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VISTO / OÍDO
Columna
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Cuba

Todo bloqueo, embargo, cerco o castigo a un país está fuera de la moral. Incluso la contradicción de términos que llamamos moral de guerra. La ficción de que así se ayuda al pueblo de ese país a desprenderse de un régimen odioso no se sostiene: es un segundo castigo, a veces tan grave como el primero. Una dictadura no se desea: se soporta. Ah, y si se desea por el pueblo como mejor medida que otras cosas, habrá que dejarla vivir. No creo que la mayoría del pueblo cubano prefiera la dictadura comunista, pero quizá teme más la guerra civil o las venganzas con que se pudiera modificar esta situación. La reunión iberoamericana de Salamanca ha rechazado el bloqueo a Cuba, pese a las advertencias de Estados Unidos en contra: su rechazo procede de esa moral falsa de que el castigo a un régimen deba amenazar a todo un pueblo: el castigo de EE UU y su mundo subordinado a Afganistán y a Irak era ya condenado antes de la invasión, y ahora lo es más.

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Un poco de sentido común bastaría para comprender que una democracia a la fuerza es una dictadura, que una constitución impuesta es un código, y que muchos países pobres viven bajo dictaduras tan sangrientas e inmorales como pueda ser la de Cuba, mientras se llaman democracias y sus presidentes visten elegantes trajes y se intercambian condecoraciones brillantes y coloristas. Pero son obedientes a una disciplina internacional y un orden económico, prefijado. Muchas veces he pensado que sin esa presión aciaga del bloqueo y de la amenaza de invasión o terrorismo desde Miami, Cuba habría cambiado ya su régimen y Castro estaría descansando. En realidad, todo se está preparando para que el régimen de Cuba termine al tiempo que la vida del dictador; pero hay intereses de restauración del sistema anterior de propiedades y de negocios, de venganzas y de castigos, que es muy difícil que el régimen actual y las poblaciones actuales se rindan ante esta situación. Nacen del poder extraparlamentario, extrapresidencial, de EE UU, y no creo que ningún cambio en el Gobierno de Washington lo acepte. Eso no quita la valentía de la declaración de Salamanca contra la posición de EE UU. No sirve para cambiar la situación, pero sí para negar la existencia de una justicia y de una defensa de libertades que pretende EE UU.

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