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Reportaje:PETRÓLEO Y MERCENARIOS. | INVESTIGACIÓN Y ANÁLISIS

Jauría sobre Guinea

Los servicios secretos surafricanos desbarataron el golpe para derrocar a Obiang y controlar el petróleo de la antigua colonia española

Trescientos sesenta y cinco días con las manos permanentemente esposadas y los tobillos encadenados: ése es el destino que les ha tocado y les seguirá tocando durante miles de días más a los perros de la guerra de Guinea Ecuatorial.

Son 11 presuntos mercenarios: cinco surafricanos y seis armenios. Todos ellos están encarcelados en la antigua colonia española acusados de haber participado en un intento de golpe de Estado el 7 de marzo de 2004. Uno de los detenidos, un alemán, ha muerto: de malaria, según el Gobierno guineano; torturado, según Amnistía Internacional. En Zimbabue hay 65 cómplices más de la intentona en la cárcel, todos ellos ex soldados surafricanos salvo el líder del compló, un multimillonario inglés llamado Simon Mann que ha sido -entre muchas cosas más- actor de cine.

El día en que Mann pueda salir de prisión tendrá todos los elementos necesarios para hacer otra película, una en la que él se interprete a sí mismo. Ya se han publicado especulaciones en la prensa británica sobre la posibilidad de que Hollywood compre los derechos de la aventura. El problema para el productor será convencer al público de que la historia verdadera es una ficción creíble.

Protagonistas de la aventura

Empezando por los protagonistas: un caricaturesco tirano en un país pobre africano; el hijo de una primera ministra británica; un hombre de finanzas árabe al que la policía francesa está investigando por soborno; el ex comandante de una unidad militar del antiguo Gobierno blanco surafricano, denunciada por su implicación en asesinatos, y el mismo Mann, heredero de una fortuna cervecera, educado en el mismo colegio que los príncipes William y Harry, ex coronel en las fuerzas especiales del Ejército británico y mercenario durante más de diez años a lo largo y ancho del continente africano.

En lo esencial, el guión es un clásico. Consiste en juntar a veteranos guerreros, al estilo de los siete magníficos (cinematográficos); derrocar a un presidente "malo" -cruel, corrupto, dictatorial- y reemplazarlo por uno "bueno" que promete instaurar la democracia, la justicia y la paz. Pero a partir de esta sencilla premisa, todo se complica. Fundamentalmente por un motivo. Porque donde hay petróleo, mucha gente presta atención. En apenas diez años, Guinea Ecuatorial ha pasado de ser uno de los países más pobres del mundo a experimentar el crecimiento económico más espectacular del planeta en lo que va del siglo XXI. Por esto, y porque Mann y compañía hablaron demasiado, los Gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y Suráfrica (y quizá otros) y sus respectivos servicios de inteligencia entraron en el juego. Y a partir de ahí, sin que los golpistas sospecharan que habían sido descubiertos, la elaborada trama se desmoronó.

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La historia comienza en enero de 2003 cuando Mann se reúne en el barrio de Chelsea, en Londres, con un libanés llamado Eli Calil que había amasado una fortuna comerciando con petróleo nigeriano. La información de este reportaje se basa en el acceso a miembros de los servicios de inteligencia de Suráfrica y Reino Unido, a la policía surafricana, a numerosos documentos que detallan los pormenores de la intentona frustrada y a los testimonios firmados por Mann y otro de sus cómplices, poco después de ser detenidos.

En esa primera reunión, Calil habló a Mann de Guinea Ecuatorial, un país de especial interés para él debido, primero, a las posibilidades que ofrecía la mezcla de corrupción extrema y de riqueza petrolera, y, segundo, a su relación con el autodenominado "presidente en el exilio" de la ex colonia española, Severo Moto. Este último, residente en Madrid, niega rotundamente cualquier conexión entre él y la intentona en Guinea Ecuatorial, pero se ha negado también a contestar si es verdad que Calil había financiado a su "gobierno en el exilio", como todas las demás fuentes consultadas aseguran.

Según una confesión firmada de Mann, hecha en la cárcel en Zimbabue el 25 de marzo de 2004, él se reunió también con Moto (éste ni lo niega ni lo confirma) y después, en julio, con el otro hombre clave de la trama y el que más perjudicado ha salido de todos: Nick du Toit.

Du Toit fue comandante del Batallón 32, la unidad militar surafricana más aguerrida, más temible y más denunciada por los grupos de derechos humanos durante la era del apartheid. Du Toit y Mann planearon los aspectos operativos del proyecto guineano en Suráfrica, donde Mann tenía una de sus dos mansiones (la otra se encuentra en la campiña inglesa).

Lo primero fue reclutar hombres en la cantera de veteranos de guerra que había dejado el antiguo régimen surafricano. No fue difícil. Sin especificar en qué consistiría la misión, pero dejando claro que se trataba de una acción militar en un país africano, se corrió la voz de que ofrecían 3.000 dólares por cabeza. Tardaron poco en reunir a las 70 personas que necesitaban, incluidos dos pilotos.

Mark Thatcher, el financiero

Calil, mientras tanto, se encargó de amasar los tres millones de dólares que consideraban necesarios para sufragar la operación. Una de las personas que facilitó fondos fue un tal Archer, identificado por la prensa británica como Lord Jeffrey Archer, novelista y ex parlamentario conservador -encarcelado en 2001 por perjurio-. Los abogados de Archer mantienen que la alegación es falsa.

Lo que nadie niega es que Mark Thatcher, hijo de Margaret -la ex primera ministra británica-, contribuyó a la causa con 375.000 euros. Él mismo lo confesó ante un juez en Ciudad del Cabo, donde Mann no sólo era vecino suyo, sino amigo.

Lo que los unió a todos ellos fue la codicia. La idea básica era instalar en el poder a un nuevo presidente, que quedaría en deuda con ellos y les devolvería el favor dándoles acceso a parte de las enormes fortunas derivadas de una producción de petróleo en Guinea Ecuatorial de 350.000 barriles diarios. De hecho, un mensaje de correo electrónico encontrado por las autoridades surafricanas en el ordenador de Mann se refería a la necesidad de asegurarse de que tuvieran a Moto bien "amarrado" para explotar las posibilidades económicas de colocarlo en el poder, más adelante.

En la confesión de Mann -que después se retractó a través de un abogado-, aquél afirma que Moto es "claramente un hombre bueno y honesto... que quiere ayudar a su gente a través de la política". Difícilmente podría ser un hombre menos bueno y honesto que el actual presidente, Teodoro Obiang.

Guinea Ecuatorial se transformó en un país rico tras el descubrimiento de grandes reservas de petróleo en los años noventa. Empresas estadounidenses como Exxon Mobil y Chevron Texaco han invertido miles de millones de dólares en la explotación del oro negro.

Los Obiang, en el Kuwait africano

En la actualidad, Guinea Ecuatorial es el Kuwait de África, con ingresos per cápita de 5.000 dólares anuales. El problema es que son muy pocas las cabezas que se benefician de tales ingresos. Los 2.500 millones de dólares del producto interior bruto (PIB) anual se distribuyen entre Obiang y su familia, mientras que el 99% del medio millón de habitantes del país, en vez de vivir como faraones (esta misma palabra la utilizó una vez Obiang para describir cómo iban a vivir sus súbditos), subsisten con sueldos de menos de un dólar diario. El hijo de Obiang, conocido como Teodorín, en teoría ocupa la función de ministro del Gobierno, pero en la práctica divide su tiempo entre sus mansiones en Hollywood, Ciudad del Cabo (donde era vecino de Mark Thatcher) y París, en cuyos bulevares es frecuente verle rondar en su Rolls- Royce blanco o su Lamborghini amarillo.

"Guinea Ecuatorial es el peor ejemplo que existe de un país rico en recursos naturales donde no hay desarrollo debido a la corrupción", según Global Witness, una organización con base en Londres que se dedica precisamente a catalogar casos de pillaje de este tipo.

Mantener la situación actual en Guinea Ecuatorial requiere métodos de persuasión que poco tienen que ver con los valores democráticos pregonados por Teodoro Obiang en su autobiografía, Mi vida por mi pueblo. Como ha denunciado Amnistía Internacional, y como han podido observar los periodistas extranjeros que visitaron Guinea Ecuatorial para cubrir el juicio de Du Toit y los demás golpistas, el régimen de Obiang no tiene el más mínimo respeto por los derechos humanos y ejerce el poder a través de una implacable intimidación.

Un veterano periodista que estuvo recientemente en Guinea Ecuatorial comparó este país con el Haití de François Duvalier, el siniestro Papa Doc. Obiang afirma haber ganado las últimas elecciones con un 97% del voto. Pero la realidad es que teme tanto a su propia gente, que confía su seguridad a una unidad de cien guardaespaldas marroquíes.

Las empresas petroleras norteamericanas que operan en Guinea Ecuatorial -cuyo himno nacional se titula Caminemos pisando la senda de nuestra inmensa felicidad- no han mostrado el más mínimo interés en presionar a Obiang para que suavice su manera de ejercer el poder. Podrían hacerlo, porque ellos pagan los excesos del presidente y de su familia. El año pasado se descubrió que Obiang poseía 60 cuentas en un banco de Washington que acumulaban más de 600 millones de dólares. Tras ponerse al día en la investigación que llevó a cabo el departamento de Justicia de Estados Unidos, el senador Carl Levin sentenció que no veía diferencia "entre hacer negocios con un Obiang y hacerlos con un Sadam Husein".

Simon Mann, Nick du Toit y compañía se encargaron de intentar hacer en Guinea Ecuatorial lo que la coalición liderada por Estados Unidos había hecho en Irak. Tras reunir en Suráfrica a los aproximadamente setenta hombres que estimaban necesarios para derrocar a Obiang, los próximos pasos tenían que ser infiltrar una avanzadilla en Guinea Ecuatorial, además de conseguir armas y aviones.

Du Toit viajó a la capital, Malabo, en agosto de 2003. Con un millón de dólares que le había dado Mann, fundó dos empresas, una de pesca y otra de aviación. Ambas eran legales, lo cual, en el contexto de Guinea Ecuatorial, significa que la mitad de las acciones debían ponerse en manos de hombres del presidente. Una de las personas con las que se asoció Du Toit era hermano del propio Obiang.

En febrero de 2004, Du Toit y Mann volaron a Zimbabue para comprar armas de una empresa estatal controlada por el presidente de este país, Robert Mugabe. La lista de compras incluía más de 60 rifles AK47, 20 metralletas, morteros, 100 lanzacohetes, 150 granadas y 75.000 balas. Pagaron la mitad -180.000 dólares- por adelantado y prometieron abonar el resto cuando se les entregaran las armas.

Mientras tanto, Mann utilizó los contactos acumulados durante su década de mercenario para comprar en Estados Unidos un Boeing 727 adaptado a usos militares. El avión voló desde Kansas al aeropuerto de Wonderboom, al norte de Pretoria, la capital de Suráfrica. A mediados de febrero, Mann y Du Toit instalaron a 54 de sus reclutas en un hotel en Pretoria.

El 7 de marzo, un total de 67 mercenarios volaron en el Boeing 727 desde Suráfrica al aeropuerto de Harare, la capital de Zimbabue. El plan consistía en recoger allí a Mann y el cargamento de armas, para emprender seguidamente el vuelo a Malabo, donde estarían esperándoles Nick du Toit y otros 15 hombres. El grupo de Du Toit tenía previsto ocupar el aeropuerto, donde el Boeing debería aterrizar a las 2.30. Una unidad asumiría el control del aeropuerto y otros grupos marcharían hacia la capital con el propósito de capturar dos bases militares, el cuartel de policía y el palacio presidencial.

Esa misma mañana debía aterrizar en Malabo otro avión, pilotado por un surafricano llamado Crause Steyl, con Severo Moto a bordo. El plan (negado por Moto) era partir desde las islas Canarias, hacer escala en Malí para cargar gasolina y seguir de ahí a Malabo; eso dice Steyl, que afirma haber sido contratado también por Mann.

Pero las cosas salieron de manera muy diferente. La aventura de los 67 perros de la guerra terminó, sin apenas un ladrido, en el aeropuerto de Harare, la capital de Zimbabue. Las autoridades de este país detuvieron a todo el grupo de mercenarios reclutados, junto con Mann, que logró llamar a Du Toit por un teléfono vía satélite poco después de las once de la noche para avisarle de que era necesario abortar el plan. Du Toit se fue a la cama sin sospechar que estaba en peligro: a la mañana siguiente llegó la policía y lo detuvo. Desde ese día vive encadenado.

¿Por qué fracasó de manera tan estrepitosa una intentona de golpe que había sido planeada con mucha determinación por gente con dinero, armas y experiencia de las guerras africanas?

Fundamentalmente porque los servicios de inteligencia surafricana se enteraron de la trama y avisaron tanto a los zimbabuenses como al régimen de Guinea Ecuatorial. El motivo más de fondo es que, por más profesional que se haya mostrado Mann en el aspecto operativo, subestimó totalmente la complicidad del Gobierno surafricano con otros gobiernos africanos hermanos. Era como si Mann no se hubiera fijado en que Suráfrica era una democracia y no el país en el que, antiguamente, cualquier mercenario blanco podía contar con un guiño cómplice de los gobernantes en Pretoria.

El submundo de los mercenarios

En el amplio submundo de los ex soldados blancos surafricanos que venden sus servicios profesionales a quien sea (muchos trabajan actualmente en compañías de seguridad en Irak, por ejemplo), muchos ya sabían del plan para Guinea Ecuatorial en enero de 2004.

Como este submundo está infiltrado por los servicios de inteligencia surafricanos, que ven a este tipo de gente como una posible amenaza a la seguridad nacional, la noticia no tardó en llegar a las altas esferas de poder en Pretoria. Y como los servicios de inteligencia surafricanos tienen buena comunicación con los de espionaje británicos -que a su vez comparten información con la CIA-, Londres y Washington también tuvieron conocimiento previo de la intentona. Una vez alertados, los británicos y los estadounidenses aportaron a los surafricanos información obtenidade los movimientos del Boeing 727 de los golpistas.

¿Por qué no actuaron los surafricanos antes contra los mercenarios? Porque si hubieran detenido a todos los que hoy están en la cárcel, antes de que partieran de Suráfrica, hubiera sido casi imposible demostrar ante un tribunal que habían cometido un delito serio. Suráfrica montó lo que un alto cargo del Gobierno en Pretoria no se niega a calificar de emboscada. Por eso, los 67 mercenarios no tuvieron ningún problema a la hora de salir en su dudoso Boeing 727 de territorio surafricano para que, cuando aterrizaran en Zimbabue, se les cogiera con las manos en la masa. Diez días después del fallido golpe, Obiang hizo una declaración en la que dio las gracias al Gobierno de Pretoria.

¿Quién salió ganando de todo esto, aparte de Obiang? Ante todo, Suráfrica. Por un lado, logró castigar a un grupo de gente que considera peligrosa y enviar un mensaje disuasorio a todos aquellos soldados fieles al viejo régimen del apartheid que intentar alguna acción militar, o terrorista, contra el Gobierno surafricano.

Por otro lado, con esta acción Suráfrica afirma su papel de superpotencia africana y líder del continente. Además, consolida una buena amistad con el tercer país productor de petróleo de África. Obiang se encuentra en deuda con Pretoria, de la misma manera que Mann, Calil y Mark Thatcher pensaban que Severo Moto lo estaría un día con ellos.

En una carta enviada por Mann a su mujer desde la prisión de Chikurubi, en Harare, fechada el 31 de marzo de 2004, aquél le pide que ponga a sus abogados en contacto con Smelly y Scratcher, apodos que la prensa británica ha supuesto que corresponden a Eli Calil y Mark Thatcher. "Necesitamos ayuda pesada de este tipo", dice la carta, "porque si no estamos jodidos".

Thatcher fue detenido en Ciudad del Cabo por una unidad de élite de la policía surafricana llamada Los Escorpiones. Había puesto su casa y cuatro de sus coches en venta y tenía las maletas hechas para irse del país, cuando le arrestaron. Thatcher fue puesto en libertad y se le dio permiso para salir de Suráfrica, tras confesar que había participado en la financiación de los mercenarios golpistas y pagado una multa de 450.000 euros.

A Mann le va a costar más salir de Chikurubi, una cárcel infestada de ratas y sin agua potable. En septiembre fue condenado a siete años de prisión por intentar comprar armas de manera ilegal, aunque la condena fue reducida después a cuatro años. A los demás "soldados" arrestados en Harare les queda aproximadamente un año antes de recobrar la libertad.

Las condiciones de vida en la prisión de Chikurubi son terribles; pero comparado con el destino que les ha correspondido a Nick du Toit y sus 10 cómplices en la cárcel de Playa Negra, en Guinea Ecuatorial, Chikurubi es el Club Mediterranée. Tras un juicio que Amnistía Internacional ha definido como "grotescamente injusto", en el que el fiscal no presentó prueba alguna y todo el proceso se llevó a cabo en español -idioma que desconocen los 11 procesados-. Du Toit recibió una condena de 34 años: los demás fueron sentenciados a penas que oscilan entre los 17 y los 24. No se les quitaron las cadenas durante el juicio. Du Toit afirmó que su confesión había sido obtenida bajo tortura, pero el juez optó por no creerle.

Severo Moto lo niega todo

El tribunal constituido en la capital de Guinea Ecuatorial también condenó en ausencia a Severo Moto a un total de 64 años de cárcel. Desde Madrid, donde reside, Moto niega cualquier conexión con los golpistas y sostiene expresamente que nunca ha tenido nada que ver con Nick du Toit.

De todos modos, Severo Moto representa quizá la mejor posibilidad de que Du Toit salga con vida de la prisión de Playa Negra. Periodistas y diplomáticos europeos que presenciaron el juicio en Malabo y vieron el penoso estado de los prisioneros dudan de que los condenados puedan sobrevivir a aquel infierno. Su mejor posibilidad, ya que un cambio de régimen por vías democráticas es inconcebible en Guinea Ecuatorial, es que haya otro golpe de Estado; y que esta vez prospere.

Nick du Toit, esposado, a su llegada al tribunal de Malabo en que fue condenado a 34 años de cárcel.
Nick du Toit, esposado, a su llegada al tribunal de Malabo en que fue condenado a 34 años de cárcel.REUTERS
Simon Mann (segundo por la izquierda) era el ejecutor de la intentona golpista contra Teodoro Obiang.
Simon Mann (segundo por la izquierda) era el ejecutor de la intentona golpista contra Teodoro Obiang.AFP
Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial.
Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial.ASSOCIATED PRESS

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