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¿Una agenda medio llena o medio vacía?

Joan Subirats

El próximo sábado, 9 de julio, se cumplirán tres años de la solemne firma y ratificación en el Saló de Cent por un conjunto de entidades, empresas e instituciones de lo que se denominó Compromiso ciudadano por la sostenibilidad. De esta manera Barcelona se unía a las ciudades de todo el mundo que, siguiendo la perspectiva abierta en la Conferencia Internacional de Río de Janeiro y tras la firma de la llamada Carta de Aalborg, aprobaban su particular Agenda 21. Las Agendas 21 surgen a partir de la convicción de que la implicación de los municipios es una condición fundamental para la consecución de los objetivos de la sostenibilidad, y para ello requieren adoptar estrategias participativas y de amplio consenso ciudadano en torno a las acciones que se llevarán a cabo. En los años transcurridos desde la Conferencia de Río, se ha usado y abusado del término desarrollo sostenible, hasta el punto de que esa contaminación-prostitución de los términos ha llegado a provocar urticaria en muchos de los que sólo ven inconsistencias entre lo que las instituciones predican y lo que hacen. Pero conviene recordar que cuando hablamos de desarrollo en términos ambientales, lo entendemos como un objetivo en el que se pretende satisfacer necesidades humanas básicas, consiguiendo estándares de bienestar razonables para todos, tanto en esa sociedad como en el conjunto de la humanidad. Y se insiste en que estos objetivos han de ser alcanzados y perseguidos con las necesarias precauciones, atendiendo las consecuencias negativas que pueden producirse en la biodiversidad y en la capacidad regenerativa de los recursos empleados, y sin minar las posibilidades de que las generaciones futuras puedan lograr llegar a niveles similares o mejores de calidad de vida. Como vemos, por ambición que no quede.

¿Qué ha ocurrido en Barcelona en estos tres años, desde esta perspectiva ambiental? Pues ha habido de todo. La Agenda 21 de la ciudad ha ido sumando adhesiones. Superan largamente las 350 entidades, de las cuales 150 escuelas, y cerca de 70 empresas. Los compromisos firmados han tenido algunas consecuencias significativas. De entre los firmantes, unos 50 han hecho su propio plan de acción ambiental (consultables en www.bcn.es/agenda21). El compromiso firmado se concretaba en 10 objetivos, y en cada uno de ellos destacaban algunos indicadores. El balance de estos tres años es ambivalente. La ciudad es densa y eso es ambientalmente bueno, pero en los aspectos problemáticos el ritmo de los cambios aparece como insuficiente. Se ha avanzado en la recogida selectiva, pero los residuos siguen aumentando. Se detecta una mayor familiaridad y presencia de las fuentes de energía renovable en la ciudad (paneles solares), y se percibe una mayor preocupación por la eficiencia energética, pero sigue creciendo sin parar el consumo de energía (la popularización del aire acondicionado es en este sentido una señal evidente), y con ello aumentan los peligros de que se apruebe un plan energético en Cataluña claramente regresivo (véase el manifiesto en www.ecologistesenaccio.org). La movilidad urbana mejora, ya que se sostiene el uso de los transportes colectivos y aumenta el uso de la bicicleta, pero seguimos teniendo problemas con el ámbito intermetropolitano o con el ruido en la ciudad. El consumo de agua se ha reducido, pero estos días constatamos que nos queda aún mucho por hacer. Y va resonando y se expande una cierta conciencia de que no vamos bien por el camino del incrementalismo y del desarrollismo sin freno. En las escuelas o universidades se practican nuevas medidas como el reciclaje de libros o la recuperación de envases; se ha puesto en marcha el car-sharing, y hay algunos que se preocupan de los gorriones en la ciudad. Pero al lado de todo ello, sigue habiendo un escandaloso traslado al sector público de los costes no deseados del negocio privado, y tampoco hay conciencia de los impactos que la ciudad tiene en su entorno y el entorno empieza a quejarse ruidosamente, diciéndonos que no quiere nuestros residuos ni el traslado sin más de nuestros problemas.

Es evidente que el espíritu de las Agendas 21 se fundamenta en la idea de corresponsabilidad y de implicación colectiva. Pero también es cierto que si el Ayuntamiento de Barcelona no da ejemplo, será difícil que la exigencia de colaboración social tenga todos los efectos deseables. Se dice que "habla más por nosotros el ruido que hacemos que las palabras que pronunciamos". Y en materia de exigencias ambientales, cuando de lo que se habla es de modificar hábitos, de romper rutinas y comodidades, el mirar lo que hace el vecino o cómo actúa el que nos dice que cambiemos, resulta muy significativo. Curiosamente, el Ayuntamiento no dispone aún de plan ambiental. Esperemos que su anunciada redacción incluya compromisos palpables por parte municipal. No olvidemos que el consistorio es una de las empresas más importantes de la ciudad, por número de trabajadores y por volumen presupuestario. El solo hecho de incluir cláusulas ambientales en los pliegos de condiciones de sus contratas cambiaría muchas cosas. Recordemos por ejemplo el caso de la madera certificada y los efectos que tuvo la acción de Greenpeace al denunciar que el ayuntamiento incumplía lo que pedía a los demás que hiciéramos. O el efecto que está teniendo el asunto del comercio justo, impulsado por Setem y Cooperacció, ahora en el café y quizá pronto en otros ámbitos. Una cuestión muy relevante es la del tráfico, que por sí sólo causa graves efectos de contaminación atmósferica y acústica. Tras conseguir detener la construcción del túnel de Horta, una reciente encuesta señalaba que el 70% de los barceloneses estaba a favor de restricciones en el tráfico, aunque esa consulta no reflejaba a los que acuden a la ciudad desde su periferia. Se ha cuadruplicado en tres años el uso de la bicicleta por la ciudad, y convendría reforzar esa tendencia con mayor segmentación de carriles y más facilidades para el aparcamiento y el transporte. También debería insistirse en el asunto de los residuos y sobre todo de la fracción orgánica, y para ello convendría aprovechar el momento de renovación de la contrata de limpieza de la ciudad. No es para echar las campanas al vuelo, pero es evidente que la Agenda 21 de la ciudad se ha convertido en un recurso dialéctico para todo tipo de actores que pueden blandir ese compromiso a fin de exigir consistencia y responsabilidad. Y eso ya es algo.

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