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Santos Juliá y Andrés Amorós rescatan la ironía y el compromiso de Juan Valera en el centenario del autor

No deja de ser curioso que Juan Valera (1824-1905) pasara a la historia de la literatura como autor (incomprendido, además) de dos novelas cuyos títulos, si se leen juntos, parecen cosa de broma: Pepita Jiménez y Juanita la Larga. Pero detrás de ese probable guiño autoburlón, el académico, periodista, político, diplomático, crítico, traductor, ensayista, novelista, historiador, mujeriego, cuentista y, sobre todo, genial y prolijo escritor de cartas (más de 4.000) que fue Valera se escondía una personalidad compleja, renacentista, adelantada a su tiempo. Hasta el punto de que, según dijo ayer Santos Juliá, Juan Valera fue "uno de los primeros intelectuales españoles de pies a cabeza, un hombre independiente y, como dijo Azaña, curioso de la política, patriota de gran finura mental, demócrata y reformador convencido".

Juliá se reunió ayer con otros destacados valerólogos y aficionados a la cultura española de finales del XIX en la Biblioteca Nacional, durante un acto organizado por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) para conmemorar el centenario de la muerte del escritor de Cabra (Córdoba).

La ministra Carmen Calvo, quizá hoy la más célebre paisana de Valera, tenía previsto presidir la sesión de homenaje, pero se lo impidió la larga reunión del patronato de la Fundación Thyssen. Calvo llegó casi al final del acto para declarar el "gran interés de un escritor que representa al hombre universal por ser local y al hombre local por ser universal".

Ofició de maestra de ceremonias Rosa Regàs, directora de la Biblioteca Nacional, y luego fueron interviniendo organizadores y ponentes: el director de la SECC, José García Velasco (que valoró como una fundamental aportación del centenario la publicación en Castalia del Epistolario completo del autor); los catedráticos de la Universidad de Zaragoza Enrique Serrano y Leonardo Romero, que hablaron con admiración de esas "imprescindibles" cartas de Valera; la directora del reciente II Congreso Internacional de Cabra sobre Juan Valera, Angelina Costa, que repasó las novedades oídas allí hace unos días, e incluso el primer teniente de alcalde de la localidad cordobesa, Javier Ariza, que puso de relieve el esfuerzo del municipio por difundir la obra y la vida del autor a través del centro de estudios y el museo de su casa natal.

Sin tópicos

Luego, Andrés Amorós, catedrático de Literatura de la Universidad Complutense, que está a punto de publicar un libro sobre Valera, dictó en apenas media hora una apasionada conferencia que trató de desmontar algunos de los tópicos que tradicionalmente se han asociado a la figura del escritor. "Se dice que fue un novelista costumbrista andaluz y yo creo que ni una cosa ni la otra ni la otra", dijo Amorós. "Clarín, que fue el único crítico que le entendió en su tiempo porque era el más inteligente, lo llamó 'la esfinge de nuestra literatura'. Y fue realmente un escritor singular: cosmopolita de verdad, de enorme cultura clásica, ilustrado rezagado, novelista que anticipa el siglo XX en el siglo XIX, adorador de la psicología femenina, cauteloso, irónico, liberal descontento con los suyos y los de enfrente, patriota pesimista...".

Se habló de la ceguera que sufrió en los últimos años de su vida, mientras se hacía leer textos latinos y griegos en versiones originales; de esa agudeza mental que fascinó a gente como Azaña o Jiménez Fraud; de su origen aristocrático y su carácter siempre disidente y activo; de su habilidad para envolver su pensamiento crítico y filosófico en un lenguaje accesible, de su pasión por el periodismo y el debate público, de su amor a la ciencia y el trabajo como soluciones de futuro, de su alergia a lo que llamó la "literatura terapéutica" (la que suspira por los males de la patria), y de su fe en el sufragio universal. A veces, los centenarios sirven para algo.

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