El alma democrática de Europa
Europa es un mercado común que busca un propósito político. De modo que la pregunta que quiero plantear es: ¿qué podríamos imaginar que constituirá el alma democrática de Europa? ¿Cómo se relaciona con esto el no francés y holandés a la Constitución europea? Una parte vital del alma democrática de Europa es tener una oposición. O, para ser incluso más directo: una oposición europea contra los asuntos europeos. ¿Pueden ustedes imaginarse una democracia nacional sin oposición? Yo no. ¿Se puede imaginar un espíritu democrático en el que sólo se esperan votos afirmativos? Por supuesto que no. Pero ésta es exactamente la situación en Europa: esperamos que sólo haya votos afirmativos a favor de la Constitución. Esto no es una expectativa o una imaginación muy democrática ni muy realista. ¡No es el alma democrática de Europa! Es, digamos, una imaginación tecnocrática, una expectativa elitista para hacer que la maquinaria funcione. Esperar un 100% de síes es, seamos honrados, una expectativa comunista, una parte de una ideología de nomenclatura, un resto de estalinismo. El no en Europa podría y debería ser el final de la imaginación tecnocrática y el nacimiento del alma democrática de Europa.
¿Se pueden imaginar una Europa que sólo diga sí? Yo no. Europa, profundamente arraigada en su historia, es un voto escéptico, el espíritu de la crítica, de la autocrítica. Es muy europeo eso de empezar la democracia europea diciendo paradójicamente no a una Constitución impuesta desde arriba.
El no nos recuerda que la libertad y la democracia suponen la posibilidad de decir que no, sin ser torturados, excluidos o criminalizados. Por consiguiente, no torturemos, excluyamos o criminalicemos a dos pueblos europeos orgullosos y fuertemente individualistas, los franceses y los holandeses. Por cierto, la democracia también supone aceptar el no y, aún más, aceptar que uno ha perdido. La consecuencia es: tiene que haber una nueva convención para rescribir la Constitución europea.
La Europa cosmopolita que tengo en mente llega a decir: hemos perdido la votación sobre el primer borrador de la Constitución, lo sentimos, pero, no obstante, es un buen día para Europa. La Europa cosmopolita es ante todo una Europa basada en la diferencia, que reconoce diferentes identidades, diferentes culturas políticas y constitucionales (la británica, la francesa, la polaca, la alemana, la sueca, etc.), diferentes sendas hacia la modernidad (la senda europea occidental y la senda comunista y poscomunista de los miembros de Europa del Este y de los [todavía] no miembros de la UE), diferentes velocidades, diferentes tradiciones en el arte, la pintura, la literatura y la música, sin olvidar el arte culinario. A nosotros los europeos nos encanta la diferencia, nos encanta ser diferentes. ¿Por qué no vamos a rechazar la Europa uniforme, una Europa del sí, para salvar la Europa que amamos? ¡El alma democrática de Europa dice: la diferencia no es el problema, la diferencia es la solución!
Por supuesto, la razón dice: hay límites a la diferencia aceptable y necesitamos un marco para abordar las diferencias que suponen el encanto de Europa. Volvamos al no. El no puede tener significados muy distintos: sí-no o no-no. El voto puede ser un instrumento terriblemente contundente. La papeleta sólo ofrecía elecciones simples: a favor de la Constitución (500 páginas con todas sus complejidades y ambivalencias) o contra ella. Consideremos por un momento tres opciones: a favor de la Constitución y a favor de Europa; contra la Constitución y a favor de Europa; contra la Constitución y contra Europa. El problema es que en la papeleta de voto no aparecía ninguna de estas opciones. No es muy difícil sostener que la mayoría de los que votaron en contra de la Constitución habría puesto la cruz en la segunda opción: contra la Constitución y a favor de Europa. Muy preocupante es el hecho de que, curiosamente, sean muchos los que tanto en la izquierda neonacional como en la derecha neonacional votaron contra ambas, la Constitución y Europa. Esta mezcla de sentimientos antieuropeos de izquierdas y de derechas es uno de los resultados más espectaculares de esta votación.
Pero también tenemos que ser conscientes de que hay firmes motivos europeos para rechazar la Constitución europea. En cierta medida, éste ha sido un paradójico voto contra una Europa sin europeos. Aquí el non francés y el nee holandés significan: ¡ayuda, no entendemos Europa! ¿Ha transformado la ampliación a Europa en un objeto desconocido e indefinible? Plantear esta pregunta esencial no es un fiasco. Por el contrario, la deducción es: es necesario reinventar Europa. ¿Qué significa eso? El alma democrática de los europeos está bloqueada por la incomprensión nacional de Europa. Pensar en Europa en función de las naciones es despertar los temores nacionales más profundos de los europeos, y ésta es una paradoja que necesitamos comprender. Pensar en términos nacionales significa estar atrapados entre dos alternativas inaceptables: bien tener Europa o bien tener naciones europeas; la tercera posibilidad queda descartada. Esta concepción errónea basada en la nación acaba convirtiendo a Europa y a sus países miembros en archirrivales cuya existencia se ve mutuamente amenazada.
Permítanme plantear una cuestión sociológica básica, con profundas implicaciones para entender el alma europea: ¿existe una sociedad europea? Han oído bien: una sola sociedad europea, no sólo muchas sociedades nacionales en plural. Sí, la hay. Y también esto se pone de manifiesto con el no a la Constitución. El voto demuestra que existe una dinámica de desigualdades y reconocimiento paneuropea. En una Europa de países contenedores nacionales, los movimientos obreros y los partidos socialdemócratas nacionales podrían todavía exigir "igual paga por igual trabajo". Pero hasta ahora esta lucha por la igualdad ha acabado claramente en los límites del Estado nacional, considerados como algo establecido. ¿Deberían los socialdemócratas europeos exigir "igual salario por igual trabajo" para cada trabajador europeo? ¿O se ha apropiado el neoliberalismo del modelo de izquierda transformado: "igual salario por igual trabajo, siempre que sea un salario igualmente bajo"? ¿Se encuentran ahora los socialdemócratas europeos en la perversa posición de adoptar el lema de sus enemigos y exigir diferentes salarios por el mismo trabajo en Europa? Esto fuerza a la izquierda a adoptar una postura neonacional. Y este potencial explosivo de una dinámica paneuropea de desigualdades se pone de relieve con eléxito de la europeización, es decir, con el desmantelamiento de las fronteras nacionales que al mismo tiempo constituyen obstáculos a la competencia y a las percepciones de igualdad.
Y aquí surge la objeción de si no es ésta la razón perfecta por la que el alma democrática europea resulta imposible. No. Permítanme ser breve y muy directo. Sólo hay una respuesta a la globalización: ¡Europa! Escojamos, por ejemplo, esta noticia: China advierte que se producirá un choque con la UE respecto a los textiles. Antes de que se impusieran las restricciones a las exportaciones se llegó a un acuerdo. A la Comisión Europea le preocupaba mucho el aumento de casi un 700% en el volumen de importación de ciertos tipos de calzado desde China. Ahora China se aviene a establecer ciertos límites voluntarios al crecimiento de sus exportaciones a Europa. En otras palabras: se han salvado muchos puestos de trabajo no sólo en los países europeos, sino también en los países en vías de desarrollo. De éste y de otros muchos ejemplos se pueden aprender lecciones.
Ningún gobierno nacional puede por sí solo encontrar soluciones a los gravísimos problemas nacionales causados por la exportación de puestos de trabajo a países capaces de producir zapatos pagando salarios equivalentes a la décima parte de lo que un trabajador de Europa occidental gana por el mismo trabajo. Puede y tiene que haber soluciones europeas a los problemas nacionales. Esto requiere una Europa cosmopolita que defina los problemas nacionales como problemas europeos y no actúe de manera egoísta. Éste es el juego europeo de suma positiva: las soluciones comunes sirven al interés nacional. La misma situación en todas partes: exportación de puestos de trabajo a China, la competencia de salarios bajos entre los trabajadores europeos de diferentes nacionalidades, sociedades envejecidas, reformas en las prestaciones sociales, política migratoria, respuestas al riesgo global.
La UE puede demostrar que es más capaz de garantizar un futuro mejor para los europeos, concebidos como individuos con objetivos y aspiraciones personales, que cada uno de los Estados nacionales miembros por su cuenta. Es la razón -no la emoción pura- la que fortalece el alma democrática de Europa. Pero esto también tiene un lado oscuro. Por el momento, el juego de poder europeo aumenta el poder de los gobiernos nacionales, pero disminuye el poder de los ciudadanos europeos. Ha habido un perdedor: el ciudadano europeo. Por consiguiente, para que el alma europea viva y florezca en Europa la cuestión primordial es cómo crear un juego de democratización de suma positiva en Europa. Para empezar, la Convención no ha sido muy democrática en su propia legitimación y no era suficientemente radical. Daba un moderado poder nuevo al Parlamento Europeo (principalmente en lo referente al presupuesto agrícola) y ampliaba el área de "codecisión" con el Consejo de Ministros. También proporcionaba a los parlamentos nacionales un sistema de "tarjeta amarilla" para bloquear la extensa normativa de Bruselas, si un tercio de los países acordaban tocar juntos el silbato. Añadía un nuevo sistema para permitir que los ciudadanos de la UE solicitaran nuevas leyes o iniciativas.
Pero el aumento de la responsabilidad democrática no era una prioridad para muchos gobiernos. La eficiencia, sí, al disminuir el tamaño de la Comisión Europea y abolir la presidencia rotatoria del Consejo. Los referendos europeos son importantes, pero no bastan. La cuestión principal es cómo crear una democracia parlamentaria transnacional que supere fronteras. Para comprender el alcance de esta pregunta, uno tiene que percatarse de que la globalización y la regionalización están socavando las actuales formas nacionales de democracia. En una situación de creciente interdependencia mundial, no hay manera de volver al idilio de la democracia nacional.
La cuestión verdaderamente importante es cómo sumar las múltiples carencias democráticas en el plano europeo y nacional para crear nuevos espacios de participación europeos conacionales y nacionales, para crear una estructura democrática que fortalezca la implicación y la supervisión tanto del Parlamento Europeo como de los parlamentos nacionales. El primero es mucho más eficaz en lo referente a las complejidades de una legislación europea, pero los segundos hacen falta para controlar a sus propios gobiernos. Necesitan reforzarse mutuamente.
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