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Reportaje:BARCELONA | LOS GUETOS EN ESPAÑA

El estigma persigue a los vecinos de La Mina

Miquel Noguer

Ni la friolera de 174 millones de euros invertidos en la rehabilitación del barrio barcelonés de La Mina ni la celebración del Fórum de las Culturas el año pasado a escasos 200 metros de su casa han evitado que algún seleccionador de personal haya mirado por encima del hombro a Elena Tarasevych. Al enterarse de que esta ucrania de 36 años vivía en este barrio, de poco le ha servido su licenciatura en Economía y su carrera de Derecho casi acabada. "Todos me decían: '¡uy La Mina!".

El estigma de la marginalidad que persigue a este barrio de 13.000 habitantes, separado de Barcelona por una calle, y ahogado por los seis carriles de la ronda del Litoral no desaparece pese a que, tras siete planes fallidos, ahora ha llegado el dinero para transformarlo. En los tres años escasos que Elena ha vivido en la zona, hasta hace bien poco habitada casi exclusivamente por población gitana, el cambio ha sido brutal. Calles nuevas, fachadas en restauración, un tranvía acabado de estrenar, y en construcción un instituto, una escuela, un centro de atención primaria y hasta una iglesia. Todo es nuevo. O casi todo.

Los bloques de hasta 10 plantas que durante años han albergado a unas 13.000 personas están a punto de cambiar de imagen al barrio
Cortés se siente orgullosa de su vida en el barrio, pero lamenta la falta de oportunidades que endémicamente ha afectado a su familia y a tantas otras
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Indiferencia barcelonesa

Pero los barceloneses continúan ajenos a esta transformación. Para la mayoría, La Mina no sugiere más que miseria, heroína, trapicheo y delincuencia. Y el día a día no es amable. Que los presuntos autores de la muerte de un matrimonio de joyeros y su hijo recientemente en Castelldefels fueran de La Mina no ha ayudado a realzar la moral de cuantos luchan para mejorar la imagen de este barrio. Vivir en La Mina ha sido para Tarasevych "toda una experiencia". Asegura que "todo está mejorando", pero recuerda muy bien los días en que salir a la calle al caer la noche, hace apenas un par de años, era toda una aventura. "Fuera apenas había luz y la basura lo inundaba todo".

Este panorama tampoco impidió que Nelia Olivar, peruana casada con un español, se instalara en el barrio. "Mi marido es de aquí, así que no me planteé vivir en otro lugar pese a la cara de sorpresa que veía en mucha gente de fuera del barrio al decirles dónde vivía". Pese a todo se siente afortunada. "Aquí falta mucha política social, el sentimiento de abandono sigue siendo grande, el barrio siempre se ha limitado a sobrevivir". Y lo ha logrado pese a que la renta familiar media, de 3.700 euros, es cuatro veces inferior a la catalana.

Y la educación está en la base de estos problemas. El absentismo escolar sigue afectando a una cuarta parte de los escolares del centro de primaria de La Mina y a tres de cada cuatro alumnos del instituto Fórum 2004. Ello explica que cerca del 65% de los niños del barrio se escolaricen fuera de él. Ya sea por falta de plazas o porque sus padres prefieren otro entorno para los más jóvenes.

Juan José Amaya, de 17 años y loco por el fútbol, conoce bien estos problemas. Tras unos años en la escuela, en que, según admite, "andaba un poco perdido", abandonó los estudios hace ya tres cursos. Como a muchos de sus amigos le costaba seguir unas clases que debía combinar con la venta ambulante, fuente de ingresos de su familia. "Ahora veo que debería haber seguido estudiando", dice sin perder una sonrisa que se le acentúa al ser preguntado por lo que le gustaría ser de mayor. "Ya estoy un poco viejo, pero mi sueño era ser futbolista como mi primo

[el ex jugador del Atlético de Madrid y actual defensa del Ciudad de Murcia, Iván Amaya]".

Más pragmático, asegura sentirse atraído por el mundo educativo: "Me gustaría ser educador de calle o monitor para ayudar a los chavales", afirma. Ha pasado el último año haciendo un curso de inserción laboral promocionado por el consorcio de La Mina, el organismo participado por varias administraciones para llevar adelante el plan de inversiones del barrio tanto en materia urbanística como social. Por primera vez, Juan José ha probado el mundo laboral mediante unas prácticas como reponedor en un supermercado, tarea que ha combinado con algunas tareas de voluntariado.

Amaya ha seguido de cerca, a través del televisor, la oleada de violencia que asoló decenas de barrios franceses el mes pasado. Le interesó lo ocurrido allí, pero no ve paralelismo alguno con La Mina. "Pienso que aquí, a pesar de todo, hay muchas asociaciones que trabajan para mejorar las cosas, no creo que estemos tan abandonados... en el fondo, la mala imagen que tenemos es sólo esto, mala imagen; somos gente normal".

La profesora de sociología de la Universidad de Barcelona, Anna Alabart, comparte el diagnóstico: "Nuestros barrios, como el de la Mina, tienen problemas, pero difieren, al menos por ahora, de los que hemos visto en Francia". "Aquí la inmigración que viene para quedarse no es tanto la magrebí como la de Perú o de la República Dominicana y su cultura es mucho más próxima a la de aquí". Pero alerta: "en el caso de la Mina hay que ser vigilantes, pues la mezcla de nuevos llegados con la comunidad gitana, a veces, es explosiva".

Entre el grupo de personas ilusionadas del barrio destacan Ana María Ponce y Carmen Cortés, empleadas de la brigada de limpieza y mantenimiento que, gracias a este empleo, ya no venden en el mercadillo. Tienen un sueldo, llevan uniforme y se sienten respetadas. Con 50 años, cinco hijos y 11 nietos, Cortés se siente orgullosa de su vida en el barrio, pero lamenta la falta de oportunidades que endémicamente ha afectado a los suyos. "Ahora hemos mejorado, casi todos trabajamos y podemos vivir en el barrio. Espero que dure".

Dos mujeres paseando por una de las calles objeto de la reforma urbanística  de La Mina, la semana pasada.
Dos mujeres paseando por una de las calles objeto de la reforma urbanística de La Mina, la semana pasada.CARMEN SECANELLA

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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