Menudo pollo
Madrid es una ciudad levantada, un retablo de trincheras y martillos hidráulicos. Ni siquiera en agosto nos dejan en paz. Todo lo contrario; se incrementan espectacularmente las obras que nos machacan durante el año. El ruido y el marasmo llegan ya a niveles preocupantes. Las autoridades están crispando el alma y la paciencia de los ciudadanos. Rugen las excavadoras y la gente está que brama. La calle es un muestrario de rostros cabreados. Además, los ángeles no acaban de orinar. Además, estamos todo el santo día sudando como pollos. Para colmo, la salmonela del pollo.
El futuro es negro si nos fallan hasta las gallinas. No está el horno para bollos, señor alcalde. Exigimos un relajo para no acabar tarumba. ¿Están ustedes promocionando alguna marca de tranquilizantes?
Las gallinas tienen fama de cobardes, pero ponen huevos y son la madre de todos los pollos, virreyes de la cocina. No se concibe un mundo sin gallinas. Es una injusticia que a los cobardes se les llame gallinas y a los cretinos, burros. A propósito de pollinos, se incrementa el número de madrileños que no hablan, rebuznan a pleno pulmón en la vía pública y en los bares. El constante tronar de las sirenas y las excavadoras obliga a la gente a levantar la voz hasta por teléfono. Y como cuando estás entre burros conviene rebuznar de vez en cuando, la vida social se convierte en una competición de jumentos donde siempre llevan la voz cantante los más estúpidos. ¿Pretenden abarrotar la consulta de los otólogos y los psiquiatras?
Parece mentira que usted, tan sensible, nos amargue así la existencia a los pocos que aquí quedamos en agosto. Lo mismo se puede decir de doña Esperanza Aguirre. No está el horno para bollos. Bastante tenemos con lo que está pasando en el mundo. Apiádense ustedes de Madrid, porque de lo contrario aquí se monta un pollo.
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