Crítica:

Del paraíso al infierno en Ibiza

La mirada del otro siempre nos ofrece facetas de nosotros mismos que ignoramos. O que no hemos observado en sus justos términos. Esta premisa sirve para las personas y para las sociedades. Por ello las impresiones que sobre la España de los últimos dos siglos dejaron escritas los viajeros románticos o Hans Christian Andersen o Ernest Hemingway o Gerald Brenan nos han enseñado mucho a los españoles. Si, además, esos ilustres y perspicaces forasteros llegan a confundirse con el paisaje y con el paisanaje, llegan a amar la tierra que eligen, el retrato adquiere unos tonos clarividentes y ofrece u...

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La mirada del otro siempre nos ofrece facetas de nosotros mismos que ignoramos. O que no hemos observado en sus justos términos. Esta premisa sirve para las personas y para las sociedades. Por ello las impresiones que sobre la España de los últimos dos siglos dejaron escritas los viajeros románticos o Hans Christian Andersen o Ernest Hemingway o Gerald Brenan nos han enseñado mucho a los españoles. Si, además, esos ilustres y perspicaces forasteros llegan a confundirse con el paisaje y con el paisanaje, llegan a amar la tierra que eligen, el retrato adquiere unos tonos clarividentes y ofrece unos reveladores perfiles. Cuando esos testimonios reflejan con maestría unos tiempos de amor y guerra, unas situaciones donde todo oscila entre la vida y la muerte y donde entre el blanco y el negro no existen los grises, estamos asistiendo a cumbres altas de la historia convertida en literatura, en memorias.

VIDA Y MUERTE DE UN PUEBLO ESPAÑOL

Elliot Paul

Traducción de Pilar

de la Peña Minguell

Gadir. Madrid, 2005

460 páginas. 21,96 euros

Es el caso de este libro del escritor y músico estadounidense Elliot Paul (1891-1958), que vivió en el pueblo de Santa Eulalia, en Ibiza, en los años treinta. En un magnífico ejercicio de observación de detalles, casi de antropología, que recuerda al libro Al sur de Granada, que Brenan escribió sobre La Alpujarra, Paul ofrece un mosaico impagable de tipos y personajes de una Ibiza rural y pobre, dominada por el caciquismo de la familia Matutes, alejada del mundanal ruido, donde los automóviles resultan un lujo al alcance de muy pocos y donde los escasos aviones que sobrevuelan la isla significan un espectáculo memorable, donde la llegada de los barcos de Barcelona y de Valencia se convierte en un acontecimiento del que dependen los suministros más básicos. Era una isla poblada por pescadores y agricultores y en la que las plazas acogían conversaciones, galanteos, afanes, negocios, fiestas y funerales. A pesar de sus miserias y carencias, la Ibiza de los años treinta era todavía un paraíso detenido en el tiempo al que ya se acercaban artistas como el propio Elliot Paul y su familia. No en vano el autor subtitula su parte primera, con un toque de humor, 'Del 4000 a. C. a 1936 d. C.'.

Es en aquella trágica fecha,

que tantas cosas ha dividido en España entre un antes y un después, cuando Paul confiesa: "Imparcial, veo morir una democracia atormentada". En aquel verano de 1936, el estadounidense ilustrado que dirigió la banda de música de Santa Eulalia asiste impotente al derrumbamiento de un mundo, al fin sangriento de una forma de vida. "Tendrán que pasar doscientos años para que los habitantes de este pueblo vuelvan a llevarse bien", exclama Pedro, el dueño de un hotel de Santa Eulalia. A modo de anécdota que se alza como una categoría del drama, la Guerra Civil de Ibiza enfrenta a familiares y a vecinos, desgarra matrimonios, enemista a padres e hijos y obliga a gente sencilla a elegir entre el heroísmo o la traición. "Vaya, sabía que había cobardes y ladrones en Ibiza, pero jamás pensé que fueran tantos", comenta Eulalia Noguera, amiga del autor. Este libro de memorias está narrado en su mayor parte en tercera persona. Pero Paul, que finalmente abandona Ibiza, se ve obligado a escribir en el epílogo, fechado en junio de 1937: "Fue un privilegio convivir con hombres y mujeres tan nobles y valientes, que sus enemigos harán bien en temer mientras sigan vivos".

De izquierda a derecha, Jean Selz, un pescador, el nieto de Paul Gauguin y Walter Benjamin, en Ibiza en 1933.

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