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Reportaje:Historia del Arte

El Barroco

EL PAÍS presenta mañana, sábado, por 9,95 euros, el séptimo volumen de la Historia del Arte

Velázquez y Rembrandt, Caravaggio y Vermeer. Los más grandes de la pintura en un siglo que acumuló y desnaturalizó las formas. El Barroco, la séptima entrega de la Historia del Arte, traza el recorrido de esta corriente en Italia y España, el Grand Siècle francés (como lo bautizó Perrault, el autor de La Cenicienta) y se detiene en los nombres de oro del Barroco flamenco y holandés.

Italia fue la primera en adoptar en arquitectura las nuevas formas. La palabra Barroco (absurdo, grotesco) fue utilizada por quienes insistieron en que las formas de los edificios clásicos nunca debían ser aplicadas de manera distinta a como lo hicieron griegos o romanos. Saltarse a la torera los criterios clásicos les parecía a los críticos de la época una lamentable falta de gusto. Cuando Giacomo della Porta proyectó hacia 1575 la iglesia de la nueva orden de los jesuitas Il Gesú, en Roma, posiblemente la primera edificación barroca que se conoce, todos se hacían lenguas de lo revolucionario de su estructura diseñada en cruz con una gran cúpula.

El gran periodo del Barroco italiano, el que va de 1625 a 1675, está dominado por tres arquitectos: Pietro da Cortona, Bernini y Borromini. Con ellos, Roma adquiere un nuevo esplendor. Se construyen villas, palacios, iglesias y fuentes ornadas de grupos escultóricos en las que cuatro siglos más tarde los turistas dejarán sus monedas y un cineasta como Fellini inmortalizará a una rubia actriz sueca, Anita Ekberg, bañándose en la Fontana de Trevi.

Los escultores del Barroco tuvieron un destacado papel. La imaginería policromada en Sevilla y Valladolid (Montañés, Gregorio Hernández, Pedro de Mena) acentuó la carga humana de las figuras o las llenó de dramatismo y teatralidad, como las que impuso a sus esculturas el gran maestro Bernini. Su Éxtasis de Santa Teresa (1646) -"una pintura petrificada"- es sobrecogedora. Al contemplarla, Stendhal llegaría a decir: "¡Qué divino arte! ¡Qué voluptuosidad!".

La evolución de la pintura fue paralela a la de la arquitectura. El manierismo (a la manera de Leonardo, Rafael...) de composiciones, colores y formas distorsionadas de Tiziano, Correggio o El Greco entra en crisis y dos pintores, Carracci y Caravaggio, hacen su aparición en Roma, entonces el centro del mundo. El primero se asustaba de la fealdad y quiso imitar lo mejor de Rafael; la idea de belleza clásica del segundo no era lo que tradicionalmente se consideraba como tal. El realismo de Caravaggio y su tenebrismo le acarrearon simpatizantes y detractores. Pero el pintor sacudió la Historia del Arte y emprendió un camino hasta entonces nunca recorrido. Hizo del atrevimiento una de sus características, manejó la luz y el color de una forma hasta entonces desconocida; su luz es dura y contrastada con lo que consigue que las escenas se carguen de una fuerza incontestable. Quiso que sus personajes parecieran reales, cercanos. Pintó temas hasta entonces impensables, como las naturalezas muertas, y lo hizo de forma desafiante: al pintar una cesta con manzanas y uvas, algunas las mostró con picaduras.

El Barroco en España arraigó de una forma profundamente original y con tal riqueza de formas que si el siglo XVII español fue decadente en lo económico y social, en pintura, escultura y arquitectura fue uno de los más interesantes. A pesar del dominio de los temas religiosos, la pintura española de esa época fue básicamente realista. Un realismo influido por la crudeza de la obras de Caravaggio, que alcanzó también a uno de nuestros grandes genios, Velázquez (1599-1660). Los retratos de Felipe IV y su familia son algunas de las pinturas más fascinantes de la historia y el que hizo al papa Inocencio X no ha sido superado.

Georges de la Tour, el pintor del candil, en Francia; Van Dyck y Rubens, protagonistas de la pintura flamenca... y en el puesto de honor, Rembrandt y Vermeer en Holanda. Ellos elevaron la pintura a un arte único, plasmado en unos cuadros en los que por primera vez el tema reflejado era un tema sin importancia. Es ahí donde Vermeer, el maestro de Delft, dio una suprema lección en sus interiores con figuras, convertidos en obras maestras de todos los tiempos.

<i>La madre Jerónima de la Fuente</i> (1620), de Velázquez (Museo del Prado).
La madre Jerónima de la Fuente (1620), de Velázquez (Museo del Prado).
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