Robin Cook, un político íntegro
Robin Cook nació cerca de Glasgow, Escocia, en 1946. Su abuelo era un minero que había sido incluido en listas negras por apoyar la dura huelga general de 1926, y su padre era profesor de Química. Desde entonces, Cook desarrolló su sentimiento de rechazo hacia las injusticias sociales y su reverencia intelectual por el pensamiento riguroso y analítico, lo que marcaría el resto de su carrera política.
Altamente inteligente, Robin Cook fue un buen estudiante en el colegio y en la Universidad de Edimburgo, donde estudió Literatura Inglesa y se planteó convertirse en pastor protestante. Pero era la política, sin embargo, lo que consumía su tiempo.
En su 28º cumpleaños, Cook fue elegido para la Cámara de los Comunes y rápidamente ascendió a portavoz del partido. Pero estaba en el sitio adecuado en un mal momento. Los laboristas perdieron las elecciones legislativas de 1979 y no volvieron al Gobierno hasta 1997. Como consecuencia, Cook pasó la mayor parte de su carrera política en la oposición.
Cuando, finalmente, llegó a ministro de Asuntos Exteriores, Cook tuvo que enfrentarse en una ocasión a un jefe de Estado visitante por el encarcelamiento de disidentes políticos en su país. "Bien", dijo el jefe de Estado, "esas personas planeaban derribar nuestro Gobierno", "¿Y qué?", replicó Cook con brusquedad. "Yo pasé 18 años planeando derribar a nuestro Gobierno".
Durante este periodo, Cook llegó a ser uno de los pesos pesados del Partido Laborista y estableció su reputación como uno de los mejores parlamentarios desde la Segunda Guerra Mundial. La Cámara fue su territorio favorito, donde usaba su repertorio de ironía, sarcasmo, agudeza y habilidades analíticas para humillar a los ministros conservadores. Esas actuaciones comunes eran memorables, no muy diferentes de ver a Astérix provocando el caos en un regimiento romano.
Pero, mientras que la reputación de Cook crecía entre el público y otros diputados laboristas, nunca fue capaz (en realidad, nunca lo intentó) de congraciarse con el nuevo líder del Partido Laborista: Tony Blair.
Las causas para ello fueron en parte personales y en parte políticas. Desde el momento en que accedió al liderazgo de los laboristas en 1994, Blair tuvo una idea clara de lo quería hacer con el Partido Laborista y cómo gobernaría. Su equipo lo denominaba El Proyecto, y muchas de sus ideas fueron expresadas en la Tercera Vía. Cook desesperaba por modernizar la izquierda también, pero rechazaba la idea de conseguirlo moviéndose siempre hacia el centro. Eran diferentes aproximaciones instintivas: donde Tony Blair buscaba suavizar y tranquilizar, Robin Cook intentaba estimular, excitar y provocar.
Esas tensiones, sin embargo, rara vez interferían con una sana relación en el trabajo, quizá porque Robin Cook distaba mucho de ser el lobo solitario que pudiera amenazar a Tony Blair. La gente deseaba siempre pasar más tiempo con Robin Cook de lo que él deseaba pasar con la gente, y sus escasos verdaderos amigos se encontraban, en su mayor parte, en el mundo ecuestre, más que en la política. Le encantaban las carreras de caballos, y durante años escribió una columna semanal sobre pronósticos hípicos en un diario nacional.
En el año 1997, Tony Blair nombró a Robin Cook ministro de Asuntos Exteriores. Sus primeros meses no fueron los mejores. El político que había tenido tanto éxito en la oposición no se adaptó fácilmente a dirigir un gran departamento gubernamental y se cometieron errores diplomáticos. Cuando su matrimonio se rompió, en el verano de 1997, Cook se vio expuesto a la terrible fuerza de la hipocresía de la prensa británica.
Gradualmente, y pese a todo, el éxito comenzó a reemplazar a los errores y Cook promovió con entusiasmo la prohibición de minas terrestres, un código de conducta europeo para la exportación de armas y la Corte Penal Internacional. Estaba muy orgulloso de su importante papel en el envío de tropas británicas para detener la Guerra Civil en Sierra Leona y coordinando la acción de la OTAN para expulsar a las tropas serbias de Kosovo. Robin Cook nunca fue un pacifista ni un apaciguador.
Al final, sin embargo, no fueron ninguna de esas cosas las que le convirtieron en el centro de atención internacional, sino su decisión de dimitir como protesta contra la intervención militar en Irak. La ironía le encantaba a Robin y encontraba curioso haber sido tan famoso por dejar un Gobierno en lugar de serlo por cualquier cosa que hubiera hecho mientras formaba parte de el Ejecutivo.
Pero Robin Cook será recordado no sólo por su ingenio y sus destrezas parlamentarias, sino por algo aún más importante: su integridad y su honestidad. Ningún político podría pedir más.
David Mathieson fue asesor de Robin Cook entre los años 1997 y 2002.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.