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Columna
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Sugestión

Para dejar de ser nacionalista bastan unos minutos de autosugestión. Eso dijo hace unos años Rafael Sánchez Ferlosio en un congreso sobre el Estado de las autonomías, y se pueden imaginar la que se armó. Yo no llegaré a tanto, porque no sé de parapsicología, pero sí diré que me gustaría vivir en un Estado radicalmente laico, como dicen los obispos. Un Estado radicalmente laico quiere decir: un Estado cuyas leyes ignoren términos como "religión", "dios", "identidad" o "nación"; un Estado que no se la esté cogiendo todos los días con papel de fumar por miedo a ofender a éstos o a aquéllos; y que no tenga en cuenta a la hora de legislar las creencias religiosas o las creencias nacionalistas, sino solamente la eficacia administrativa al servicio de los ciudadanos, un principio superior a cualquier dios y a cualquier derecho irrenunciable de los pueblos.

En todo esto del estatuto catalán, que se ha convertido en el tema principal de la política andaluza, hay cosas que no entiendo. Por un lado están los que se rasgan las vestiduras y muestran las llagas de su costado. Zapatero, dicen, Zapatero ha permitido que las cosas lleguen a este extremo. Como no sea fusilando a Carod Rovira o a Maragall, no veo una forma "democrática" de impedir que un parlamento legisle. Llevamos no sé cuántos años pidiendo a ETA que deje de matar, que defienda sus ideas por cauces pacíficos, recordando que en una democracia se puede mantener cualquier postura, bla, bla, bla, y cuando nos topamos con un proyecto de ley que no nos gusta, pero que es escrupulosamente democrático y que está además pacíficamente apoyado por un amplio porcentaje del parlamento catalán (exactamente lo que le pedíamos al Plan Ibarretxe), entonces maldecimos la democracia. O nos da miedo.

Y luego están los que piden respeto, y hacen bien, a la voluntad del pueblo catalán que, como el Espíritu Santo en forma de paloma, se ha manifestado a través de sus sagrados representantes en una sesión de "ouija" parlamentaria. Pero los mismos que piden respeto a la legalidad advierten como matones que al Estatut no se le toca ni una coma. O lo que es peor: preparan el terreno para que cada enmienda no sea un trámite parlamentario, sino una agresión de Madrid a Cataluña. Como si en el Parlamento español solo hubiera madrileños. Como si su paso por las Cortes fuera menos legal que su paso por el Parlament.

Pero no perdamos la perspectiva: en este lío no nos han metido de la noche a la mañana Zapatero, Carod o Maragall. Para que todo lo que está sucediendo suceda es necesario contar con bastante apoyo social. Y para conseguirlo es imprescindible someter a los niños durante décadas a sesiones intensivas de sugestión nacionalista. La sugestión de la que hablaba Sánchez Ferlosio. ¿Por qué creen ustedes que los obispos tienen tanto empeño en que la otra religión, la de dios, no salga de las escuelas? Sí, sí; estoy hablando de la Educación (incluida la política lingüística), la única competencia -si de verdad queremos seguir siendo un Estado- que no debería haberse dejado jamás en manos de las comunidades autónomas. De la andaluza, tampoco.

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