál será su destino; la nula capacidad de reacción ante la epidemia de chikungunya -enfermedad que transmite un mosquito y suele dejar lisiado a quien la padece- en la isla de Reunión, detectada hace un año y que afecta ya a más de 160.000 personas, o la precipitada decisión de forzar la fusión entre Gaz de France y Suez, privatizando la primera en contra de sus propias promesas y lo que establece la ley.

La maldición que asegura que el inquilino del Hôtel de Matignon -la residencia del primer ministro- siempre llega exhausto a la cita con las elecciones presidenciales e inevitablemente las pierde está empezando a cumplirse. Paradójicamente, Villepin llegó en junio pasado a la cabeza del Gobierno con una cota de popularidad muy baja, pero consiguió remontar y atravesó incluso la crisis de las barriadas, en otoño, sin perder fuelle. Pero ahora parece claro que el síndrome del final del mandato presidencial está arrastrándole también a él y arruinando sus posibilidades en la carrera por el palacio del Elíseo.

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Paralelamente, su gran rival en el campo de la derecha, el ministro del Interior Nicolas Sarkozy, que además es presidente del partido gubernamental, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), parece navegar con todo el viento a favor y sin sufrir el desgaste del Gobierno al que pertenece. Tanto, que entre sus colaboradores hay incluso quienes se preocupan de que el previsto desgaste del primer ministro haya llegado demasiado pronto y pueda acabar salpicándole al arrastrar detrás de él a todo el Gobierno.

Esta crisis de confianza llega en el peor momento porque pone en evidencia, entre otras cosas, que Dominique de Villepin, el gran diplomático, el hombre de Estado, el alto funcionario impecable, se encuentra aislado, rodeado de unos pocos fieles como el ministro de Economía, Thierry Breton, y la titular de Defensa, Michèle Alliot Marie, que, a su vez, están también tocados, y carece de base política.

El partido y la militancia son de Sarkozy. Un analista como Alain Duhamel recordaba estos días que Villepin no forma parte de la nueva hornada de líderes europeos como el jefe de Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, o la canciller alemana, Angela Merkel, que, antes de llegar al poder, lo primero que hicieron fue conquistar el partido.

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