Columna

En zona de riesgo

La brecha abierta entre el PP y el PSOE, escenificada contundentemente en el debate del estado de la nación, coloca a España y a Cataluña, paradójicamente, ante una gran oportunidad de alto riesgo. Rodríguez Zapatero desplegó su plan de reformas -el más ambicioso desde el inicio de la transición- coronándolo con el solemne compromiso de buscar el diálogo con ETA para la pacificación de Euskadi siempre que se den las condiciones exigibles, que no son otras que las ya contenidas en ejercicios anteriores como el pacto de Ajuria Enea y que contienen la cláusula esencial del pacto antiterrorista: n...

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La brecha abierta entre el PP y el PSOE, escenificada contundentemente en el debate del estado de la nación, coloca a España y a Cataluña, paradójicamente, ante una gran oportunidad de alto riesgo. Rodríguez Zapatero desplegó su plan de reformas -el más ambicioso desde el inicio de la transición- coronándolo con el solemne compromiso de buscar el diálogo con ETA para la pacificación de Euskadi siempre que se den las condiciones exigibles, que no son otras que las ya contenidas en ejercicios anteriores como el pacto de Ajuria Enea y que contienen la cláusula esencial del pacto antiterrorista: no pagar precio político para el fin de la violencia. La derecha -que hace tiempo se quitó la careta centrista y liberal- respondió retirando el apoyo al Gobierno en la política antiterrorista. La derecha está irritada porque las reformas emprendidas por Zapatero afectan directamente al orden jurídico, ideológico y moral que ella había diseñado para España, y pretenden hacérselo pagar en el terreno más sensible: la lucha contra ETA.

Mariano Rajoy comete la tremenda insensatez de especular con los atentados de ETA: si ETA mata, el PP podrá decir que tenía razón. Rompe un acuerdo básico en el consenso de la transición: el apoyo de la oposición a la política antiterrorista del Gobierno. Pone en evidencia la debilidad de su liderazgo al ser incapaz de emanciparse de su tutor. De nada sirve que los partidarios de las etiquetas nunca verificadas, los que sostienen y siguen sosteniendo que Rajoy es un moderado, quizá por la simple necesidad de creer que en España existe una derecha moderada, digan que esto cambiará después de las elecciones gallegas y que Rajoy se ha radicalizado para asentar la autoridad en su partido y poder, después, modificar el rumbo. ¿En qué puede ayudar a Fraga un discurso de Rajoy que se remonta a la cultura política de la derecha del Fraga ministro del Interior?

En política, las posiciones ideológicas y estratégicas quedan muy determinadas por el lugar en el que se sitúan los demás. Con el PP colocado en la extrema derecha, las reformas de Zapatero parecen mucho más moderadas, y en este sentido las pretensiones del Gobierno catalán pueden salir favorecidas. Pero, al mismo tiempo, su capacidad de acción queda limitada porque algunas reformas requieren legalmente la concurrencia del PP y porque otras se tendrán que hacer sin el principio de consenso que era considerado garantía de la base de respeto común que hace posible la democracia. El PP llegó al poder con el ánimo de cargarse este principio de consenso porque creía que favorecía los valores de la izquierda y frenaba su revolución conservadora. Una vez adquiridos unos derechos es difícil que un nuevo Gobierno los retire. Los partidos políticos catalanes intentarán que el PSOE satisfaga sus pretensiones sin contar con el PP. El principio de consenso no puede convertirse en un derecho de veto. Por si acaso, Rajoy levanta el hacha de guerra con un discurso propio de 1936. ¿Le ocurrirá al PP como a la jerarquía eclesiástica, que radicalizando su discurso no conseguirá otra cosa que aumentar su soledad?

Al desafiar al Gobierno en la lucha antiterrorista, el PP le deja sin red ante un atentado mortal de ETA, y esto es una gravísima responsabilidad de su parte. ¿Zapatero tiene alguna información que los demás no tenemos o juega sólo a partir de la interpretación de las condiciones objetivas? No lo sé, pero es visible que se dan unas condiciones para el fin de la violencia que no se daban tiempo atrás: hace dos años que ETA no mata, en Euskadi se ha votado sin la intervención de la banda terrorista y, lo que es más importante, la idea de la derrota de ETA ha calado en la sociedad vasca e incluso en el propio entorno etarra. Sin embargo, también es visible que hay en ETA intención de atentar, como demuestran las cuatro bombas de esta fin de semana o el robo de explosivos en Francia con el que estas bombas fueron preparadas. ¿Estas demostraciones de fuerza de ETA son acopio de argumentos para la negociación o tienen por objetivo poner en evidencia que una parte o el todo de ETA no está por la labor negociadora a la que apuntan Arnaldo Otegi y su gente?

Todos los presidentes del Gobierno han fantaseado el fin de ETA y todos han fracasado. La serie de acorralamiento de ETA, tregua formal o implícita, negociaciones, rearme, ruptura de la tregua, frustración, se ha repetido demasiadas veces. Sin duda, Zapatero corre un riesgo, pero éste sería mucho menos grave -para él y para todo el país- con la elemental solidaridad del PP. Con esta actitud es muy difícil que no crezca la sospecha -en Cataluña, muy extendida- de que el PP no quiere el final de ETA, porque una ETA de baja intensidad es el precio que pagar para que Euskadi no se vaya.

La lucha antiterrorista es la opción táctica del PP para dañar al Gobierno, pero su apuesta estratégica apunta a las reformas de más calado emprendidas por Zapatero, y entre ellas, a la paulatina conversión del Estado de las autonomías en Estado federal. El protagonismo que Carod y Maragall tienen últimamente en los discursos del PP es muy clarificador. Se trata de utilizar a ETA para frenar las propuestas catalanas. ¿El discurso patriotero de Rajoy puede realmente tener eco más allá de los incondicionales de su partido, en las franjas sensibles, en los consumidores socioconscientes, como dicen los teóricos de la publicidad, que con sus cambios de voto deciden las elecciones? Algunas encuestas recientes en las que los partidarios de explorar la vía negociadora en Euskadi o de reformar la financiación de las comunidades autónomas se sitúan por encima del 60%, inducen a pensar que el discurso regresivo que Rajoy recuperó no sólo suena pasado por el origen de sus tópicos, sino incluso por la dificultad de ser entendido en la España actual.

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Los ciudadanos españoles que tienen menos de 35 años han vivido prácticamente desde que tienen uso de razón en el Estado de las autonomías. Para ellos, es el paisaje político natural. No han conocido otro, y desde este lugar las batallitas de sus padres, a menudo, suenan a chino. Entre los mayores, el discurso de Rajoy puede producirnos horror a los que nos recuerda lo peor o entusiasmo a los que siguen esperando que la derecha redima a España de su pérdida irremediable. Pero a la mayoría de los jóvenes, ¿realmente les dice gran cosa? ¿A quien ha vivido siempre en una España amueblada de autonomías le perturba que éstas cambien y evolucionen si es para mejorar su funcionamiento? En cada etapa de la historia de la democracia reciente ha triunfado aquel que ha sabido interpretar el momento y el cambio generacional. El PP supo hacerlo en el periodo 1996-2000 aprovechando que la cultura progre estaba gastada, pero se hundió cuando empezó a parecerse a sus mayores. Rodríguez Zapatero está ahora en sintonía. Pero las sociedades tienen frecuencias muy sensibles.

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