Columna

Cata

El Consell ha realizado otra cata demoscópica a dos años de las elecciones autonómicas, y aunque no se han filtrado los detalles su letra gorda apunta que el PP afianza su superioridad electoral respecto a su principal adversario, el PSPV. El dato abunda en el mito de que la Comunidad Valenciana es al PP lo que Andalucía es al PSOE, y de lo contrario no hubiese trascendido. No es improbable que el hecho se sustancie en esos términos en las urnas. Incluso que los resultados le den la vuelta a la previsión, como en Galicia, que con mayor mérito ha sido la Andalucía del PP y donde hace dos años n...

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El Consell ha realizado otra cata demoscópica a dos años de las elecciones autonómicas, y aunque no se han filtrado los detalles su letra gorda apunta que el PP afianza su superioridad electoral respecto a su principal adversario, el PSPV. El dato abunda en el mito de que la Comunidad Valenciana es al PP lo que Andalucía es al PSOE, y de lo contrario no hubiese trascendido. No es improbable que el hecho se sustancie en esos términos en las urnas. Incluso que los resultados le den la vuelta a la previsión, como en Galicia, que con mayor mérito ha sido la Andalucía del PP y donde hace dos años ningún sondeo contemplaba otro escenario que no fuese la mayoría absoluta de Manuel Fraga. La demoscopia, por hacer un símil futbolístico tosco, es así. Adivina si acierta y viceversa, pero ya no se responsabiliza. Tiene mucho de horóscopo. Ha dejado de ser el único instrumento útil para interpretar los horizontes electorales. Existen otros modos no menos imprecisos de sondear lo que crece en el vientre de la urna. La avalancha de PAI sobre el territorio, aparte de divulgar el riesgo de las moratorias, ofrece mucha información sobre la confianza que los promotores tienen sobre el futuro electoral del PP. Como amantes del territorio (ahora incluso lo protegen mediante convenios) no ignoran las réplicas orgánicas que está apunto de desencadenar el seísmo gallego, cuya energía acumulada se vaciará en un inevitable y crujiente congreso extraordinario que hará más ostensibles los dos partidos que palpitan bajo las siglas del PP y profundizará la zanja que los separa. Es probable que las dos orillas (la del cayado y el hisopo, la que vive y deja vivir) en un acto de responsabilidad orgánica, hagan un esfuerzo de maquillaje para aguantar el tipo unidas hasta las urnas, pero ¿será capaz el electorado más moderno del PP (que sobrepasa el 50% de sus votos) de ponerse la pinza en la nariz para ratificar la línea colérica y reaccionaria que espolea el partido hacia el pasado? ¿Lo hará ante el hediondo sumidero de Carlos Fabra, el repugnante rastro de facturas falsas en el entorno de Terra Mítica o cualquiera de los asuntos sitiados por las frenéticas narices de la Fiscalía? Ése sí sería un sondeo interesante.

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