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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Adiós al intermitente

Después de circular por nuestras carreteras durante el verano muchos conductores llegarán a una alarmante conclusión: el uso de las luces intermitentes sigue perdiéndose. Hace unos años, el intermitente, como se le conoce coloquialmente, era un signo de civilización e inteligencia. El invento nace de una idea brillante: prevenir a los demás conductores de nuestras intenciones al volante. Antes de girar a la derecha, intermitente derecho. Antes de girar a la izquierda, intermitente izquierdo. Estas simples luces se suman a un código que aspira a ordenar el tráfico y lo hacen con un recurso visual que, bien utilizado, no admite confusión. Además, no implican hacer ningún movimiento brusco, a diferencia de lo que ocurre con los ciclistas, que si desean anunciar su voluntad de girar tienen que soltar una mano del manillar y perder parte de su estabilidad.

Cada vez menos automovilistas utilizan el intermitente para comunicar a los demás sus intenciones de giro

En 1993, cuando el psicólogo cognoscitivo Donald A. Norman publicó su libro Ordenadores, electrodomésticos y otras tribulaciones, me sorprendió leer: "Las luces y sonidos de los coches juegan un papel análogo a las expresiones faciales de los animales: comunican el estado interno y las intenciones del vehículo a otros vehículos en su grupo social". Entonces yo no conducía y no valoré el mensaje. Ahora, en cambio, constato que estas relaciones e intenciones están mutando. Ya son cientos los conductores que, llegado el momento de girar o de maniobrar para un adelantamiento, prescinden del intermitente y te hacen sentir como un cretino por respetar la norma. Una lectura tendenciosa invita a interpretarlo como una falta de respeto hacia los demás miembros del "grupo social". Pero el problema es más grave. Los que no utilizan el intermitente constituyen un peligro. En centros urbanos, periferias, polígonos, rondas, autopistas o autovías es cada vez más corriente comprobar que el intermitente está en crisis. No existe control para evitarlo, ni un radar que detecte este tipo de infracciones. La consejera Tura tampoco le dedica mucho tiempo porque tiene problemas más graves con los que lidiar. No sé cómo explicaría Norman esta crisis del intermitente, aunque es probable que guarde relación con la ola general de incivismo y tolerancia disfrazada de negligencia que anima nuestro entorno. Del mismo modo que muchos adultos creen necesario mear en la vía pública (el próximo paso será defecar, ya lo verán) y que su actitud anima a otros a imitarlos, ya son multitud los humanos que, al volante de un vehículo, se limitan a responder a sus instintos sin preocuparse de prevenir a sus compañeros de especie. ¿Egoísmo? ¿Incivismo? ¿Hipnosis tecnológica? Quizá tenga que ver con la relación que algunos usuarios mantienen con sus máquinas. Llegan a un grado de intimidad que les hace olvidarse de los demás.

Y hablando de máquinas y de intimidad, en uno de esos viajes ideales para comprobar que el intermitente ha dejado de ser obligatorio, me detuve en la cafetería de una área de servicio. Sobre la mesa, alguien había olvidado un periódico. Al llegar a las siempre instructivas páginas de anuncios personales, observé uno marcado con un círculo hecho con bolígrafo. Decía: "Masaje anal con electrodos alemanes" y, a continuación, daba un número de teléfono. Que el anterior lector hubiera marcado este anuncio me pareció una señal, así que, por estrictos motivos profesionales y enfermiza curiosidad, llamé al número para saber en qué consistía el masaje anal con electrodos alemanes. La vida sexual de los animales, racionales o no, es un misterio que no debe escandalizarnos ("Los potos dorados, parientes de los gálagos, unos primates nocturnos que habitan en Gabón, tienen penes monstruosos, que pueden estar recubiertos de espinas, bultos o cerdas", escribe Pilar Cristóbal en su libro También los jabalíes se besan en la boca). Mientras marcaba el número de la consulta, me asaltaban varios interrogantes. En el vastísimo universo de los electrodos, ¿qué nivel tienen los alemanes? ¿Por el mero hecho de ser alemanes, presentan alguna particularidad especialmente germánica?

La mujer que me atendió era muy simpática. Cuando le pregunté si podía informarme sobre semejante práctica, me contó que el masaje anal con electrodo alemán es una "técnica en camilla". Algunas cosas es mejor vivirlas en posición horizontal, pensé. Luego me dijo que el procedimiento consistía en poner cremita con un guante de látex para ir dilatando la zona en cuestión. Me conmovió el uso del diminutivo cremita aplicado a un contexto tan, digamos, delicado. A continuación, sentenció: "El electrodo no es un vibrador ni nada de eso". De allí no la saqué y me quedé con la duda de conocer las diferencias entre electrodo y vibrador y de averiguar a qué se refería con el concepto "nada de eso". Eso sí: no se olvidó de recordarme que el servicio costaba 60 euros por media hora y 100 por una hora. De estos dos episodios podría deducirse que cuanto más abandonamos el uso del intermitente, más adoptamos el masaje anal con electrodo alemán, pero eso sería tan imprudente como practicar cualquiera de estas actividades cada vez más populares.

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