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Crítica:LOS VERANOS DE LA VILLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Madurez coréutica

El coreógrafo y bailarín Chevy Muraday ha madurado, está en la buena vía de encontrar voz propia y eso se ha notado muchísimo en sus dos últimas presentaciones. La que hizo en la sala Mirador hace unos meses se presentó como un irregular work in progress de lo que hemos visto anteayer en La Villa mucho más hecho en lo escénico y lo conceptual. La cosa ha cambiado para bien, aunque sigue habiendo inexplicables asuntos de bisoñez que en la espléndida segunda parte han sido conjurados.

Las Coreografías al minuto insisten en el uso de músicas populares actuales, lo que casi siempre vulgariza y resta valor intrínseco a los materiales coréuticos, los banaliza (como esa parte donde se unen Navidad y escatología en un humor surrealista); a veces no sucede así, y en el solo de Muraday, con la dramática y casi posminimalista canción de Anthony and The Johnsons, se eleva y es lo mejor de toda la velada: el bailarín se espeja en un monólogo gestual, busca más que un contacto, una explicación a su caos, y borda esa catarsis abisal, casi se podría decir que la disfruta y respira.

Compañía Losdedae

Coreografías al minuto. Música: Diego Álvarez y otros. Recorrido... recorrer. Vestuario: Nuria Barrio; luces: David Pérez. Coreografías: Chevy Muraday. Centro Cultural de La Villa, Madrid. 5 de julio.

También sobran tantos objetos en escena en el resto de las miniaturas, tantos vestuarios que son despropósitos. El caso es que este artista genera materiales de gran intensidad que a veces cuajan y a veces se dispersan. En Recorrido... recorrer hay un trasunto de orientalismo que ritualiza la primera escena, le da un cierto empaque. Así, los bailarines hacen aquello de correr en sentido contrario al instinto, como animados por la autodestrucción y el autocastigo: la maratón es la circunstancia de cada cual, su destino. La carrera circular es un acto lírico de desagravio a las frustraciones del deseo, del éxito, de las fantasías en un entorno denso y tenebrista excelentemente iluminado y vestido. Es, en resumen, una obra poderosa que pide una segunda lectura, que le sobran unos minutos y que resulta un real e importante paso para el quehacer del autor. La revelación sigue siendo el bailarín vasco Iker Arrue. Había poco público, y es una pena, pero también una realidad: carecemos de un público orgánico para el baile actual.

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