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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Microsoft obedece

El largo contencioso entre Microsoft y la Unión Europea está llegando a la recta final con el doblegamiento de la compañía a las demandas comunitarias. La UE consideró probado que la compañía abusaba de su posición dominante en el mercado y fijó una serie de severas correcciones. La multa, de 497 millones de euros, la pagó Microsoft sin apenas rechistar: ya en Estados Unidos había usado antes la chequera para aplacar los ánimos de algunos competidores peleones. Más resistencias ha ofrecido a cumplir las otras dos sanciones. Una era ofrecer al mercado un Windows sin el lector audiovisual Media Player, que en España saldrá el 1 de julio, para dar más opciones a los fabricantes de programas similares. Y la otra obliga a Microsoft a suministrar información suficiente sobre su programa para servidores (ordenadores que dan apoyo a otros integrados en una red) a fin de que programas de otros fabricantes funcionen con igual diligencia que los suyos.

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La compañía niega que esté poniendo obstáculos a que programas ajenos funcionen sobre sus servidores, porque le interesa que sean útiles al cliente. Sostiene que los competidores buscan en los juzgados lo que no logran en los laboratorios. La competencia argumenta que si los servidores Windows, que no son tan dominantes, se entienden mejor con sus programas hermanos es una manera de empujar el mercado hacia éstos. Microsoft ha dado su brazo a torcer y esta mejor información para la interoperabilidad la dará no sólo a la industria en Europa sino en todo el mundo. Una situación no inédita que ilustra cómo la globalización tecnológica impone remedios planetarios aunque el conflicto sea local.

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Queda pendiente un tema. Bruselas acepta temporalmente que los datos de interoperabilidad no se suministren al sector del software libre. Microsoft alega que pueden redistribuir el código a toda la comunidad. En principio, dar información para que un programa pueda trabajar sobre un servidor no debe acarrear ningún problema de secreto industrial. Es una excepción que debe solventarse desde el respeto a la propiedad intelectual. De otro modo, se castigaría a un universo digital emergente, que tiene una implantación que no puede ignorarse en el terreno de los servidores, donde también juegan fabricantes poderosos.

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