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Columna
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Perder es aprender

Parecía que estaba ahí, tan al alcance de la mano que casi podíamos olerla, sentir su fragancia parecida "al perfume que los crisantemos tendrían / si lo tuvieran", según dice el poeta Fernando Pessoa: era la Victoria. Pero no, los leones de Singapur se comieron nuestras esperanzas, la Victoria pasó de largo por Madrid como los coches de Bienvenido Mr. Marshall por el pueblo de Berlanga y la que llamó a nuestra puerta fue su hermana gemela, la Decepción: los Juegos Olímpicos del año 2012 se celebrarán en Londres y a nosotros se nos quedó tan mal sabor de boca como si se nos hubiera caído la mujer de Lot en el gazpacho. Qué vaina, como dicen los mexicanos.

Saber perder es de hipócritas, no lo dudo; pero las personas inteligentes siempre son capaces de sacar algunas lecciones de la derrota, y en este caso el aprendizaje esencial podría consistir, para empezar, en darse cuenta de lo fantástico que se volvería todo si nuestros políticos dejaran de ser ellos para convertirse en las personas que parecían ayer, en la reunión del Comité Internacional Olímpico, en Singapur. Gente capaz de hacer compatibles las ilusiones y las convicciones, como si hubiesen entendido que las primeras se pueden compartir sin que las segundas se debiliten. Personas educadas que sumaron esfuerzos, por lo general, incompatibles como quien suma esquimales y papagayos, y que dieron una lección de cortesía hacia el rival ideológico sin que nadie vaya a quitarles el carné ni a acusarlos de haber cambiado de lugar sus principios, para ponerlos al final. Ahora ya sólo queda esperar que las viejas guardias de sus partidos no estén afilando las banderas para buscarle la espalda al enemigo en cuanto vuelva a casa: si la victoria habría sido de todos, la derrota no puede ser sólo del contrario.

Los Juegos Olímpicos no se celebrarán en Madrid, pero la imagen de la capital -con perdón- que se ha dado ayer en Singapur es la que casi todos querríamos que fuera verdad y muchos pensamos que, al menos en parte, lo es, digan lo que digan sus muchos desprestigiadores, que son los prestidigitadores de la mala uva: una ciudad generosa, esforzada, alegre, con capacidad organizativa, atravesada por todos los problemas que asuelan a las grandes urbes del planeta y algunos propios que, obviamente, no se iban amencionar en Malasia porque cuando vas a vender algo no te dedicas a inventariar sus defectos, pero dispuesta a mejorar. A la otra mitad de la imagen que la Reina Sofía, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, la presidenta de Comunidad, Esperanza Aguirre, el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón y el resto de los ponentes de nuestra candidatura dieron de Madrid, no deberíamos renunciar por el simple hecho de que la olimpiada haya sido otorgada a Londres: una ciudad preocupada por el medio ambiente, hecha para los ciudadanos en lugar de para sus coches, paseable, movida por el transporte público, respetuosa con las personas que sufren minusvalías, como sin duda quería hacer explícito la presencia estelar en nuestra presentación ante los miembros del CIO de la atleta paralímpica Gema Hassen-Bey. ¿Serán capaces de quitarnos todo eso ahora que hemos perdido la apuesta del 2012?

Ojalá lo único que hayamos perdido ayer sean unos Juegos Olímpicos, porque sería fantástico mantener la mayor parte de los planes que se hicieron para ellos, fomentar el deporte en nuestra Comunidad, formar a nuestros atletas y vengarnos a base de medallas de oro en Londres, el año 2012, ganar en las pistas y los estadios lo que nos robaron en la Sala de la Injusticia. Aunque, claro, qué se puede esperar de una reunión en la que la voz cantante la lleva Alberto de Mónaco, que lo único que consiguió al nombrarse a sí mismo abogado de París y fiscal de la otras cuatro ciudades, fue perder cinco veces. Un genio. Usar el argumento del terrorismo contra una candidatura que había tenido la decencia de no recurrir al atentado del Once de Marzo para conmover voluntades, fue el acto más nauseabundo de toda la ceremonia.

Los Juegos Olímpicos del año 2012 tendrían que haberse celebrado en la mejor sede de todas, que era Madrid. No va a poder ser, pero aún podemos aspirar a un premio enorme: convertirnos en la ciudad que prometieron ayer nuestros representantes en Singapur.

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