_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

2011: Recogiendo la cosecha

Hace ya algún tiempo que el ejercicio de la disidencia en un contexto de general autocomplacencia me plantea dudas múltiples y a menudo tengo la desagradable sensación de ejercer de conspicuo aguafiestas. Puestos a persistir en mis errores, me atrevo a sugerir que quizá en el 2011 -el 2007 parece tener las cartas muy marcadas-, cuando recojamos la cosecha, podemos encontrarnos con sorpresas poco agradables si prosiguen las tendencias en curso. Claro está, todo tiene remedio: rectificar es de sabios.

Dibujemos el escenario: una economía excesivamente decantada hacia el turismo y la construcción, con un tejido productivo escasamente competitivo, un capital humano mal aprovechado y un espíritu empresarial residual fruto de la atracción de las altas rentabilidades ofrecidas por el sector inmobiliario. Persistirá nuestro viejo modelo económico de microempresas industriales productoras de bienes de consumo en sectores de baja demanda y débil componente tecnológico sometidas a la feroz competencia de los países emergentes -con China a la cabeza-.

Habremos mantenido la inversión en I+D en porcentajes inferiores al 1% de nuestro PIB y nuestro sistema de innovación seguirá sufriendo la desconexión entre la empresa, los Institutos Tecnológicos y la Universidad. Seguiremos sin contar con un apoyo decidido a los nuevos emprendedores en forma de instituciones solventes de capital-riesgo y la aparición de actividades de alto valor añadido en nuevos sectores será modesta e incapaz de compensar la pérdida del tejido productivo tradicional. La estrechez del mercado dificultará el desarrollo de los servicios avanzados a las empresas. No habremos conseguido, en definitiva, iniciar con buen pie la transición hacia la economía del conocimiento y nuestra productividad seguirá siendo modesta.

En este contexto, el máximo interrogante es si se habrá o no producido el fin del ciclo inmobiliario expansivo. De haberse producido, nuestros niveles de actividad económica habrán disminuido sensiblemente y el paro habrá vuelto a superar ampliamente la barrera del 10%.

Tampoco podremos probablemente consolarnos con haber heredado un territorio sostenible y competitivo. El desarrollo de nuevas infraestructuras de comunicación habrá sido lento tanto por la desaparición de la ayuda de los fondos estructurales como por los límites a la inversión pública derivados del elevado déficit público. La extraordinaria y atípica duración del ciclo inmobiliario expansivo habrá multiplicado de forma considerable nuestro patrimonio residencial tanto en forma de crecimientos intensivos en las grandes aglomeraciones urbanas como de urbanizaciones de baja densidad dispersas por todo el territorio.

Nuestra costa habrá alcanzado niveles muy elevados de colmatación con la pérdida de sus atractivos naturales y el patrimonio natural de las zonas de interior habrá sufrido también pérdidas irreversibles. Los gastos de mantenimiento de muchos ayuntamientos "receptores" de la expansión inmobiliaria habrán subido de forma exponencial y habrán aflorado serios problemas estructurales relativos al ciclo del agua (suministro y depuración) y a la recogida y tratamiento de los residuos sólidos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Los espacios de huerta habrán desaparecido víctimas de la presión urbanística, la agricultura seguirá siendo escasamente competitiva y seguirá consumiendo más de un 70% de los recursos hídricos. El turismo extranjero estacional habrá disminuido por la competencia de otros espacios alternativos en el Mediterráneo aunque el País gozará de un turismo residencial elevado. Además, la finalización del AVE Madrid-Valencia se habrá traducido en un auténtico alud de la población del área metropolitana de Madrid que habrá compensado parcialmente la disminución del turismo extranjero ocasional y habrá reforzado el turismo residencial. Debido a esta nueva "invasión", la ciudad de Valencia gozará de un relativo esplendor al haberse consolidado como destino de turismo urbano gracias al atractivo de sus macro-contenedores culturales y la decantación de su fachada marítima hacia usos turísticos. No obstante, gran parte de su tejido urbano mostrará signos evidentes de degradación y obsolescencia.

Nuestra situación geoestratégica en el contexto europeo habrá empeorado, acrecentando nuestro carácter periférico al alejarnos del centro de gravedad de Europa. Y ello se habrá debido no sólo al desplazamiento hacia el Este de la espina dorsal europea sino también a la tardía resolución del AVE Valencia-Barcelona en el tramo entre Castellón y Tarragona, a la ejecución del eje ferroviario de mercancías Algeciras-Madrid-Zaragoza-Barcelona y al rápido desarrollo de Zaragoza como plaza logística. Como premio de consolación, quizá el Puerto de Valencia se haya consolidado como el puerto de Madrid y Zaragoza si consigue compaginar sus planes de expansión con la vocación turístico-residencial de la fachada marítima de la ciudad.

En el ámbito social el escenario no será, probablemente, envidiable. La crisis de la industria tradicional habrá golpeado con dureza los distritos industriales del centro y sur del País. La inmigración (estabilizada en torno al 20% de la población) aportará en torno al 15% del PIB, reforzando sectores intensivos en mano de obra como la construcción (caso de mantenerse las altas tasas de actividad del sector), el turismo y los servicios. Sin embargo, los problemas de segregación estarán todavía muy lejos de resolverse y las bolsas de marginación tenderán a enquistarse. Con una población de algo más de 5 millones de habitantes, el nivel de bienestar social será modesto por la dificultad de la administración pública para rebajar un déficit excesivo y ampliar el gasto público (corriente y de inversión) en el ámbito del gasto social.

Este pesimista escenario es verosímil pero (¡¡ojalá!!) evitable. Sólo hay que superar el espejismo, comprender que la bonanza actual es frágil y ponerse manos a la obra. ¿Lo intentamos?

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_