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Columna
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La derrota de ETA

Josep Ramoneda

Decía David Trimble, ex ministro principal del Ulster, que la primera condición para que un proceso de paz sea viable es que las partes que utilizan la violencia se convenzan de que por este método no conseguirán sus objetivos. La principal novedad en el País Vasco es que por fin parece ser que ETA ha entendido que matando no sólo nunca conseguirá sus objetivos, sino que verá menguados los apoyos políticos y sociales. ETA ha dejado de matar -que no de extorsionar- y la sociedad vasca la ha dado por amortizada. Lo que caracteriza a un grupo terrorista -lo que le da existencia política por la vía del amedrentamiento y del miedo- es el asesinato indiscriminado como medio de acción política. Sin la violencia, ETA no sería nada. En el momento en que deja de matar, empieza a dejar de existir, y en este sentido ETA ha sido derrotada. Ya no tiene capacidad para obtener resultado alguno del uso del asesinato. Pero la derrota no es el final, es la condición previa para alcanzarlo. Y mientras ETA no acabe, siempre puede volver a matar, por diferencias internas, por cálculos coyunturales o por puro nihilismo, que es donde acaban a menudo estos grupos.

Si ETA está derrotada, ¿por qué se le está dando tanto protagonismo? ¿Por qué estamos todos tan pendientes de sus pasos? ¿Por qué vuelve a dominar la actualidad? Por razones ideológicas: no todo el mundo entiende igual el final de ETA; por razones políticas: cálculos, a menudo obscenos, que mezclan la cuestión terrorista con los intereses partidistas; e incluso por razones psicológicas: la sombra del mito de ETA sigue siendo alargada, después de tantos años condicionando la vida política, cuesta asumir su debilidad. Lo cierto es que ETA, derrotada, no debería ser noticia, y el final definitivo debería estar trabajándose con discreción y prudencia. Sin embargo, la ansiedad de unos, la deslealtad y el oportunismo de otros, y la presión de los medios le están dando un protagonismo innecesario, con paradojas inexplicables. ¿Se da cuenta la Asociación de Víctimas del Terrorismo de cómo está contribuyendo a que ETA domine la agenda pública?

Vayamos por partes. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, vive la ilusión que todos los presidentes de la democracia han tenido: que durante su mandato se acabe la pesadilla terrorista. Es también un deseo ampliamente extendido entre los españoles, excepto en algunos sectores a los que el patriotismo les hace caer en el mezquindad de preferir un terrorismo de baja intensidad al fin del terrorismo porque creen que es la mejor garantía de que el País Vasco no se vaya de España. Pero la historia de estos años es terca, y aun siendo verdad que nunca las condiciones objetivas han colocado a ETA en una situación tan clara de derrota, precisamente por esto es absurdo dejarse llevar por un cierto síndrome de deuda con quienes tienen que anunciar el cese de la violencia. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la declaración del Parlamento sobre el fin de la violencia en Euskadi? Demasiado. ¿Era necesario hacer un gesto tan pronto? Seguramente, no. ¿No se estaba con este apremio haciéndole creer a ETA que tiene más bazas de las que realmente le corresponden? Quizá sí. ¿Era necesario anunciar, aunque fuera con un rizo lingüístico, la apertura de un proceso que no acaba de empezar? Transmitía una señal de urgencia peligrosa. ¿Era necesario caer en la trampa del nacionalismo vasco de apostar por un final "sin vencedores ni vencidos"? Sin duda, no.

Frente al Gobierno, el PP está empeñado en agigantar el mito de ETA. En vez de defender su importantísima aportación a la derrota del terrorismo, prefiere magnificar la realidad de ETA para poder acusar al Gobierno de debilidad. Es coherente con su obcecación estratégica, pero es evidentemente un regalo para ETA. Cada vez que se miente diciendo que el Gobierno está dispuesto a cambiar paz por autodeterminación no sólo se está engañando a la ciudadanía, sino que se dan argumentos a ETA para aumentar su apuesta. ¿Qué sentido tendría declarar una tregua ahora si el primer partido de la oposición sugiere que si ETA aprieta un poco más acabarán dándole lo que quiera? La ruptura de la unidad antiterrorista por parte del PP es una deslealtad al Estado, y es lamentable que una parte de las víctimas del terrorismo se hayan dejado arrastrar a este terreno de la demagogia y de la perpetuación del problema. ETA está derrotada, pero puede aún hacer mucho daño, se trata de acelerar el final, no de devolverla al centro de la escena, y la contribución del PP en este sentido es extraordinaria. ¿O no es eso lo que está diciendo la propia ETA cuando asegura que su tregua en Cataluña ha permitido acelerar las contradicciones del Estado español? Efectivamente, si el PP hubiese jugado noblemente en el debate del fin de la violencia y el debate estatutario en Cataluña, ETA hoy tendría muchos menos argumentos para vanagloriarse.

La escena la completan los partidos periféricos. Los vascos, entre los que el Partido Nacionalista Vasco (PNV) está enredando de nuevo con la autodeterminación. El PNV no piensa tanto en el fin de la violencia como en el día siguiente, en que Batasuna se convertirá en su principal rival electoral. Y en esta clave hay que entender sus mensajes. Pero el proceso del fin de la violencia ejerce también un papel en el desencuentro entre Zapatero y Pasqual Maragall. Zapatero aceptó el envite estatutario del presidente catalán pensando que el proceso que se siguiera en Cataluña podría servir de referencia en el País Vasco. Probablemente, era un error: Cataluña y Euskadi tienen caminos completamente distintos y querer relacionarlos es equívoco y peligroso. Pero, en cualquier caso, Maragall no controló el proceso, y éste tuvo el accidentado recorrido que todos conocemos. De poco sirve para la estrategia de Zapatero en Euskadi.

¿Cuál ha de ser el pacto para el fin de la violencia? A mi entender es el pacto que siempre debería haber existido entre demócratas: mientras haya violencia, el fin de la violencia es la prioridad compartida; calladas las armas, cada cual tiene derecho a poner sobre la mesa su programa de máximos, si es que lo cree conveniente, para que se dilucide en términos democráticos. Del mismo modo que en Cataluña hay independentistas que participan plenamente en la vida democrática, Batasuna o el PNV podrán plantear su programa de independencia o el PP la restauración unitarista de España. Serán los votos y los procedimientos democráticos los que dirimirán la suerte de cada cual. Como decía ex consejero Andreu Mas-Colell, por mucho debate que genere el Estatuto catalán, "al final se trata de votos y nada más". Esta es la normalidad de Cataluña, esta es la normalidad que todos deberían buscar en Euskadi. Por eso es lamentable el oportunismo de unos y la demagogia de otros.

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